Espeluznante aventura en Cuba

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

HEMEROTECA

Una numerosa partida de rebeldes acaba a machetazos con un grupo de soldados españoles. El gallego Jerónimo Blanco cuenta cómo sobrevive gravemente herido

18 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando dejó Meaño, rayaba los 20. Era «de baja estatura, enteco y casi barbilampiño». Y «sencillo en el decir, afectuoso». A Jerónimo Blanco le tocó en mala suerte cumplir con la patria en 1895. Su unidad estaba acuartelada en Ferrol. Lejos, en la levantisca Gran Antilla, comenzaba la tercera guerra en menos de treinta años.

En mayo, Jerónimo y sus compañeros cruzaron el Atlántico. Hicieron escala en Puerto Rico, donde una comisión popular les entregó «11.000 tabacos y 5.400 cajetillas de cigarrillos, acompañando a este obsequio el siguiente escrito: ‘‘A los soldados [...] que en el vapor Santo Domingo se dirigen a la isla de Cuba’’». Magro pago para la aventura que les esperaba.

Su misión consistía en vigilar la línea férrea de Gibara a Holguín. Lo hacían por parejas, situadas cada 50 metros. «En esta disposición y sin poder apenas cubrirse con el terreno», los sorprendió la partida rebelde de José Miró y Antonio Maceo. Fue una masacre.

En primera persona

El relato más estremecedor fue el que La Voz recogió del propio Jerónimo, repatriado tras varios meses de hospital. El día de la batalla, la zona de Piedra Picada, cerca de la población de Aguas Claras «presentaba un aspecto imponente», dice el soldado. «A nuestro frente y a nuestra espalda -explica- teníamos la [...] espesa y terrible manigua llena siempre de peligros y emboscadas [...]. A pesar de eso, yo y Fidel Feal, un muchacho de cerca del Ferrol que estaba conmigo, nos hallábamos tranquilos».

«De repente -prosigue-, vimos aparecer un numeroso grupo de insurrectos [...]. Fueron ocupando rápidamente la línea lanzando gritos y blandiendo los machetes [...]. Fidel y yo comenzamos a llamar a nuestros compañeros más próximos [...]. Acudieron cinco y formamos un grupo [...]. Antes de disparar, me adelanté yo y grité: ‘‘¿Quién vive?’’. ‘‘¡Cuba libre!’’, me contestaron. [...]. Vi caer a mi lado a dos compañeros».

Blanco reconoce que la resistencia fue breve. «Se nos acabaron las municiones, y ellos, al ver que no contestábamos a sus disparos, nos atacaron. Atravesamos la vía procurando internarnos en la manigua». Un compañero, dice, «corrió a ocultarse a un bohío próximo [...]. ¡Poco sobrevivió, sin embargo, porque allí fue el infeliz macheteado!».

Amarrados a los caballos

Fidel y Jerónimo no tardaron en ser apresados: «Entre carcajadas y gritos de triunfo nos amarraron por el brazo derecho a la cola de sus caballos». Los llevaron casi a rastras hasta un claro. «Aquello era horrible, y, de continuar mucho tiempo tal martirio, hubiera caído exánime». Allí estaba Maceo, que ordenó: «¡A machetearlos enseguida!».

Uno lo obligó a ponerse «casi en cuclillas». «Me descargó un terrible machetazo en la cabeza. Di un traspiés, me así instintivamente a un arbolillo próximo y caí de bruces. A poco sentí caer a mi compañero. Después no pude darme cuenta de nada. Solo sé que siguieron macheteándome».

«Se alejaron aquellos criminales juzgándonos muertos [...]. Oí de pronto que Feal lanzaba gritos de dolor. Bien quisiera decirle entonces que callase, que sufriese, que resistiese el dolor como yo hacía, pero me era imposible hablar», lamenta. Los verdugos regresaron. «Camarada -dijo uno-, este bicho no acaba de morir. ¡Bah! -replicó el otro-, porque tú no tienes la mano firme». Y así da cuenta Jerónimo de lo que sucedió a continuación: «Vi que empuñando el machete le descargó un golpe decisivo en la cabeza a mi compañero [...]. Después se acercaron a mí. ‘‘Este está difunto’’, le oí decir a uno’’. ‘‘Ya no volverá a chillar’’, exclamó el otro. Y me descargó un puntapié en la cara. Yo, fingiéndome el muerto, giré hacia el lado opuesto, como cediendo a la violencia del golpe. Luego se alejaron». El destacamento español enviado al lugar no dio con él hasta el día siguiente.

El periodista le pregunta si le han concedido «una cruz pensionada». «Lo he visto anunciado en los periódicos -responde-, pero yo no sé nada».