Visita guiada a los campos de fresas

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

HEMEROTECA

Un «gacetillero que siente veneración por el riquísimo fruto» aprovecha un paseo por las huertas para deslizar una sutil defensa del periodismo de calle

30 jun 2018 . Actualizado a las 12:28 h.

Casi raya el verano. En el mercado y en las tiendas manda «la reina de las frutas de primavera». Las fresas, o las freces (que también les llaman así), «con ce o con ese, con a o con e al final [...], puestas en vino con azúcar y canela, bañadas en leche, envueltas en almíbar o al natural [...], son siempre ricas, enormemente ricas».

«En la frutería, en la plaza de abastos, en el medio de la calle»... Por todos lados las ofrecen. De modo que un «gacetillero que siente veneración verdadera por el riquísimo fruto», Robustiano Faginas, cuyo apellido pervivirá un siglo después entre las firmas de La Voz, «va a permitirse, con licencia previa, rendirle una ofrenda de publicidad, contándole al lector no enterado unas cuantas curiosas noticias del proceso que media entre el momento en que la mano del labrador confía a la tierra la planta criadora y el otro en el que el mercado nos ofrece sonrosadas o rojas, chicas o grandes, aromosas siempre, las riquísimas fresas».

El trabajo del reportero

Tras rechazar «la proterva tentación de fusilar el diccionario enciclopédico por la letra efe» o cualquiera de esos «folletos que se han escrito adrede para que pueda uno prenderse con alfileres el ‘‘enterado’’ en cualquier materia», Faginas, «a patita, por supuesto», se interna en los campos de fresas del municipio de Oza, donde se dispone a «celebrar una concienzuda parola con cierto veterano horticultor que allá abajo, en un fondal, cuida mimosamente una freseira».

Salvada la sorpresa del labrador por que el reportero se interese por sus cosas, y contestada su inevitable pregunta («E logo?»), el hombre explica con detalle. Apenas quedan plantas de «aquella casta, escrupulosamente cuidada», que en las laderas bajas «se perpetuaba sin degenerar y daba espléndidas cosechas», que «duraba veinte o más años en plena fecundidad». Porque «fueron cansándose las tierras [...] y hubo que arrancar los fresales y plantar hortalizas». Los cultivadores tuvieron que buscar entonces «otros predios propicios». Curiosamente los hallaron en «tierras más bravas y altas», y al tiempo que las iban ocupando «adoptaban otras castas de fresa más productivas, aunque nunca tan finas».

Las cuatro especies

En los más de mil ferrados dedicados a este cultivo, explica el labrador, se explotan cuatro clases: «El fresón, la inglesa, la francesa y la alicantina». Por descontado, «la primera es [...] la predilecta de los paladares finos, pero no la que más produce». La inglesa es «la más azucarada, la más sabrosa y la que mejor se conserva». Luego está la francesa, «un tanto ácida, pero también grata aunque de menos duración, y por último la alicantina, que suele ser grande pero inferior en sustancia y muy susceptible de estropearse».

La producción alcanza su mejor momento «de mayo a fin de junio, prolongándose a veces a julio y agosto, sobre todo cuando el verano se presenta húmedo y no caluroso. Entonces, si el otoño viene templado y ligeramente lluvioso [...] no es fenómeno el ver ciertos años en pleno diciembre hermosas fresas, por más que cuando esto sucede, la cosecha es breve y solo pueden catarla los privilegiados de la fortuna».

¿Compensa el cultivo? «Aún cuando la tierra está todo el año ocupada y no permite otro aprovechamiento, [...] un fresal no exige más gastos que los de una sacha y una inspección de cuando en cuando para librarlo de malas yerbas, y como la tierra cuanto más arenisca y brava es mejor, no precisa abono, puesto que su empleo daría vicio a las ramas en perjuicio de la abundancia, tamaño y calidad del fruto». Con todo, «un horticultor que tenga a fresal cuatro o cinco ferrados [...] puede mandar diariamente al mercado de 15 a 20 y a veces más cestas de fresa»...

Y hasta aquí lo que se consigue «con media hora de charla, un par de pitillos bien fumados y cuatro notas», en lugar de robar el relato «en páginas ajenas».

«Madruga un día, lector, y verás [...] la simpática, la interminable procesión de las portadoras de fresa que [...] hasta el centro de la ciudad desfila con la fresca de la mañana a la hora en que esta hoja hace gemir a nuestra rotativa».