¿Por qué en Estados Unidos se creyó que la mayoría de su población era 'deficiente mental'?
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Un error de interpretación en los trabajos pioneros para medir la inteligencia del psicólogo Henry Herbert Goddard llevó al país a una crisis de identidad e hizo que las élites apostasen por la eugenesia
21 abr 2023 . Actualizado a las 18:50 h.Ser un pionero, tiene sus riesgos. Principalmente, equivocarse y que la Historia te arrastre. Lamarck, uno de los primeros naturalistas interesados en la herencia y la genética, es hoy 'ridiculizado' por sus teorías con poco fundamento científico (la más conocida, la de cómo el cuello de las jirafas fue creciendo de generación en generación para llegar a las ramas más altas). Investigadores que se equivocaron, hay muchos, pero pocos errores tuvieron tanta influencia en las decisiones políticas de su época como las de Henry Herbert Goddard, un psicólogo de un pequeño pueblo de Maine (Estados Unidos) a quien sus fallos le llevaron a convertirse en uno de los psicólogos más influyentes de principios del siglo XX.
Henry Godard fue durante años la cabeza visible de la Escuela de Formación de Vineland, una institución educativa en la que ingresaban deficientes mentales que no tenían cabida en una sociedad incapaz de comprender a qué se enfrentaba. A finales del siglo XIX, la definición de deficiente mental era muy vaga y entre los muros de Vineland se mezclaban niños y adolescentes con epilepsia, cretinismo o síndrome de Down. Por supuesto, en la primera década del siglo XIX, estas enfermedades no eran denominadas así, sino que se clasificaba a los internos como idiotas (los aparentemente menos capaces) e imbéciles, que estaban en un escalón superior a los idiotas. Un diagnóstico que se realizaba, básicamente, por intuición de la persona que revisase cada caso.
En el capítulo de aciertos, Goddard sí supo ver las deficiencias de un sistema poco científico, por mucho que hoy nos parezca obvio. Por contra, él estaba convencido de que debía existir un método para medir la inteligencia de igual modo que un termómetro puede medir la temperatura corporal. Sus investigaciones para lograr una medición comenzaron en su propio centro: comparó velocidades en las respuestas ante estímulos, hizo a los internos enhebrar agujas o que dibujaran líneas rectas, pero los resultados que obtuvo no eran capaces de mostrar ningún tipo de coincidencia entre todos ellos (algo normal, por otra parte). «Después de dos años, mi trabajo era tan pobre, había logrado tan poco, que me fui al extranjero para ver si podía encontrar algunas ideas», escribió Goddard, según recoge el periodista científico Carl Zimmer en su libro Tiene la sonrisa de madre (Capitán Swing).
Goddard se fue a Francia, donde no encontró ese aparato que midiese la inteligencia, pero sí le permitió conocer de primera mano el trabajo que estaban realizando en este campo el psicólogo Alfred Binet y su ayudante, Théodore Simon, a petición del gobierno del país. Estos dos investigadores habían elaborado un test —el conocido como test de Simon-Binet— en el que a través de una serie de preguntas se trataba de medir el 'sentido común' conociendo la capacidad de iniciativa, el sentido práctico y las facultades para adaptarse a las necesidades. A cada encuestado se le asignaba una edad mental en función de su puntuación y observaron que los niños 'normales' mejoraban. Goddard se quedó con la copla e importó el test a su institución.
Al llegar, e entusiasmó con los resultados, al observar que las puntuaciones coincidían plenamente con las valoraciones que los profesores de la escuela habían hecho previamente de cada alumno. Los 'idiotas' obtenían las puntuaciones más bajas; los imbéciles, lo hacían algo mejor. El psicólogo americano se atrevió incluso a establecer una nueva categoría, usando una palabra procedente del griego que, a día de hoy, se sigue utilizando en el lenguaje coloquial estadounidense como insulto: moron. Una muestra de la importancia y repercusión que llegó a tener Goddard. Comenzó a hacer estos de manera masiva, primero en su institución y después en colegios al uso. «Estas cifras constituyen una prueba matemática de la exactitud del test de Binet», llegó a decir, según recoge Zimmer en su libro. Demasiado entusiasmo. El error estaba al caer.
La deficiencia mental se hereda, ¿cómo impedir que se reproduzcan?
Goddard era ambicioso y creía firmemente que estaba ante un material que podría abrirle las puertas de la Historia. Así que fue más allá y comenzó a observar las historias familiares de los ingresados en la institución y observó lo que le pareció un patrón claro: si dos deficientes mentales tenían hijos, los registros escolares parecían demostrar que gran parte de su familia terminaba siendo retrasada. Esta conclusión fue el inicio de la leyenda negra sobre el psicólogo. ¿Por qué? Porque los índices de natalidad de los 'retrasados' eran mucho mayores que entre los mentalmente sanos.
En este punto, cabe destacar que Goddard había leído las conclusiones de Mendel sobre la herencia en sus guisantes, pero cómo la genética influye de generación en generación en los seres humanos era todavía un misterio —de hecho, a día de hoy nos queda muchísimo por saber—. Esta incomprensión le llevó a enfoques errados con conclusiones dramáticas. Goddard se convenció de que Estados Unidos se dirigía hacia una crisis hereditaria sin precedentes. Comenzó a ponerse en contacto con los círculos de eugenesistas. La eugenesia era una corriente que estaba cogiendo fuerza y que apostaba por la esterilización de los 'deficientes mentales'. Eso en aquellos defensores con más humanidad, ya que las posturas más radicales defendían, directamente, acabar con estas personas.
El problema es que, más allá de sus test, cualquiera podría ser considerado un deficiente mental en los puritanos Estados Unidos de la década de 1900. Goddard puso la lupa especialmente en las mujeres, con argumentos incomprensibles a día de hoy, pero que calaron con fuerza entonces. Advirtió que los reformatorios de todo el país estaban llenos de «mujeres atractivas que no se ajustaban a las convenciones de la sociedad», que estaban «locas por los chichos» y, lo que era ya un escándalo, que «preferían la compañía de los hombres de color a los hombres blancos». Dejó claro su objetivo: «que esta raza desaparezca con ellas, que nunca se conviertan en madres de niños que sean como ellas». Evidentemente, Goddard no tuvo en cuenta en ningún momento el nivel socioeconómico de esta familia. No le llamó la atención que los hijos de los pobres acabasen siendo pobres con todo lo que ello implica. Sus ansias por entrar en la historia de la ciencia no le permitieron tener en cuenta este sesgo.
Todo esto no pasaría de anécdota si no fuese porque los gobiernos se tomaron muy en serio estos postulados. El estado de Indiana, en 1907 inició una política de esterilización de la que el gobierno federal recogió el cable. Todos estos principios eugenesistas serían abrazados por la Alemania nazi en defensa de la raza aria.
Un ridículo histórico de Estados Unidos
En 1907, la isla de Ellis, en Nueva York, veía cómo todos los días llegaban barcos cargados de inmigrantes a sus costas. Desde luego, en las cubiertas no abundaban personas que se ajustasen a la elegancia de los hombres de Nueva Inglaterra, el linaje que Goddard consideraba como el ideal. En cambio, llegaban miles y miles de desarrapados. Toda una amenaza para el ADN norteamericano que, si ya estaba en peligro, era torpedeado cada vez que uno de estos barcos atracaba.
Así, y recogiendo el testigo de algunos estados, el Congreso norteamericano aprobó en 1907 una ley para excluir a «retardados, débiles mentales y personas con defectos físicos o mentales que pudieran tener problemas para ganarse la vida». La autoridades sanitarias recurrieron a Goddard para que adaptase sus test a esta misión y el psicólogo aceptó. Más tarde reconocería que «en realidad, estábamos poco preparados para la tarea». Partía ya de un error de base: los test estaban diseñados para niños estadounidenses y cómo podrían funcionar ante adultos que no hablaran inglés ni entendiesen la cultura local era toda una incógnita. Aún así, se hizo.
Los resultados fueron dramáticos: el 79 % de lo italianos resultaron ser deficientes mentales; el 83 % de los judíos y el 87 % de los rusos, también. Goddard, que estaba muy equivocado pero no era un fanático, se dio cuenta de que eso era imposible. Cambió los baremos de medición y vio que la proporción de deficientes se reducía a la mitad. Sin embargo, en medio de un clima en el que la inmigración gozaba de poca popularidad, los resultados fueron muy útiles para cortar el grifo a aquellos que llegaban al 'país de las oportunidades' a buscarse la vida. Y en medio de todo esto, llegó la Gran Guerra.
El ejército de Estados Unidos estaba lleno de 'deficientes mentales'
Entre los muchos errores de bulto que se cometieron, fue el de no probar estos test de inteligencia entre la supuesta élite norteamericana. Se asumió que ellos no formaban parte de esa minoría de 'retrasados', por lo que cuando estalló la I Guerra Mundial, Goddard acumulaba muchísimos resultados de sus test en niños y adultos inmigrantes.
Buena parte del equipo de Goddard tuvo que abandonar sus investigaciones e irse al campo de batalla, pero el psicólogo no se quedó quieto. Creía firmemente que podía ayudar a su país y advirtió al ejército de que no podían correr el riesgo de perder la guerra por reclutar involuntariamente a cientos de miles de retardados. Así que las altas instancias militares le encargaron que elaborara unos test con el fin de evaluar a los reclutas y contrató a 400 psicólogos para que completasen el proceso a 1.700.000 soldados. Era un estudio en el campo de la inteligencia mil veces mayor a todo lo que se había elaborado previamente. «El conocimiento derivado de las pruebas realizadas es probablemente la información más valiosa que la humanidad ha recopilado sobre sí misma», dijo. Como ven, Goddard iba sobrado de autoestima.
Los resultados fueron, nuevamente, dramáticos. El 47 % de los soldados blancos fueron considerados morons. El porcentaje, entre los soldados negros, alcanzó el 89 % —como hemos dicho, la clave era en realidad el nivel socioeconómico, de ahí la diferencia—. Solo un 4 % del total logró una puntuación sobresaliente. Lejos de sorprender a la mayoría, estos resultados fueron asumidos como científicos, agrandando la fama de Goddard y abriendo una auténtica crisis identitaria en el país, que comenzó a abogar a que ese 4 % se convirtiese en la élite que dirigiese el futuro de la nación.
Tuvo que pasar tiempo hasta que otros científicos, entre ellos Thomas Hunt Morgan, lograsen mostrar la debilidad de los razonamientos de Henry Herbert Goddard.