Lo malo de los ultimátums

GRADA DE RÍO

05 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Tal vez sea otro ese hombre de barba que ayer a mediodía se presentó como Carlos Mouriño en ASede. Aunque vista camisa estampada y pañuelo floral en el bolsillo de la americana, quizás ese señor que habló durante una hora no sea sino un actor contratado, un imitador. Cuesta ver en él al mismo que en enero del 2015 sostenía con delicadeza una simbólica pala que también asía su camarada el alcalde de Vigo para, entre los dos, dar comienzo a las obras de la reforma de Balaídos. Qué difícil es ver en ese hombre que ayer lamentaba con honda pena «la incontinencia verbal del alcalde» al mismo que mandó poner una mesa sobre el césped de Balaídos para estampar su firma al lado de la de Abel Caballero y sellar el mutuo compromiso por el estadio. Quién sabe. ¿Será acaso el que invitó a Caballero a la inauguración de ASede en marzo o será quizás el que diez días después dijo aquello de «Alcalde, no me sometes, no vamos de la mano»? ¿Será el hombre que en abril del 2017 anunció que había tomado la decisión «irrevocable» de que el Celta se fuese de Vigo ?«No nos vamos, nos echan»? o será el que pocos meses después ya empezaba a hablar de quedarse?

Cada tantos meses, Carlos Mouriño lanza un ultimátum. Hay momentos en los que vende el club a los chinos, entre disgustado y despechado, aunque luego nada; hay otros en los que exige al Concello que le venda Balaídos, pero después ya veremos; hay temporadas en las que avisa de que se lleva al club de la ciudad, y luego construye una sede; hay días en los que avisa de que no se vuelve a sentar con el alcalde, y ya si eso. Lo malo de los ultimátums es que, cuando no los cumples, nadie te cree.