Un niño que emigró con una pistola y un industrial que inventó una maleta salvavidas

MARTÍN FERNÁNDEZ

TABOADA

GALICIANA

Javier Vázquez Iglesias era de Taboada y Ramón Quesada era natural de Vigo

16 sep 2019 . Actualizado a las 07:38 h.

Vigo, 1912. Un niño de 13 años entra en una armería próxima al puerto y compra un revólver y cinco balas. Al día siguiente, se embarca para Argentina y quiere viajar seguro. Muchos años después, será uno de los mejores presidentes del Centro Gallego y un notable empresario del sector del automóvil.

La emigración fue también una aventura personal que comenzaba en el momento mismo de decidir marchar. El negocio en torno a ella era grande -ganchos, negreros, compañías navieras, gentes y comercios sin escrúpulos..- y quien marchó hubo de superar varios riesgos y peligros. Alguno hubo que los superó, y muy bien.

Por ejemplo, Javier Vázquez Iglesias, el niño de Taboada (Lugo) que, con fuego en la mirada y hielo en la cabeza, compró la pistola en el puerto de Vigo. Era decidido, de familia pobre y sin nada que perder. Subió al mercante Anglo y tardó 33 días en llegar a Buenos Aires. Su primer trabajo fue en un comercio de la calle Juncal y Salguero en el que le pagaron 15 pesos mensuales «los que más me costó ganar y los que recibí con más alegría», diría años más tarde… Luego tuvo otros empleos y a los 18 años representaba a una compañía de vinos de Mendoza.

El niño maduró a la fuerza y desarrolló una gran capacidad de observación, de seguridad en la toma de decisiones y de confianza en sí mismo. En 1928, fundó una empresa dedicada a la venta de naftas, lubricantes y servicio y mantenimiento de autobuses. Cinco años después obtuvo licencia para importar vehículos. Y en los años 50, su fábrica ocupaba 80.000 metros cuadrados y empleaba a 230 obreros y 50 administrativos. Producía ruedas, cintas de frenado, bloques, forros de embrague, semirremolques, ruedas para trenes...

Un mandato fructífero

Conseguido el éxito económico, buscó el social. Se presentó a las elecciones del Centro Gallego en 1950 y fue elegido presidente. Amaba a Galicia y era un demócrata. Bieito Cupeiro dijo que su mandato fue «de los más fructíferos de la entidad». Puso a Luis Seoane al frente de la sección de Cultura, de la revista Galicia y del boletín oficial y lo apoyó en iniciativas suyas como la revista y el programa de radio Galicia Emigrante. En 1955 dejó el cargo y su memoria dejó huella. La colectividad le organizó un homenaje en el salón Les Ambassadeurs al que asistieron 1.200 comensales. Presidió también el Centro Lucense del que había sido fundador y el Banco Español del Río de la Plata.

Falleció de forma repentina en 1969, a los 70 años. Jesús J. Blanco, buen conocedor de su vida y de su obra, recuerda que la audición del día de Galicia Emigrante dijo de él: «Vázquez Iglesias probó con sus actos ser un verdadero demócrata, un hombre de ideas liberales, que no renegaba de su origen y a quién placía nuestra lucha por el reconocimiento de las diferencias de Galicia». No se le presuponía valor. Lo demostrara a los 13 años. Era un tipo valiente, templado, con ideas claras, tenaz y decidido…

martinfvizoso@gmail.com

El mariñán José Reigosa era el concesionario para Cuba

Vigo, 1910. Ramón Quesada ?un industrial vigués que sabía del miedo de muchos emigrantes a navegar- inventó una maleta salvavidas que tuvo gran éxito. Vida Gallega le dedicó una página el 15 de julio de 1910. Dice que «es algo práctico, que servirá mucho a quienes tengan que navegar por mares peligrosos» pues «si naufraga el buque, si la tripulación se insubordina o si la nave conduce fieras y estas se sueltan por el barco, entra en funciones la maleta salvavidas…».

Cómo funcionaba la maleta

Para usarla, había que vaciarla y, ya vacía, al abrirla, «salen automáticamente de cada lado unos tramos de fina madera que le dan aspecto de pequeña barca». «Quedan separados los dos depósitos de la maleta y entre ellos se extiende una banda de cuero que sirve de asiento al pasajero. Unas correas que unen ambas partes y unos listones que mantienen entre ellas la separación necesaria completan la armazón del salvavidas».

Y detalla más: «Dentro de la maleta van unos depósitos para aire comprimido que se insufla mediante el uso de una bombilla o soplando con la boca. Y al alcance de esta hay unas válvulas que corresponden a sendos depósitos de infusiones alimenticias y agua. Una lámpara eléctrica sirve de indicador para que el improvisado buque sea visto durante la noche desde una playa o desde un barco salvador…».

El osado inventor demostró en la Ría de Vigo, ante numeroso público, el buen funcionamiento de su baúl que «se convirtió en una pequeña nave, soportó los embates del mar y sostuvo a flote al supuesto naufrago». Vida Gallega afirma que tiene «un coste exiguo» y que su concesionario para Cuba era José Reigosa Lombardero, un emigrante de Trabada (Lugo) del que ya se escribió en estas páginas. Pertenecía a la élite comercial y financiera de Cienfuegos, era dueño de la Casa Reigosa y tenía sociedades y mueblerías con su hermano Manuel y sus paisanos José Villapol Fernández y José Barcia Barrera.

Nada se sabe de que la maleta salvara la vida a alguien. Pero sí que fue buen negocio…

Timaron 4.300 pesetas a un matrimonio de Trabada que iba a embarcar para La Habana

A Coruña, 1925. José Díaz Alonso, vecino de Trabada, estaba en A Coruña con su esposa con el objeto de embarcar para Cuba. El número de abril de Eco de Galicia dice que «dos sujetos desconocidos pero ‘vivos’ le timaron 4.300 pesetas por el método de las limosnas. El timado creyó de buena fe que el sobre que le entregaban contenía 10.000 pesetas para limosnas y se encontró, al abrirlo, con que eran recortes de prensa». Según Eco, «viéndose engañado, denunció el caso pero la policía no pudo hacer nada y tuvo que regresar a su pueblo». Quiso hacer las Américas sin ir a América…

Lo cierto es que, en los momentos de la gran emigración, sus protagonistas se vieron expuestos antes de embarcar a la codicia de delincuentes sin escrúpulos, como ocurriría años después con los boteros que embarcaban emigrantes ilegalmente a cambio de dinero.

Claro que este procedimiento fallaba a menudo: un vecino de Riotorto, José Lorenzo Rodríguez, fue descubierto por la tripulación del navío donde lo había introducido un botero después de haber pagado 300 pesetas en 1909, y desembarcado en Oporto cuando el buque iba a Buenos Aires…

Otras veces eran víctimas de carteristas, timadores e incluso asaltantes que merodeaban por los puertos de A Coruña y Vigo a la espera de incautos pueblerinos. Era habitual que los emigrantes tuvieran que esperar días o semanas a que su barco zarpara. Muchas veces agotaban el dinero y dependían de limosnas o de recursos que les prestaban compañeros de fatigas. Y nunca mejor dicho…