El virus perdió

Froilán Varela

LUGO

03 abr 2020 . Actualizado a las 08:50 h.

El coronavirus secuestró la primavera del 2020 prácticamente a toda la humanidad. Las mañanas soleadas, el florecer de los cerezos y manzanos, el canto de los pájaros se borró con el photoshop, para dar paso al confinamiento, al miedo, la muerte; a hospitales de campaña en polideportivos, morgues...

El dinero compraba menos que nunca la salud, en una España que recordaba por la soledad y silencio en las calles el estado de sitio de 1936, que asesinó a Lorca e hizo de pseudoderechas a Unamuno­ -ahora sobra tiempo para ver el filme La otra guerra, de Amenábar-.

El Miño embravecido, la preciosa arboleda, las sendas frondosas, el trino de las anduriñas son una beldad virgen e intocable, cercenada como la última caricia, el postrero beso de las familias que no pudieron despedir a sus seres queridos embalsamados como faraones víctimas del virus. En París hay cementerios enteros con muertos de la peste que enseñan a los turistas.

«La primavera no se vio», como escribió la poeta lusa Irene Vella, pero ayudó a las personas a encontrar otros valores como la solidaridad, la lucha con el sufrimiento, el poder de la naturaleza con mares y ríos impasibles.

Pero, tras una larga espera, llegó el verano cuando por fin las gentes, pobres y ricos, sanos, se abrazaban y besaban, cantaban en los balcones, respiraban aire puro como si les hubiese tocado la lotería. Las manos se unían y se apretaban en todos los continentes.

El mundo sintió el amor con una felicidad infantil, mientras el Ibex y las bolsas subían. El virus perdió, lo derrotó el ser humano, pero dejó tras de sí nuevos canales de felicidad.