Un conservador de 31 años llega con ventaja a las urnas mañana en Austria

Patricia Baelo BERLÍN / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

LEONHARD FOEGER | Reuters

Sebastian Kurz podría gobernar en coalición con el partido de la ultraderecha

14 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En febrero del 2000 toda Europa estaba pendiente de Austria, que, al permitir por primera vez la entrada de la ultraderecha en el Gobierno, se ganó la desaprobación y las sanciones de sus socios. Más de una década y media después, cuando el temido efecto contagio es una realidad y los xenófobos se han extendido como una plaga por Francia, Holanda y Alemania, nadie parece prestarle atención. Sin embargo, el pequeño país alpino es hoy más que nunca el espejo del continente, pues refleja mejor que ningún otro la crisis del bipartidismo debido al descontento y el giro a la derecha de la población.

Así se desprende de las elecciones anticipadas de este domingo, en las que 6,3 millones de personas están llamadas a las urnas en medio del temor a perder su estatus socioeconómico y a convertirse en blanco del yihadismo desde que en 2015 uno de los 20 países más ricos del mundo acogiera a 150.000 refugiados. Pese al bajo desempleo y a que hasta ahora Austria no ha sufrido ningún atentado, la crisis migratoria ha provocado un brote de racismo entre la ciudadanía y cambiado el orden de prioridades de los grandes partidos, que cerraron ayer su campaña con la promesa de frenar el flujo de llegadas y endurecer el asilo.

Todos los sondeos auguran una victoria del conservador Sebastian Kurz, que con apenas 31 años aspira a convertirse en el dirigente más joven de la UE por delante de Emmanuel Macron. Ministro de Exteriores desde 2013, asumió en mayo las riendas del desgastado ÖVP, al que en cuestión de meses hizo remontar más de diez puntos y encabezar las encuestas con el 33%. Un éxito que no tiene que ver con su programa, impreciso y flojo de contenido, sino con el lavado de imagen con el que ha transformado a su formación en un movimiento similar al En Marcha! del presidente galo, con correligionarios tan atípicos como una antigua saltadora de pértiga paralítica.

Kurz también ha sabido capitalizar el creciente rechazo a los inmigrantes, al aprobar medidas como el cierre de la ruta de los Balcanes o la prohibición del burka. La joven promesa conservadora critica a las oenegés que rescatan a refugiados en el Mediterráneo y propone alivios fiscales a los trabajadores austríacos, que costearía mediante una reducción de las ayudas a los extranjeros. Una línea que le acerca al candidato del islamófobo FPÖ, Heinz-Christian Strache, quien le acusa de haberle robado ideas para desplazarle así hasta el segundo lugar. Un puesto que, con el 25% de los apoyos, se disputa con el líder del socialdemócrata SPÖ, Christian Kern.

El joven Kurz es un político competente. No obstante, su imagen se ha visto deteriorada por una serie de errores cometidos durante la campaña, y solo un año y medio después de colocarse a la cabeza de su formación, ha anunciado que, de no ganar los comicios, pasará a la oposición. No es de extrañar teniendo en cuenta que la gran coalición de socialistas y populares se rompió en mayo tras meses de disputas, provocando así el adelanto de las legislativas. Por eso, salvo que haya sorpresas de último minuto o que el SPÖ recule, el xenófobo y euroescéptico FPÖ podría ser el socio minoritario del Gobierno de Kurz, lo que catapultará a Strache a la vicecancillería.

Una campaña sucia sin precedentes

Al igual que ocurrió con las presidenciales celebradas la pasada primavera, los dos grandes partidos se lo han puesto en bandeja a la ultraderecha. A comienzos de año, los socialdemócratas contrataron como asesor de campaña al israelí Tal Silberstein, conocido por sus métodos nada ortodoxos y que fue arrestado por fraude y soborno. Aunque le despidió, Kern se defiende desde hace semanas de las acusaciones que relacionan a su partido con dos páginas de Facebook que difundían historias falsas antisemitas para desacreditar a Kurz, su principal rival. El escándalo le costó el puesto al secretario general del SPÖ, Georg Niedermühlbichler, el pasado 30 de septiembre. Está, además, en el origen de un cruce de demandas judiciales que ha terminado de menoscabar la ya maltrecha confianza del electorado en el bipartidismo austríaco.