Tiempo de vendimia

Álvaro Cunqueiro

HEMEROTECA

16 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Lamenté, en verdad, no poder ponerme en Betanzos para celebrar la fiesta de la vendimia, y decir que aquel vino de allí, tan mocito, todavía racimo en las viñas, y al que siguiendo esa escuela que en Francia encontró cuasi teólogos, y que sostiene que hasta las nubes que pasan y las canciones que se cantan al vendimiar influencian la uva, y por ende el vino, debiera contagiársele algo de la grave madurez del paisaje betanceiro en septiembre; por decirlo una vez más, uno no cree pecar: en pintura, oros, violetas y carmines de los venecianos; todos los estíos y otoños hay en Betanzos, al aire libre, una exposición de pintura veneciana, y el Veronese y el Tintoretto mandan esos países de opulentas colinas y lejanas marinas luminosas que pusieron por fondo en sus cuadros... Y pues llevo investigado algo en los ritos vendimiarlos, me hubiera gustado que se ensayase alguno.

El griego creía que un rito rectamente cumplido era infalible y yo estoy con él, diciendo que el humano corazón pone las rosas en abril y los racimos en septiembre en la memoria de Dios. Por septiembre para impetrar la fecundidad de las viñas, el griego celebraba las fiestas ascollas, en honor de un juvenil Baco Ascollo, de ensortijada cabellera, en la que se enredaban racimos.

Y el gran número de estas fiestas era el salto sobre el odre: se hinchaba de aire un odre, y se embadurnaba al exterior con aceite, y los jóvenes saltaban a pata coja sobre él, intentando sostenerse en el resbaloso cuero con solo un pie, lo que no era fácil. Si el odre estaba lleno de vino, se le concedía por premio al vencedor.

No se discute el origen campesino de este juego, y Aristófanes, en su comedia Pluto, lo alude. Según Eratóstenes lo inventó Icario, aquel que aprendió de Baco a cultivar las viñas y el primer viñador fue y cosechero de vino que hubo en el mundo.

Tuvo una triste muerte: pasaban unos pastores, al lusco vespertino, Junto a la bodega de Icario, -la primera bodega, amigos: el primer vino guardado en las panzudas ollas, en la sombra y en el silencio-, e Icario, generoso de su descubrimiento, los convidó a vino; los pastores se emborracharon, y creyendo que Icario había intentado envenenarlos con aquel rojo licor ardiente, -el primer vino fue el tinto-, le dieron muerte horrible con sus bordones. Júpiter colocó a Icario entre los astros, y se le tuvo por un dios... Pudimos haber hecho ascollasmo, como griegos y romanos, en Betanzos, en estos días de vendimia. En Provenza, cuenta Glono, «en esa tierra en la que siempre está a punto de resucitar el paganismo» se celebran diversos ritos vendimiarlos, algunos comunes al pan y al vino, y es el más hermoso al que obliga, en vísperas de vendimia, a la familia propietaria de las viñas a ir a hacer entre ellas la comida de la tarde, cocinando y comiendo en el viñedo, al que en la conversación se alude como casa, hogar, y se le pone al vino asiento cabo el fuego, primero, y plato en la mesa, después, y se le da a beber a la tierra vino de la anterior añada, y el cabeza de familia, que está cubierto con un sombrero de paja adornado con una cinta de la que cuelgan monedas antiguas, cada vez que sirve comida en el plato de Don Vino, o tira a la tierra el contenido de una jarrina, se quita el sombrero, reverente, y dice que aproveche.

Se trata de domiciliar, de atraer y retener, los espíritus que yacen en la uva, y son capaces de transformar «fermentos divinales» que alabo Paracelso, el mosto en vino. ¿Quién rechazarla en Betanzos, en las jornadas vendimiales, ir a cenar al campo, entre las vides, y encender vera de ellas solemnes y vivaces hogueras crepitantes. En Provenza, para cristianizar la fiesta, llevan de cada casa a las viñas una imagen de un santo: San Francisco, San Antonio Abad, San Benito, San Pedro y los anárgiros Cosme y Damián y e| romero Roque, son los pedidos, y se les pone altarcillo en una cepa y se canta y se baila hasta el alba. Lo que no recomendará que hagan en Betanzos es lo que parece que fue costumbre, secretamente arrastrada por los siglos en Sicilia, en tiempo de vendimia: matar un extranjero, y enterrarlo en los viñedos al comenzar a vendimiar. Pero había que matarlo en la viña, y que diera su sangre a la tierra. El Marsala, el Corvo, El Zucco, conservaron así su poder y perfume. Eran vinos buscados para bebedizos y envoltura de venenos resolutivos(...)

Repito que siento no haber Ido a Betanzos pero no dejaré pasar el mes sin ir a probar el mosto. Todavía colgarán los venecianos. entre cielo y tierra de las Mariñas, sus hermosos, aterciopelados, ricos y profundos países.