En esas poco más de tres semanas, Rueda, el conselleiro más reconocido de un gobierno eclipsado por el hiperliderazgo de Feijoo, ha pugnado para construir su imagen de presidente, que anunció al subrayar que habría un «estilo Rueda».
Él mismo, en su discurso de ayer, reconoció que algo ha cambiado. Lo hizo con su metáfora de pasar de la «sala de maquinas» al «puente de mando». Todavía fue más claro cuando afirmó: «Preocupeime un pouco menos da relevancia pública e un pouco máis de intentar axudar ao presidente Feijoo».
¿Qué ha cambiado? En su equipo creen que ha variado sobre todo la percepción exterior. Le ven como presidente porque anunció que lo sería, y lo es.
Pero él también ha cambiado. En Pontevedra, cuando anunció su candidatura, admitió que tendría que dejar de improvisar y empezar a leer sus discursos. Lo hizo, y en el debate de investidura ganó enteros entre los suyos, que le vieron «sólido» y «resuelto», aunque fue impreciso en alguna réplica a sus rivales.
En ese discurso presentó un programa de Gobierno, armado con cifras y argumentos de las consellerías. Como el primer Feijoo, Rueda se dibujó como un gestor. También fue duro en sus réplicas a la oposición, una habilidad que tenía su predecesor, pero que suele vincularse al número dos y fue atenuando.
Pero un presidente, como advirtió Feijoo, no es solo un gestor. El anterior presidente supo construir un relato a partir de su origen en Os Peares y casi se mimetizó con la palabra Galicia.
Rueda no ha llegado a ese punto, pero lo está buscando. Ayer abundó en una idea que encaja con su afición a la ruta Xacobea. Trazó una línea, un viaje temporal, entre los galaicos del Medulio y su deseo de libertad con el autogobierno de Galicia, encarnado en los cinco expresidentes de la Xunta, y ahora él mismo, que coge el relevo. Es la imagen de un presidente que peregrina al futuro acompañado de los gallegos. En el 2024, en las autonómicas, los votos dirán cuántos quieren acompañarle.
Juan Capeáns
Por más pompa y protocolo que se marque, por más altos cargos que se reúnan, el que manda es Xosé Luís Foxo. Cuando el director de la Real Banda de Gaitas de Ourense ordena, redoblan los tambores y toda Galicia se pone firme, esta vez para recibir al nuevo presidente de la Xunta. Había mucha sociedad representada entre el medio millar de invitados a la toma de posesión de Alfonso Rueda, que fue discreta, práctica, breve y familiar. Por fin, el hombre de la semana en la política gallega, algo frío y ejecutivo en sus últimos mensajes, le hizo un requiebro a las formalidades, los balances y las promesas para traspasar la barrera de lo personal y acordarse de los suyos, del ejemplo de sus padres, de su mujer y de sus hijas, que le pusieron color y sonrisas al acto celebrado en el Salón dos Reis del Parlamento. Son esos los momentos que ablandan hasta a la más dura oposición, que estuvo elegantemente representada por portavoces y diputados del PSOE y del BNG.
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