Cuerpo a cuerpo

Emilio R. Pérez

LUGO

29 mar 2023 . Actualizado a las 17:46 h.

Después de vernos poco menos que a diario desde tiempos de Viriato, un mal día me lo encuentro entrando a practicar nuestro deporte favorito. Tras el saludo le sorprendo cojeando y medio en broma le pregunto: ¿Eees… grave? Me mira, cabecea afirmativamente y va y me suelta: de huesos. Deja caer el apellido sin mención explícita del nombre. No hace falta. Se sobreentiende. Hoy por desgracia la palabra se prodiga en abundancia. Mi careto de paspán de poco monta evoluciona al de tontaina con matices de tragedia y con sonrisa lela tartajeo un cándido por Dios dime que es coña.  Vuelvo a encararle y creo observar en su mirada un cierto atisbo de amargura que contrasta con su aplomo y la serena parquedad con que se expresa. Y en tanto niega con un lento balanceo de cabeza, va mi alma y se me cae desparramada al buen albur de la fregona. Entramos al recinto y confieso avergonzado que casi es él quien me consuela. Aguanta el arreón, me digo, y como puedo balbuceo:

-Vaya palo, meu amigo.

-Y que lo digas, compañero.

Vuelvo a casa impresionado, admirado ante la sangre fría  que exhibía en apariencia. En mi ventana aquí en el alto reflexiono y considero: están hechos de otra pasta. Veo la foto con su rostro que sonríe desde el cuadro y me emociono. Es ella. Era. La acompañé en su lucha cuerpo a cuerpo con la muerte nada menos que ocho años. Ocho. Luchó como una fiera. En mis momentos de flaqueza me cogía de la mano para darme fuerzas. ¡Era yo quien flojeaba, manda huevos! Su valentía, su tesón, su fortaleza, me hacían sentir pequeño, muy pequeño. Tanto tiempo ella creciendo y yo menguando. Ocho años… Me dejó hace ya unos cuantos.