Una mala solución para un problema mal planteado

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

Un niño mexicano mira a través del muro que separa a su país de Estados Unidos en Calexico (California)
Un niño mexicano mira a través del muro que separa a su país de Estados Unidos en Calexico (California) Carlos Jasso

Trump pretende evitar que México se beneficie de la guerra comercial de EE.UU. con China

01 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La elección de Donald Trump en el 2016 tuvo un efecto inmediato en la frontera con México. El número de personas que intentaban cruzarla ilegalmente cayó de golpe, no en respuesta a ninguna medida concreta de Trump, porque no las hubo, sino únicamente a su retórica. Lo que Trump no podía imaginar es que se trataba de algo provisional: los que habían pensado en viajar ilegalmente a Estados Unidos estaban, simplemente, esperando a ver qué ocurría. Cuando se vio que Trump, a pesar de todo el ruido, no tenía los medios para imponer nuevas restricciones, el número de intentos volvió a subir rápidamente, hasta más que doblar la época anterior. Parte de este aumento es una adaptación: los inmigrantes viajan ahora con sus familias, en vez de mandar a un joven para que busque la legalización y luego la reunificación familiar. Así, aunque se corren más peligros, es más fácil evadir la deportación. El resultado es que el problema humanitario en la frontera se ha agravado hasta convertirse en una seria crisis. Y también se ha agravado la frustración de Trump con un asunto en el que le resulta imprescindible presentar algún logro de cara a las próximas elecciones presidenciales.

Extraña mezcla de política comercial e inmigración

De esa frustración nace la idea de imponer aranceles a México, al que Trump quiere traspasar la mala imagen del control fronterizo. Ya casi nadie emigra de México a Estados Unidos -de hecho, muchos mexicanos están volviendo, gracias a la recuperación económica del país-, así que, si México frena a los inmigrantes centroamericanos en su frontera con Guatemala, el problema humanitario lo tendrán ellos dos. De paso, Trump pretende evitar que México se beneficie de la guerra comercial de Estados Unidos con China -ya lo estaba haciendo-, y que China acabe utilizando a México para evadir los aranceles norteamericanos. Naturalmente, como le han recordado en las últimas horas a Trump, incluso desde dentro de su propio partido, está mezclando peligrosamente dos cosas que no tienen nada que ver: la política comercial y la de inmigración. Pero también esas críticas hay que tomarlas con cautela: muchos se oponen a los aranceles no porque sean siempre ineficaces ni por motivos humanitarios, sino por ortodoxia liberal.

¿Funcionarán los aranceles en este caso? Para lo que quiere Trump, es posible que sí: el presidente mexicano López Obrador ya ha empezado a recular, aunque, como siempre, envuelto en la retórica antiimperialista. Sin embargo, Trump pronto comprobará que no existen soluciones mágicas para la inmigración en masa, y que México no va a tener más éxito que Estados Unidos a la hora de pararla. El precio de esta constatación, por desgracia, podría acabar siendo alto. Aunque los fanáticos de la globalización exageren los efectos nocivos de los aranceles, es cierto que cuando quien los impone es una superpotencia como Estados Unidos sus consecuencias son imprevisibles. Todavía no han entrado en vigor y ya se han empezado a notar, entre otros lugares en España. Como tantas ideas de Trump, es una mala solución para un problema mal planteado.