Vicios y virtudes de la patineta

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

HEMEROTECA

El «aparato semiinfantil» sobre el que ha puesto el ojo la DGT ha protagonizado en el último siglo fiestas, récords deportivos y, cómo no, algún que otro incidente

20 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Una pequeña plataforma razonablemente sólida, un par de ruedas (mejor tres) y un manillar para conducir y mantener el equilibrio. Pocos vehículos habrá tan sencillos como el patinete, la patinette, la patineta o el patín, todos ellos nombres que ha tenido, según gustos y épocas, el «aparato semiinfantil» que la Dirección General de Tráfico estudia meter en cintura.

Es invento antiguo, dice este fragmento publicado en La Voz en 1934 con motivo de una exposición en Berlín: «Una estatuita egipcia nos revela que los niños de la época faraónica practicaban la patineta». Y sigue dando que hablar. Quizás porque a la vieja propulsión a pierna suelta se han sumado sistemas mecánicos que lo hacen volar. ¿O no será para tanto...?

En las primeras décadas del siglo XX, las carreras de patinetes eran habituales en los programas de fiestas. El espejo en el que se miraban los participantes era «Enrique Agulló, conocido deportista madrileño» que logró en 1927 «un triunfo de la patinette» al «efectuar el recorrido Madrid-Santander y vuelta [...]. ¿Y saben ustedes qué velocidad obtuvo?». No mucho más baja que la que alcanza un aparato actual. Un grupo de ciclistas que lo acompañaron detallaban: «Ha sacado un promedio de 15 kilómetros, pero ha habido momentos en que nos ha asombrado [...]. En el descenso de Bárcena de Pie de Concha alcanzó a 50 y 60 kilómetros por hora [...]. Nosotros nos quedamos arriba, no nos atrevimos a lanzarnos en bicicleta».

Monjas motorizadas

Eso, sin necesidad de motor, cuyo uso tampoco es nuevo, como demuestra el pie de la fotografía superior, publicada en el periódico en 1965. Decía: «Estas monjas-enfermeras del Hospital de Santa Isabel de Granite City, en Illinois (EE.UU.), están contentísimas con las patinetas motorizadas que les han comprado. Van de un lado a otro por los pasillos y llegan pronto a todas partes sin cansarse. Todavía no ha habido ningún accidente de circulación en el mismo hospital. Las monjas guardan las reglas de tráfico y observan una prudente velocidad, salvo en casos de urgencia».

Pero más que deportistas y religiosas, los principales usuarios han sido siempre los niños. Y, al tiempo, quienes han sufrido más accidentes. Algunos, incluso mortales, como le ocurrió a un pequeño de Teo que en 1936 fue golpeado por un coche en la salida de Santiago hacia Pontevedra. Otros siniestros, aunque graves, no llegaron a fatales. «Los niños de Carral Pablo Louro Ferreiro y Jesús Santos Castelo [...], al bajar montados en una patinete por la pendiente que existe en el lugar denominado Puente Lago, se estrellaron contra un árbol de la carretera. Pablo se produjo la fractura completa del fémur derecho, por su tercio medio, erosiones en la cara y mano derecha y ligera conmoción cerebral [...]. Jesús sufre la fractura, con hundimiento, de la región frontal izquierda, herida [...] en la pierna derecha y conmoción cerebral».

Dos niños turistas

Y otras veces las consecuencias no pasaron de la reprimenda paterna... o policial, como les sucedió a dos mozalbetes ferrolanos a quienes en 1933 se les dio por emular al tal Agulló y viajar a A Coruña. «Fueron detenidos en la plaza de Pontevedra Benito Domingo López, de 14 años [...], y Santiago Rodríguez Dopico, de 13 [...]. Salieron de Ferrol anteayer a las cuatro de la tarde, haciendo el viaje en patinete. Venían a La Coruña con el deseo de conocer la población. Todo un viaje de turismo, como puede verse. Hicieron noche en Puentedeume, y a las seis de la madrugada de ayer continuaron [...], y a las cinco y media de la tarde arribaron a La Coruña. Total, doce horas de viaje para conocer... la comisaría de policía coruñesa. Se dio cuenta a sus padres para que vengan a recogerlos».