Cuando se cruzan los cables

Carlos Gegúndez

LUGO CIUDAD

05 oct 2018 . Actualizado a las 17:01 h.

El pasado domingo el breoganismo se quedó helado, sintió la frustración de quien lleva tiempo esperando por una fecha señalada. La tecnología falló en un día muy especial, el regreso a la ACB tras 12 años. Ahora que todo ha sucedido y ya no hay nada que hacer, lo mejor es aprender del error para evitar que se repita. Con el tiempo este tipo de situaciones suelen recordarse como una anécdota y estoy seguro de que en el futuro se hablará de ello en tono jocoso. Estos días me recordaban que en los años 80 se suspendió un partido en Lugo por la condensación. Hasta hace poco allí no había calefacción, por eso alguien intentó eliminar la humedad llevando una vieja máquina calefactora que solo consiguió llenar de humo el viejo pabellón sin solucionar el problema. Fue peor el remedio que la enfermedad.

Volviendo sobre los fallos en las conexiones, recuerdo otra anécdota, cuando el Breo jugaba en el viejo Municipal. Un informador se hartó de esperar a que le diesen paso desde Madrid para dar el resultado final, ni corto ni perezoso desconectó los cables y decidió marcharse a casa en coche con otros dos compañeros. Cuando ya estaban en el vehículo escucharon a través de su radio preguntar al locutor: «¿Ha terminado el partido en Lugo? ¡Atención Lugo!». Pero claro, el que tenía que responder ya no estaba en su sitio e indignado desde el asiento trasero del coche exclamó: «¡A buenas horas preguntas por el resultado!».

Hace más de diez años, yo mismo fui testigo de otro suceso en el Pazo mientras narraba un partido del Breo. Sucedió a pie de pista, en la zona habilitada entonces para los periodistas. Con el partido en juego, mi comentarista soltó de repente: «Creo que por aquí tenemos algún aficionado del Madrid». Para salir del paso y centrarme en lo que estábamos contesté: «No me extraña, es un equipo con muchos seguidores». Lejos de zanjar el tema, él insistió: «Lo digo porque a mi lado no paran de decir, Madrid, Madrid...». En cuanto el juego se detuvo giré la cabeza con curiosidad y vi a un colega absolutamente fuera de sí. Puesto en pie lanzó, al menos en dos ocasiones, su equipo de transmisión contra aquella mesa flexible de madera montada en caballetes. Se imaginan a un señor de americana, puede que hasta llevase corbata, totalmente indignado porque no podía conectar con la central. He de reconocer que lo pasé mal porque sé lo que fastidian esas cosas, pero sobre todo porque me costó mucho contener la risa (y que me perdone el compañero). Yo también he pasado malos tragos por culpa de los fallos técnicos y he sentido el deseo de mostrar mi ira con el aparato de transmisión. Recuerdo que aquel día, el veterano compañero tuvo que coger su teléfono móvil y contar lo que allí sucedía como buenamente pudo. Cuando acabó el partido parecía más tranquilo y desde luego más contento, pues ese día ganó el Breo. Yo además aprendí una lección vital: a veces, cuando se cruzan los cables no hay nada que hacer.