El alemán Manfred Weber será el cabeza de cartel del PPE para elecciones europeas

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Markku Ulander | dpa

El eurodiputado germano tenía el beneplácito de todas las grandes delegaciones, incluidas las alemanas, la francesa, la italiana, la española o la húngara

08 nov 2018 . Actualizado a las 14:06 h.

El Partido Popular Europeo (PPE) ya tiene candidato para sustituir a Jean-Claude Juncker al frente de la Comisión Europea si los populares repiten victoria en mayo del 2019: su apuesta es el eurodiputado alemán Manfred Weber (CSU), que ha conseguido el beneplácito de todas las grandes delegaciones, incluidas las alemanas (CDU), la francesa (Republicans), la italiana (Forza Italia), la española (PP) o la húngara (Fidesz). Hombre tradicional, de fuerte convicción católica y político prudente, ha conseguido el 80 % de los votos frente al 20 % logrado por el otro aspirante, el exprimer ministro finlandés Alexander Stubb.

Weber se ha forjado una importante fama en torno a su capacidad para gestar consensos. El grueso de su experiencia se localiza en la Eurocámara, como político acostumbrado que es a «articular mayorías parlamentarias» y a gestionar un heterogéneo grupo que incluye a eurodiputados del Fidesz de Viktor Orbán, así como de Forza Italia, los alemanes de la CSU y la CDU, y el PP español, entre otros. En su gabinete destacan que supo gestionar tanto la gran coalición en el Parlamento Europeo con los socialdemócratas a principios de legislatura, como el llamado «grupo de los seis», un frente común de todas las fuerzas políticas del hemiciclo a favor de la Unión para dejar fuera de juego a los euroescépticos en las votaciones más importantes.

Diversas fuentes cercanas destacan de él, según Efe, que es un hombre tradicional, de iniciales bordadas en sus camisas, que disfruta de la vida rural bávara y que es tan amante de las reglas como todo buen alemán; que es un hombre que disfruta volviendo a su pueblo los fines de semana, Wildenberg (Baviera), donde vive con su esposa con la que no tiene hijos; que no le gustan ni las salidas nocturnas ni las reuniones informales en bares. Sí, rodearse de europeos del Sur y el Este en sus equipos, y en las conversaciones suele preferir escuchar a hablar. Su perfil es, en definitiva, muy distinto al de su predecesor.

Preguntados miembros de su equipo sobre hasta qué punto confía Weber en que va a acabar siendo el presidente de la CE, creen que si se ha prestado a la carrera de Spitzenkandidaten es «porque cree en ello». Apuntan, sin embargo, que es una persona cauta, consciente de que el Consejo Europeo tendrá la última palabra. «Lleva demasiado en política como para confiar a ciegas en nada», coincidieron en señalar sus colegas.

¿Está preocupado porque la canciller alemana, Angela Merkel, quiera dar un paso al frente sorpresivo tras las europeas para ocupar un puesto en Bruselas? Parece que no; quienes trabajan en su gabinete destacan su querencia por anticiparse a los acontecimientos hasta límites insospechados y su gran prudencia, de la que ya hizo gala, por ejemplo, antes de ser confirmado como presidente del grupo parlamentario popular en la Eurocámara, cuando no quiso cantar victoria hasta la elección a pesar de ser el único candidato. Explicó a Efe otra fuente de su equipo que Weber lleva más de dos años recabando apoyos en las veintiocho capitales comunitarias, y que no se hubiera prestado si no supiese que puede ganar con holgada mayoría.

Cuando le preguntan cómo es que después de tantos años en Bruselas no habla francés, aspirando además a ocupar un puesto clave en las instituciones, Weber suele contestar que es un hombre de ciencias. Mientras el otro contendiente, el finlandés Alexander Stubb, alardeaba en redes y entrevistas de su forma física -corre a diario-, el alemán apenas tiene aficiones conocidas, aunque en su vídeo de campaña recordó su etapa como guitarrista de un grupo musical aficionado. Sí tiene ambiciones: «tender puentes» entre las instituciones y los ciudadanos y, si es elegido sucesor de Juncker, pretende promover algunos cambios en Bruselas, como que las decisiones del Consejo se tomen por mayoría cualificada y no por unanimidad o que «se termine con el poder de facto de diplomáticos y burócratas para devolverlo a los políticos».