La «Revolución del agua» agita Hong Kong

María Puerto EL MUNDO A LOS CUATRO VIENTOS CHINA

INTERNACIONAL

TYRONE SIU

Los manifestantes están ganando el pulso frente a los abusos de China

16 sep 2019 . Actualizado a las 18:27 h.

Corear la canción Glory To Hong Kong en los centros comerciales se ha convertido en el último acto subversivo para pedir reformas democráticas en la excolonia.

 El enfrentamiento coral entre los que cantan el himno chino y los que tararean una canción recién compuesta convertida en himno alternativo de la excolonia, al menos, es una forma civilizada de mostrar la tensión entre China y Hong Kong.

El tema, en el que abundan las palabras libertad y coraje, se ha sumado a la banda sonora de las protestas que desde hace 15 semanas sacuden la ciudad. Hasta ahora el tema de Los miserables, era el más interpretado en las manifestaciones.

Reunirse y cantar es una performance efectiva: cualquiera se puede sumar, no compromete a nada y no se puede perseguir. Es un buen ejemplo de cómo los activistas de la bautizada como Revolución del agua son capaces de implicar a la sociedad. El nombre proviene de unas conocidas declaraciones del maestro de Kung Fu, Bruce Lee: «Sé sin forma como el agua… el agua puede fluir, o puede estrellarse, sé agua, amigo».

«Sé agua» se ha convertido en el lema de las protestas. Los activistas defienden que hay que ser como el agua: «rápida y tranquila, suave como el rocío y dura como el hielo» y sobre todo adaptable.

Las enseñanzas de Bruce Lee, un ídolo local, se han transformado en tácticas de guerrilla urbana. Organizan acciones rápidas, convocadas a través de las redes sociales y se disuelven velozmente para esquivar a la policía y reagruparse en otro distrito.

Los manifestantes llevan más de tres meses manteniendo un pulso en las calles contra el Gobierno de Carrie Lam. A la petición inicial de retirar la polémica ley de extradición a la China, que ya han conseguido, se han sumado la reivindicación de reformas democráticas.

Durante la Revolución de los paraguas, en 2014, se ocupó el centro financiero durante 79 días para exigir el sufragio universal, sin éxito. Del fracaso han aprendido. Ahora han optado por convocar manifestaciones masivas los fines de semana, junto a multitud de pequeños actos para mantener la tensión en las calles y conseguir visibilidad mediática.

Las acciones son fugaces y aunque en las últimas semanas han derivado hasta actos vandálicos y violencia, mayoritariamente son pacíficas.

Intentan no cometer los errores de hace cinco años. La mayoría de los líderes estudiantiles, como Joshua Wong, acabaron en los juzgados y condenados a prisión.

Es por ello, que una de sus peticiones es la puesta en libertad sin cargos de los más de 1.200 detenidos y que no se califique de «disturbios» las protestas. La ley de Hong Kong castiga hasta con diez años de cárcel participar u organizar disturbios.

Ahora no hay caras visibles del movimiento. Se organizan en pequeñas células sin jerarquía. Pero, sobre todo, han sido muy creativos a la hora de organizar actos de protesta para mantener la tensión con el Gobierno. Ha habido manifestaciones de madres exigiendo a Carrie Lam que no pegue a sus hijos, protestas de funcionarios, jueces y abogados desfilando en silencio por el centro contra la ley, concentraciones al grito de «metoo» contra los abusos policiales que sufren las mujeres detenidas, huelgas, cadenas humanas imitando la vía báltica…. E incluso se ha podido ver una concentración organizada por veterinarios para denunciar los efectos de los gases lacrimógenos en las mascotas y gatos callejeros.

En la Revolución del agua los estudiantes no son los únicos protagonistas. La protesta es transversal y ha unido a una gran parte de la población. La batalla de la opinión pública la están ganando los manifestantes. Cuando el 1 de septiembre los activistas colapsaron los accesos al aeropuerto y se cortó el transporte público, hubo coches particulares y taxis que voluntariamente recogieron los manifestantes para que pudieran volver a casa.