Huye con su familia de Venezuela hasta la tierra de su padre: «Tomamos la decisión de escaparnos cuando ficharon a los manifestantes»

Marta de Dios Crespo
MARTA DE DIOS LUGO / LA VOZ

LUGO

OSCAR CELA

Antonio Vázquez llegó a Lugo en enero del 2018 y ya ha invertido en una panadería y una lavandería

30 abr 2019 . Actualizado a las 13:00 h.

Antonio Vázquez se acostumbró a pasar los veranos en Lugo. Desde los nueve años viajaba con frecuencia a la tierra de su padre y siendo niño soñaba con ganarse la vida como futbolista. Llegó a hacer una pretemporada con los rojiblancos, cuando rozaba la mayoría de edad. Tuvo incluso la opción de competir con aquel equipo de Tercera División, pero el destino tenía otros planes reservados para él. Hoy, con 60 años cumplidos, Vázquez ha vuelto a Lugo.

«Tomamos la decisión de escaparnos de Venezuela cuando llegó a mis oídos que habían fichado a los manifestantes contra Maduro», relata con tristeza. Salió del aeropuerto internacional de Maiquetía Simón Bolívar en enero, aunque ya llevaba meses insistiéndole a su mujer para abandonar el país. Tuvo un episodio desagradable antes de embarcar, porque la guardia nacional le sometió a un registro exhaustivo y les privó de buena parte de la documentación que pretendían sacar con ellos.

Pasó meses estudiando la ciudad de su infancia y las oportunidades que Lugo le ofrecía a su familia. «Quería estabilidad para mi familia, no hacerme rico», cuenta, «en mayo abrimos la panadería y en junio, la lavandería porque cuando hicimos cuentas con el primer negocio vimos que llegábamos muy justos». Es su mujer, Patricia, la que consigue que los dos establecimientos marchen bien. «Es una cuatro por cuatro», se sincera Antonio Vázquez. Ingeniera en el país caribeño, con 80 empleados a su cargo, su esposa ahora saca adelante el pequeño Dona de la Ronda das Mercedes y el Vit-Sec de Rafael Vega con jornadas maratonianas. Tienen dos hijos en común, todavía pequeños: Samanta, de 4 y Massimo, de 6.

«Somos trabajadores y nuestra idea es no parar aquí, queremos seguir emprendiendo en esta ciudad y creando puestos de trabajo si podemos. A Lugo le hace falta inversión», argumenta. Su hijo estudia en el Sagrado Corazón y juega al fútbol en la Residencia, su hija está matriculada en los Franciscanos. «No pude llevarlos al mismo colegio, pero esa es otra historia», añade Antonio con un gesto de resignación.

Toda una vida adaptándose

La suya es una vida de adaptación. Jugó al fútbol hasta que se dio cuenta de que la profesión no daba para más. Es socio del Lugo y reconoce que le debe mucho al fútbol, «porque me permitió viajar joven, pero entonces se pagaba muy mal». Se puso entonces a estudiar derecho y estuvo en un tribunal penal durante ocho años. Cuando Chávez eliminó el Consejo de la Judicatura se quedó sin trabajo y decidió dedicarse al comercio.

«Me puse con mi padre, que entonces tenía una fábrica de uniformes escolares». Distribuían a los colegios de monjas y curas de toda Venezuela, pero la crisis gubernamental también arrasó con el negocio. Se hizo entonces con una red de «proveedurías» por los centros educativos, suministrando libros de texto, pero en el 2017 la situación se hizo insostenible. Las marcas extranjeras copaban el mercado y las protestas se recrudecieron en el país. Vázquez se tiró varios meses sin trabajar. «Salía diariamente a las manifestaciones y tengo en la memoria a mucha gente que cayó muerta a mi lado», explica. Los acontecimientos se precipitaron y, cuando llegó noviembre, se obsesionó con la idea de marcharse.

«He llegado ha hacer colas de cuatro o cinco horas solo para conseguir pan. Hubo un momento en que nos avisábamos por Whatsapp de lo que había de comida en un punto u otro de la ciudad, pero cuando llegabas ya no quedaba nada muchas veces. Durante un tiempo, lo que funcionaba mejor era el trueque, cambiar leche por pañales, por ejemplo», recuerda. De padre gallego y madre canaria, Antonio Vázquez llegó a presidir el Hogar Canario en Caracas, algo que le proporcionó múltiples contactos.

Explica que «los primeros meses en Lugo no fueron duros para mí porque ya conocía el sistema y los niños se han adaptado muy bien, pero mi esposa sí lo pasó mal». Reconoce que tuvieron muchas manos tendidas, como las de sus tíos de Pacios, la de su padre y también las varios vecinos: Manuel Quiñoá, Lisi Gómez o Montse Ferreiro.

 Tuvo que pagar en la aduana para poder sacar a su madre enferma

La historia de cómo Antonio pudo sacar a sus padres de Venezuela merece capítulo a parte. Los trajo a España hace ya cinco años, «de emergencia», porque su madre ya estaba enferma y la comida y los medicamentos empezaban a escasear en su país de origen. «Sacarlos fue una odisea», recuerda. Tuvo que pagar en la aduana para que hiciesen la vista gorda con su madre, porque su estado revestía gravedad y en circunstancias normales sospecha que no le habrían permitido volar. Sus problemas no terminaron cuando aterrizaron en España. Al poco de llegar a Galicia, el padre de Antonio se enteró que no podría cobrar la pensión de Venezuela ni la de España tras 50 años cotizando y encima descubrió que varios okupas habían entrado en una vivienda que había adquirido en Eirís (A Coruña) a principios de los ochenta. Suerte que su hermana, la tía de Antonio, les echó un cable.