El Miño vive el peor año que se recuerda

Jorge Casanova
Jorge Casanova A GUARDA / LA VOZ

GALICIA

Daniel Portela / Marco Gundín / Emilio J. Cerviño / Pablo Carballo

El principal cauce gallego discurre muy mermado por la falta de precipitaciones, marcando mínimos por debajo del 90 % de su caudal medio en los últimos diez años

03 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«El Miño hace tiempo que no es un río, es otra cosa: una sucesión de embalses». Es la opinión del biólogo Fernando Cobo, uno de los mayores estudiosos de los ríos gallegos. Algo de eso hay, porque la morfología del gran río gallego está condicionada por los cinco grandes embalses que lo jalonan: Belesar, Os Peares, Velle, Castrelo y Frieiras. Es un río que engorda y adelgaza a voluntad de la empresa que lo explota hidroeléctricamente. En condiciones normales, el Miño recibe aportaciones hídricas suficientes para satisfacer las necesidades de las turbinas que mueve, los abastecimientos que cede o los vertidos que recibe. Pero, ¿cómo está soportando la sequía? A nivel de salud, va aguantando, pero en cuestión de caudal está mal. Y en algunos tramos, muy mal. Los datos que arroja son los peores desde que está monitorizado.

«Hay que diferenciar el río por encima de los embalses y por debajo», aclara Francisco Marín, presidente de la Confederación Hidrográfica Miño Sil. Señala que la regulación que ejercen las presas permite mantener caudales ecológicos en la mayor parte del río, lo que supone que el ecosistema, dentro del estrés que sufre, mantenga unos parámetros más o menos normales. Por encima de la regulación, la situación es «un poco peor», según el presidente.

Un recorrido apresurado por los 350 kilómetros del Miño muestra a cualquier profano que el cauce está en mínimos y que al enjuto río le queda ya poco que adelgazar. Estos son los apuntes de un descenso con una nota común: la tristeza de los ribereños.

Fonmiñá

La fuente inagotable. «Aquí sempre está igual. Cando hai seca e cando non», dice José Luis, un jubilado que durante 24 años mantuvo abierto un restaurante al pie de la laguna legendaria de la que mana el río. Hablamos no muy lejos de algunas poblaciones que ya han tenido que ser abastecidas con cisternas. Pero la laguna tiene el mismo aspecto de siempre, rebosando a algunos regatos que conforman el inicio del discurrir del río.

OUTEIRO DE REI

Estiaje en diciembre. Los primeros kilómetros del Miño son los que lo están pasando peor. El punto de control de Outeiro de Rei marcaba hace una semana un caudal de 0,79 metros por segundo. Es decir, un 93 % menos que la media del río en los últimos diez años, teniendo en cuenta que los dos últimos han sido particularmente secos. «E xa subiu un pouco», dice José María, un jubilado que atraviesa a Ponte de Outeiro con una bici eléctrica: «Cando eu ía á escola botaba o río por fóra máis de dez veces ao ano». Resulta difícil de imaginar viendo el aspecto del cauce, que ha cedido metros de ribera a las plantas y donde las algas casi afloran a la superficie. Unos kilómetros aguas abajo, en Xustás (Cospeito), el aspecto del río no es mucho mejor. No hay aportes, porque muchas fincas que a estas alturas del año, tendrían que empezar a anegarse, están perfectamente secas a mediodía. El alto Miño está todavía en verano. En un mal verano.

Lugo

Cruzarlo a pie. Bajo el puente romano de Lugo el río aún da el pego. La falta de desnivel mantiene el agua embalsada, pero en otras partes del tramo urbano queda claro que el Miño está bajando con diez veces menos agua de lo normal: «Nunca o vin así nestas épocas do ano -señala Ángel, un señor de 82 años que pasea con frecuencia por allí-, porque mostra que o cambio climático é real». El tajamar de uno de los pilares del puente romano marca una escala hasta el 5. El agua apenas cubre el 1,5. «Da la impresión de que se podría cruzar a pie», afirma otro paseante. «Pero con unas buenas botas, ¿eh?».

Portomarín

El falso apocalipsis. Una de las imágenes más utilizadas para mostrar la sequía que padece Galicia, la cola del embalse de Belesar, en Portomarín, es una imagen falsa. Al menos en parte: «O embalse baleirase unha vez ao ano, porque este é o que regula aos outros -aclara un vecino en el centro del pueblo, un poco fastidiado-. Pero a televisión empéñase en dicir que nunca ocorreu. Mellor. Máis turismo». Que el viejo Portomarín, sumergido en su día por el embalse más grande de Galicia, emerja, es algo que sucede con una cierta frecuencia. Pero hasta las rampas construidas en el viejo pueblo para acceder al río, están un par de metros por encima del nivel actual. El Miño discurre escaso y cantarín por el pueblo fantasma pero, al pie del cauce, la altura de los puentes, las barcas varadas o las marcas del embalse, crean una visión sobrecogedora.

OURENSE

Análisis semanales. Las consecuencias del bajo caudal del río son muchas; una de ellas, la merma en su capacidad de dilución. El Miño aguanta mucha metralla pero, con tan poca agua, ¿sigue siendo capaz de metabolizarla?: «Desde antes de verano ya estamos haciendo controles semanales, cuando lo habitual sería hacerlo una vez al mes», explica Mariluz García, una de las técnicas de la Confederación Hidrográfica, mientras recoge unas muestras. De momento, la salud del río es normal. Está delgado pero no está enfermo. Con este caudal, cualquier vertido queda rápidamente en evidencia. «Nosotros medimos los estándares de calidad de un agua prepotable -añade la técnica-. Y de momento no se han encontrado anomalías». Al lado del punto donde toma las muestras desemboca el río Lonia con un caudal ridículo. Y es el que debería abastecer a la ciudad, que hace tiempo que se nutre directamente del Miño. Viendo el afluente, no es de extrañar el aspecto del río. Y eso que, desde el embalse de Belesar, mantiene un caudal tutelado: fluye lo que los gestores de las presas le dejan fluir. A Ourense, el Miño llega ya después de dejar atrás algunos de sus rincones más hermosos en la Ribeira Sacra y con la carga que le ha cedido su principal afluente: el Sil, que se le ha unido unos kilómetros antes, en Os Peares.

Salvaterra

El barco que no se botó. Justo debajo del puente internacional que une Salvaterra con Monçao hay un pantalán nuevo que no se ha podido estrenar. «El otro día vino por aquí un técnico a mirar. Creo que querían poner en marcha un barco para paseos pero, claro, con tan poca agua no se puede», cuenta la encargada de un bar con vistas al río. La distancia desde el pantalán hasta la superficie del río demuestra que la instalación fue pensada para épocas de mayor alegría hídrica. Hoy, el río baja limpio y ancho, pero la marca en la trinchera que soporta el paseo fluvial no engaña: falta mucha agua, más de tres metros. «Años secos hubo toda la vida -opina Luis, un vecino de 82 años que vive muy cerca del cauce-, aunque es verdad que con este son ya tres los inviernos que llueve poco». Luis se queja más de cómo cambió la morfología del río, el otro gran problema que sufre: «Sacaron toda la piedra, desaparecieron las islas del río». El hombre cree que volverá a llover, que no hay que preocuparse tanto; dice que recuerda otras crecidas, más habituales: «El agua tapaba todo el parque». Y el parque está por encima del paseo fluvial.

O Rosal / A Guarda

«Mi abuelo pescaba desde su casa». En su último tramo, el Miño es un cauce majestuoso ante el que hay que afilar la vista para distinguir el otro lado. Tampoco es fácil determinar el cambio del río en una zona donde el efecto de la marea lo modifica constantemente: «Esto da pena. Así de bajo, nunca lo vi», confirma José Vicente, otro jubilado: «Mi abuelo pescaba desde la pared de su casa». Y señala la casa, 25 metros atrás de donde estamos. A un par de kilómetros, el Miño se diluye ya en el mar. Eso sí, haciendo el aporte más raquítico que se recuerda.