José Abellán, cardiólogo: «Cada vez hay más infartos a edades más jóvenes»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

El doctor José Abellán es uno de los cardiólogos más seguido en redes.
El doctor José Abellán es uno de los cardiólogos más seguido en redes.

El experto lamenta que en el sistema sanitario no se ponga parte del foco en prevenir que la patología del corazón aparezca

25 may 2023 . Actualizado a las 18:31 h.

El doctor José Abellán se lleva el trabajo a casa. Es cardiólogo a tiempo completo; primero, en el Hospital General Universitario Santa Lucía de Cartagena, como cardiólogo intervencionista, y después en redes sociales, donde combina su afán divulgativo e investigador ante sus más de 125.000 seguidores en Instagram. 

El especialista lamenta que muchos vean la enfermedad cardiovascular como un peso que les ha caído encima por mera casualidad, sin apenas margen de maniobra. Todo lo contrario. Abellán defiende que unos buenos hábitos de vida tienen más influencia en la salud que «una, dos o tres pastillas». Ahora publica Lo que tu corazón espera de ti (Grijalbo, 2023) porque si la gente aprende a prevenir, no tendrá que curarse en la mayoría de los casos. 

—En la introducción lamenta que la medicina no tome en serio el éxito que tiene la prevención. 

—Sí. Es decir, en el mundo occidental, y en España en particular, tenemos un sistema sanitario que es fantástico, que está en boga y actualizado, utilizamos los mejores tratamientos existentes y las mejores de las evidencias científicas en pro del paciente. Pero, pese a esto, no somos demasiado buenos previniendo la aparición de la enfermedad. Actualmente, más del 90 % de los pacientes que sufren un infarto y llegan al hospital, vuelven a su casa. Somos muy eficaces tratando la enfermedad, sin embargo, el sistema sanitario no está enfocado de un modo en el que se evite que esta patología aparezca.Si consiguiéramos evitar que la enfermedad apareciese, no sería necesario someter a las personas a tantos tratamientos con el efecto adverso y el riesgo que puede suponer. 

—Dice que cada vez es más frecuente encontrarse a pacientes jóvenes con infarto y otros problemas de corazón. ¿Se conocen las causas?

—Es cierto que existe una predisposición genética a padecer una enfermedad cardiovascular, pero el peso que esta tiene en la actualidad es menor comparado al que tienen los hábitos de vida. Nuestra fisiología y cuerpo, o lo que digo en el libro, lo que nuestro corazón espera de nosotros, es que vivamos en una ambiente con unas determinadas condiciones que optimicen nuestros genes, para que funcionemos mejor y se evite la enfermedad. Por el contrario, vivimos desconectados de lo que nuestro cuerpo necesita y eso hace que, con los años, funcione peor y aumente el riesgo de padecer una enfermedad como un infarto. Cada vez tenemos más casos a edades más precoces y esto es, sin duda, porque los hábitos son más peligrosos y ponen más en riesgo la salud. 

—Aun así, los genes están ahí. 

—Claro. Es decir, hay diferencia entre un infarto, que es la causa más frecuente de muerte, y otras patologías como una enfermedad del músculo cardíaco, las cuales sí tienen más influencia de la genética. Sin embargo, si tuviese que dar un mensaje global y lo más certero posible sería que, pese a que nuestros genes pueden hacer que tengamos más o menos riesgo de una enfermedad, el ambiente tiene mayor peso. Lógicamente, no podemos actuar en nuestra carga genética, pero sí en lo que le damos. Es la adaptación de nuestro organismo al ambiente lo que puede aumentar o disminuir el riesgo. Pensar lo contrario sería muy perverso, porque parece que el infarto llega a partir de los 40 por una cuestión de mala suerte, de que es algo que nos toca. Nada de eso. La enfermedad cardiovascular va poco a poco, lentamente. Nos da la sensación  de que aparece de repente, pero cuando hacemos autopsias a gente muy joven que ha fallecido, ya podemos ver los primeros estigmas de la enfermedad cardiovascular en sus arterias. Ahí ya se ven pequeñas placas que en un primer momento no supone un problema, pero con el tiempo sí lo hacen. 

—¿De qué forma se puede influir en el peso que tiene la carga genética?

—Hay cuatro grandes pilares que se interconectan unos con otros. Uno es una alimentación adecuada, la cual se puede resumir muy fácil en alimentos naturales. Un ejercicio físico regular, porque el movimiento retroalimenta nuestros genes y permite que el organismo viva con salud y sin generar enfermedad. El tercer pilar es vivir en sincronización con nuestro medio que es el planeta tierra, vivir acorde a sus ciclos, descansar por la noche y exponerse al sol durante el día; y el cuarto, sería estar en conexión con la naturaleza y con nuestros semejantes, porque somos seres sociales. Esto no significa que nos tengamos que mudar al monte, sino que pienso que somos lo suficientemente inteligentes como para entender todo esto y adecuar nuestra vida de ahora a lo que nuestro cuerpo demanda. Así viviremos mucho más sano y mucho más tiempo. 

—En el libro recuerda que mucha gente no sabe que, a partir de la menopausia, la mujer tiene tanto riesgo cardiovascular como el hombre. ¿Es algo que se ha dejado de lado hasta ahora?

—Tanto los pacientes como el sistema sanitario no ha estado tan atento a ellas. Es cierto, que clásicamente los profesionales de la salud no hemos tenido tan en cuenta esa diferencia. 

—¿A qué se debe?

—A los estrógenos. Estas son las hormonas que reinan en el ámbito hormonal femenino hasta que llega la menopausia. Tienen un papel protector desde el punto de vista cardiovascular, porque a pesar de cumplir una función sexual fundamental, equilibran la presión arterial, mejoran el perfil lipídico, el perfil de sensibilidad a la insulina, ayudan a mantener un peso estable y cuando desaparecen porque llega la menopausia, se desencadena una cascada o perfil hormonal que desequilibra todo esto aumentando la presión arterial o la resistencia a la insulina. Este conjunto de cambios hacen que haya más riesgo de sufrir un infarto. Para más inri, los síntomas de la mujer son algo distintos a los del hombre porque, posiblemente debido a este perfil hormonal, la patología se desarrolle de una forma diferente. En el varón, especialmente en el joven, el infarto ocurre por una oclusión concreta de la arteria del corazón. Si bien en la mujer esto también suele ocurrir, también puede deberse aunque no es lo más común, a una disrupción de la capa interior de nuestras arterias. Es decir, en el hombre se ocluye pero en la mujer se rompe sin que exista una gran carga de colesterol. 

—Siempre se insiste en que los síntomas no son iguales. 

—Eso es. Vamos a ver, el principal en ambos es el dolor de pecho. Pero en la población femenina, con más frecuencia, el infarto tiene otros síntomas como náuseas, malestar general, sudoración, en lugar de dolor en el pecho aparece en la mandíbula o en el brazo izquierdo o incluso en los dos. Eso puede explicar que tanto en la mujer, que se sienten raras, como en los profesionales, no pensáramos en un infarto. Eso sí, pese a que el riesgo de la mujer se iguale a partir de la menopausia, es importante entender que nuestros hábitos de vida nos pueden proteger y hacer que este cambio importe muy poco. 

—La teoría que sigue imperando en la medicina es que existe un colesterol malo y otro bueno. Sin embargo, usted dice que no es así, que no hay ni uno, ni otro. ¿Tenemos un error en la concepción?

—Sí, es un error. A mí me parece muy bien que se crea que existe un colesterol que es peligroso y otro que no, pero decir que uno es malo y otro es bueno no es cierto, porque es el mismo. Es un error de concepto muy claro. Lo que ocurre es que el colesterol, al ser un lípido, tiene que ser transportado por nuestra sangre. Es a este transportador al que se conoce como colesterol bueno o malo según el tipo que sea, aunque lo cierto es que solo son camiones. Es decir, lo que lleva dentro de colesterol es igual en uno que en el otro. Respecto al conocido como malo, que en realidad es el transportador de colesterol de baja densidad o LDL, sabemos que su nivel y su calidad se asocia a un mayor riesgo de sufrir enfermedad cardiovascular. Cuanto más alto esté, más riesgo. Y al contrario si lo tenemos bajo. Por otro lado, está el colesterol conocido como bueno, del cual no tenemos tan claro que proteja del infarto aunque sí se asocie con un menor riesgo cardiovascular. Aquí, hay factores protectores que lo aumentan, como el ejercicio, por lo que cuando analizamos qué es lo que no está protegiendo de la enfermedad del corazón, la importancia radica más en la actividad física. 

—Entonces, ¿de dónde sale esa diferencia?

—Desde el inicio, cuando empezamos a investigar qué ocurría con los infartos, nos dimos cuenta de que se debían a placas de colesterol en las arterias, que se acumulaban y provocaban una oclusión. Así, cuando analizábamos el tipo de colesterol tenía, veíamos que era del tipo LDL, mientras que el transportador HDL nunca estaba dentro de las arterias. Por eso empezamos a pensar que uno era malo y otro era el bueno. 

—Cuenta que ahora la teoría inflamatoria cobra fuerza en este sentido. 

—Sí, hasta ahora había imperado la lipídica, que todavía se sigue enseñando en algunas facultades de medicina. Esta nos dice que el colesterol LDL se imbuye directamente dentro de la pared de nuestras arterias y se deposita. Esa acumulación sería inherente a cumplir años. Sin embargo, ahora sabemos que esto no es así, porque el colesterol LDL no va por ahí rasgando las arterias, sino que los distintos factores de riesgo las inflaman por dentro y abren la puerta a que el colesterol pueda entrar. Esto es de forma simple lo que es la teoría inmunometabólica o inflamatoria. Es decir, hay distintas variables inflamatorias que dan lugar a una diabetes, a una hipertensión o al estrés crónico, lo que retroalimenta un ambiente proinflamatorio, lo que produce una difusión en el endotelio y puede abrir la puerta a que se generen placas de colesterol. Esta teoría es más integradora. 

—¿Hay debate dentro de la comunidad?

—No, no hay ninguna lucha o debate. Simplemente, lo que nos va diciendo la ciencia es que la inflamación crónica es la base, el germen, de la enfermedad cardiovascular; mientras que la teoría lipídica todavía estaba parcialmente ciega.  

—¿Cuándo tiene más sentido promover los hábitos antes que las estatinas?

—Las estatinas son los principales fármacos que disminuyen el nivel de colesterol LDL. Tienen su acción en el hígado, de forma que se produce un mayor reciclaje del colesterol que hay en la sangre, porque no permite producir más. Son capaces de inhibir una enzima específica y, por lo tanto, también tienen efectos en casi todas las células de nuestro cuerpo. Efectos que si bien en muchos casos son menores que los beneficios que nos aportan, porque han demostrado disminuir el riesgo de sufrir un infarto, no son para todo el mundo. Cuando empecé a estudiar medicina no hace tantos años, había profesores y mucha gente que tomaba estatinas de vez en cuando porque disminuían el riesgo de un infarto y esto era beneficioso. Ojo, porque no siempre es así. Las estatinas tienen efectos secundarios que no son baladí y debemos estar seguros al darlas de que los beneficios superan los riesgos. Como cardiólogo, trato a pacientes que ya han tenido un infarto y solo un 0,05 % de estos no las toman. Esto quiere decir que están claramente indicadas para cuando ha habido una enfermedad cardiovascular, porque disminuyen mucho el riesgo de otro. Pero si una persona no ha tenido un evento de este tipo, tiene que tener un malísimo control del resto de factores de riesgo o un colesterol tremendamente elevado como para que la estatina le suponga un beneficio por encima de su riesgo. No deberíamos pensar que un fármaco es lo principal, porque realmente las estatinas solo disminuyen el colesterol LDL, pero si nosotros modificamos nuestro estilo de vida y optimizamos nuestros hábitos vamos a conseguir mejoras en el LDL superiores a estas pastillas, además de un ambiente hormonal y metabólico mucho más sano. Por eso, los hábitos de vida son mucho más potentes que las estatinas, sin ninguna duda. Hay tantas cosas que podemos hacer que delegar el peso de nuestra salud a una, dos o tres pastillas me parece un ejercicio de incoherencia a nuestro cuerpo. 

—Usted explica que para una buena salud no solo importa el nivel de grasa, sino el nivel de músculo. ¿Piensa que todavía estamos algo perdidos en prescribir ejercicio?

—Sí, de hecho es un factor de riesgo totalmente nuevo. Se está hablando de él hace muy pocos años. Los estudios demuestran que tiene un peso similar a otros factores de riesgo cardiovasculares clásicos que todos manejamos y conocemos. Te lo voy a contar con una paradoja: cuando nosotros analizábamos los pacientes que teníamos que ingresar en una unidad de cuidados intensivos, veíamos que los pacientes con cierto grado de obesidad leve, sobrevivían más, en ocasiones, que los que tenían un normopeso. No entendíamos el porqué. Es decir, sabíamos que la obesidad tiene efectos deletéreos y que la gente con un exceso de grasa corporal vive menos años, así que empezamos a plantear hipótesis para entender por qué cuando ingresaban en la UCI ,muy malos, las personas con un poco de obesidad sobrevivían más. Estudiamos muchas hipótesis y al final era mucho más fácil: los pacientes no sobrevivían porque pesaban más, sino porque tenían más músculo; los que tenían más grasa ya no quedaba tan claro. Ahí empezamos a ser conscientes de la importancia del músculo. Siempre hemos pensado que el músculo es un órgano tonto que lo único que hace es contraerse y movilizar articulares, pero hemos prestado muy poco atención a la gran carga hormonal y metabólica que tiene la célula muscular. Cuando la musculatura está sana y grande produce una serie de hormonas que vienen muy bien porque son antiinflamatorias, protegen de la degradación de los huesos o de la neurodegeneración. 

—¿Dónde queda, entonces, el índice de masa corporal?

—Claro, es que con esto empezamos a ver que este IMC no diferencia entre grasa o músculo, así que nos sirve regular para ver si una persona está obesa o no.  No es un estimador muy fiable, porque tenemos muy claro que el exceso de grasa disminuye los años de vida potenciales, la esperanza de vida y de salud, pero eso no pasa con el tejido muscular. Entonces, deberíamos empezar a promover que tener una buena masa muscular es tener una buena salud. Esto es fundamental para el paciente con riesgo cardiovascular o que ya haya sufrido un infarto. Antes se solía decir que la gente llevase una vida tranquila y yo a mis pacientes les digo que entrenen conmigo y me los llevo a un centro de rehabilitación. 

—En materia de dieta, en su libro analiza varios patrones como el mediterráneo o el vegetariano o vegano. ¿Existe alguno que sea mejor que otro?

—Sería injusto decir que todos los patrones son iguales. Pero si la dieta vegana o vegetariana se lleva bien, sin déficits nutricionales, tengo que decir que es absolutamente compatible con un corazón muy sano. El hombre está hecho para tolerar alimentos de origen vegetal o animal, y eso hace que podamos incluir de ambos tipos. Lo que ocurre es que vivimos en un planeta en el que hay un problema con la superproducción de carne, lo que unido a las dudas existentes sobre si la carne roja es saludable o no, que en el mejor de los estudios sale neutra; me hace ver, como cardiólogo, que las dietas vegetarianas o vegana son nuestras amigas. No es que las recomiende, pero son compatibles con un corazón totalmente sano. Después, como planteo en el libro, existen muchas otras dietas. Por ejemplo, están las bajas en hidratos de carbono respecto a las cuales los cardiólogos tenemos bastantes dudas, porque aumentan muchísimo los niveles de transportadores de colesterol en nuestro cuerpo. Así que para mí, la regla de oro fundamental es que la gente base su dieta en alimentos naturales y limite los ultraprocesados. 

—Por volver al ejercicio, otro de los pilares que usted indica. Dice que los 10.000 pasos al día no son suficientes. Le va a arruinar el plan a más de uno. 

—Están muy bien, eso sí. Debemos entender que entrenar no es una necesidad de ningún ser vivo del planeta porque el propio medio estimula al cuerpo. Sin embargo, cuando esto se elimina, como sucede en nuestra vida, aparece un desequilibrio. Para paliarlo, debemos hacer ejercicio regular porque nuestro cuerpo necesita un estímulo continuo y diario, por eso hay que entrenar. Digo que caminar 10.00 pasos al día no es suficiente porque es un esfuerzo al que estamos muy adaptados. Mucha gente podría tirarse toda la mañana caminando y apenas se cansaría. Eso no va a ser un estímulo suficiente como para tener un músculo sano, de ahí que sea necesario el ejercicio de fuerza o, incluso, si la persona puede, de alta intensidad. 

—Tiene una amplia red de seguidores, ¿qué es lo que más le preguntan en sus redes sociales?

—La consulta que más me hace creo que está relacionada con las palpitaciones. Todo el mundo tiene palpitaciones pero claro, no puedo valorarlo de forma individual en nadie sin verlo en consulta. En cualquier caso, es algo que todos tenemos de vez en cuando. Tener extrasístoles es normal y no conlleva a un mayor riesgo de enfermedad o mortalidad. Obviamente, si alguien tiene palpitaciones muy claras y muy frecuentes que vaya al médico, pero diría que en menos de uno de cada diez que entran en la consulta por esta razón tienen algo. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.