La prensa británica descubre Galicia

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

HEMEROTECA

Un grupo de periodistas ingleses desembarcan en Vigo para recorrer un país que pasa de ser «un misterio, o poco menos» a la mejor recomendación para el turista

18 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«Galicia continúa siendo un misterio, o poco menos [...]. Sus riquezas naturales, sus maravillosos paisajes, sus joyas arqueológicas, sus industrias están, por decirlo así, recién descubiertas». Son palabras de Arthur M. Moody, redactor del The County Express que recorrió Galicia en 1910 junto a varios colegas británicos.

Los periodistas llegaron a Vigo a bordo del vapor Hillary a finales de julio, invitados por la recién creada Asociación para el Fomento del Turismo en Galicia. El objetivo era hacer promoción en la prensa del Reino Unido, hoy tan amiga de incluir parajes galaicos en sus cotizadas listas. La Voz prestó especial atención a la visita, y a partir de agosto recogió de los periódicos ingleses el resultado de la iniciativa.

«Velocidad pasmosa»

Casi todos los miembros de la expedición coincidieron en que se encontraban en una tierra de contrastes. «El carro de bueyes, chirriante y pesado, tiene a veces que detenerse en los apartados caminos aldeanos al sonido metálico de una bocina automovilesca, heraldo que anuncia la llegada de un verdadero jefe, pues los chauffeurs españoles llevan sus coches a una velocidad pasmosa tomando las vueltas con rapidez de vértigo. En algunas ciudades, los serenos, de pintoresca vestimenta, cantan bajo las arcadas de los soportales las horas de la noche», explicaba Moody, al que sorprendieron ciertas similitudes con su país. «A lo largo de los caminos hállanse cabañas en las que pueden reconocerse los detalles característicos de iguales viviendas en Irlanda. Sin ventanas ni chimeneas, el humo del hogar halla salida por entre las tejas».

Miss Adams, una de las cuatro mujeres del grupo, destacaba en la revista Truth su primera impresión desde la cubierta del barco: «Se ofrece a nuestros ojos Vigo, envuelta en un manto de innumerables lucecillas que en su parpadear parecen decirnos en un lenguaje misterioso palabras de fraternidad y bienvenida. Hasta la misma naturaleza parece haberse preparado a recibirnos». «Galicia, la terriña, como la llaman sus hijos [...], es el país de las contradicciones, en donde los trenes avanzan arrastrándose penosamente y los modernos automóviles cruzan con increíble rapidez los tortuosos y arriesgados caminos; en donde las mujeres muelen el grano por el mismo rudimentario procedimiento que Abraham conocía; en donde [...] los ingenieros ingleses construyen buques de 600 pies de largo».

Lo que maravilló a A. R. Hill, director del Cambridge Chronicle, fue Santiago. «Nunca olvidaré mis vacaciones de verano del año 1910 -escribió-. Mientras mis compatriotas se dispersaban en nuestras islas [...], me encontraba yo junto al magnificente altar de plata de la catedral compostelana, contemplando el vaivén del gran incensario, que es uno de los mejores espectáculos del mundo».

Hizo más descubrimientos: «El grano se almacena, mientras no es necesario, en curiosos pequeños graneros que son característicos del paisaje gallego; son largos, estrechos, levantados sobre muros o columnas». Y vio «mujeres denodadas» que llevaban «enormes pesos sobre sus cabezas, pisando con desnudos pies y rápido paso».

«Se vigilan los pies»

Lo que sigue es una escena que anotó cuando los invitaron a pescar «el delicado pez que los españoles llaman trucha». «Varias mujeres aldeanas dedicáronse a freír peces en inmensas sartenes, colgadas sobre hogueras». La «alegre comida» se sirvió en «rústicas mesas, con vajilla y copas para vino». Al comenzar «los inevitables sones de la gaita», hombres y mujeres se echaron a bailar «la danza de los molinos (muiñeira), el baile favorito, en que las parejas no se tocan pero se vigilan cuidadosamente los pies».

«En Galicia existe todo cuanto puede interesar al turista», concluyó James Baker. El «ilustre secretario de la British International Association of Journalists» escribió en el Evening Standard: «Hemos pasado por entre frondosos viñedos, hemos atravesado anchos campos sembrados de maíz, hemos admirado corpulentos y fecundos frutales [...]. En algunos puntos, el agudo perfil de las montañas, débilmente velado por una tenue neblina, trae a la memoria el recuerdo de las aéreas montañas griegas. Y las amplísimas rías, de belleza incomparable, hablan al viajero de aquellos fjords noruegos». «En Galicia, país de poéticas leyendas, puede hallar -aun quien, como el cronista haya dedicado a viajar cuarenta años de su vida- impresiones nuevas y desconocidas sensaciones. Es la mejor recomendación que puede hacerse».