El ir y venir de los intrusos impide a un vecino recuperar la propiedad

m. CARNEIRO
Redactora

La chica de los niños pequeños y el perro, los que cultivaban marihuana y dispararon la factura de la luz, los que robaron los muebles, los de las fiestas, la señora de 50 años con su hija y su nieto... Así describe Carlos Caramés la lista de personas que algún momento de los últimos tres años okuparon la vivienda unifamiliar de la que es propietario en el número 27 de la carretera de Eirís. Este oficial industrial y futbolista aficionado, que emigró a Nueva York y a principios de los años noventa regresó a su Monelos natal, construyó la casa con sus manos, ayudando a su padre, trabajador de la construcción, en la tierra con vistas a la ría que su abuela había dejado en herencia a la madre.

Nunca llegaron a abandonar del todo la vivienda de Monelos, pero en la finca de Eirís vivieron por épocas -«los veranos sobre todo», explica el hombre-, hubo temporadas en las que pusieron la casa en alquiler y allí seguía empadronado el propietario cuando hace tres años llegaron los primeros intrusos y empezó el suplicio judicial que lo mantiene en vilo desde entonces. «Creo que hace poco entró en vigor una ley que agiliza los desalojos, no lo sé. Lo que sé es que con la huelga de funcionarios de este año hay un retraso grandísimo y somos muchos los afectados», explica este jubilado, que decidió contar su experiencia «para que la gente sepa lo que está pasando con los okupas».

Desfile de intrusos

Su caso constituye en sí mismo una peripecia que ya dura tres años, ha dejado hasta ahora dos sentencias con sus correspondientes órdenes de desalojo y va camino de la tercera, probablemente, si la suerte no cambia, con idéntico final.

«Cuando llega la policía con la orden y les pide la documentación nunca son los mismos okupas que estaban dentro cuando se puso la denuncia y no se puede hacer nada. Y vuelta a empezar», relata abrumado este hombre, que advierte: «Ellos se las saben todas. A mí me llegaron a llamar pardillo». Y en estos años no ha considerado ni un solo día hacerle caso a la policía y tapiar. O sí lo ha pensado y ha decidido no hacerlo. «¿Cerrar la casa y darla por perdida? No. Me están desplumando, porque soy yo quien paga la contribución y al abogado, pero confío en que llegado el momento podamos desalojarlos, que ellos no vuelvan a entrar, y ponerla a la venta», dice. Con okupas dentro nadie compra. Carlos Caramés vive con su hermana y en la última campaña del IBI tuvieron que pagar ciento y pico de euros más que el año pasado por la casa de Eirís, sorprendentemente ampliada.

«Pienso en el Bronx de los setenta, en calles enteras ardiendo por los problemas de la vivienda»

Una de las primeras consecuencias de la okupación de la casa fue la desaparición de los muebles y de grandes electrodomésticos como la nevera y la cocina. La póliza de seguro no cubrió nada. «Los llaman okupas, pero muchos son ladrones», se queja Carlos Caramés, que en el simulacro de diálogo que mantuvo con algunos escuchó que cuando el Ayuntamiento les diera una casa para vivir dejarían la suya o que él tenía dos viviendas y ellos tenían derecho a utilizar una.

Los primeros meses de okupación la casa de Eirís 27 todavía tenía suministro eléctrico y agua. Los inquilinos cultivaban marihuana y mantenían encendidas las luces para que las plantas prosperaran. A Carlos Caramés le llegó una factura de varios cientos de euros. Más tarde destrozaron los grifos. Se marcharon, quedaron las macetas. Otros vinieron y el percal fue similar. «Hace un año, la última vez que fui por allí con la policía, se habían metido unos que me dijeron que estaban dispuestos a pagar un alquiler de 100 euros. Creo que ya no están», dice este hombre, que a la vista de los fuegos que se han declarado en los últimos meses en circunstancias similares, teme un incendio que eche a perder aún más la propiedad. «En toda la ciudad hay muchísimas casas abandonadas, muchas en manos de los bancos, y el problema de los okupas va a más», advierte Caramés, que trae una imagen de sus años en Nueva York. «Pienso en el Bronx, en los años setenta, calles enteras ardiendo por los problemas de la vivienda», describe.