¿Ser mujer sale más caro?

Sara Cabrero
Sara Cabrero REDACCIÓN

MERCADOS

ERDEM SAHIN | Efe

Algunos estudios han demostrado que los productos publicitados para el género femenino pueden resultar un 7 % más costosos que la versión masculina, un fenómeno que se ha bautizado con esta curiosa denominación: tasa rosa

06 ago 2017 . Actualizado a las 17:17 h.

Ser mujer sigue siendo sinónimo de salarios más ajustados. En el último informe publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre la brecha salarial, se demostraba que las mujeres con cargos ejecutivos cobran un 40 % menos que sus compañeros varones y, dentro del 1 % de empleados que más ganan, las mujeres perciben hasta un 55 % menos. Pero las desigualdades no solo afectan al salario. Llenar el carro de la compra es más caro para una mujer que para un hombre. Al menos eso es lo que aseguran algunos estudios recientes que han puesto nombre a este desfase en el precio. La tasa rosa es un gravamen invisible que aumenta el precio de las versiones femeninas de un mismo producto. Por ejemplo, en el mercado se pueden encontrar paquetes de tres maquinillas de afeitar para mujer por 7,70 euros, mientras que el coste de la versión masculina desciende a los 6,40 euros.

La voz de alarma la dio la revista Forbes, que hace unos años publicaba un revolucionario estudio en el que aseguraba que las mujeres estadounidenses llegaban a pagar al año 1.300 dólares más que los hombres por productos similares. Pocos meses después el colectivo feminista francés Georgette Sand recogió el testigo. Se puso manos a la obra para intentar descubrir si las pesquisas del semanario eran ciertas. Y lo que se encontró fue realmente desalentador. Con los datos sobre la mesa, los expertos de la agrupación comenzaron a contar al mundo entero su preocupante teoría: las mujeres llegan a pagar un 7 % más por el mismo producto y hay algunos en los que la etiqueta de la versión femenina puede ser incluso un 24 % más cara. Los ejemplos son infinitos: un cepillo de dientes de color rosa puede ser unos euros superior a uno azul, un desodorante o un champú que en la etiqueta asegura ser para mujeres tiene un coste mas alto que el mismo anunciado para hombres o servicios de peluquería que también suponen una inversión mayor para un género que para otro... Pero las diferencias no se acaban ahí.

Después de que Georgette Sand hiciera públicos sus resultados, muchos ciudadanos se han acercado hasta el supermercado para iniciar su peculiar investigación. La tasa rosa afecta a productos tan dispares como bolígrafos, perfumes o incluso objetos pensados para los más pequeños como biberones o chupetes.

Parece que el mensaje logró una repercusión mayor de la esperada, porque después de que Georgette Sand concienciara a la población de cuál era la realidad, el Gobierno francés prometía reflexionar sobre los resultados y tratar de poner freno a este fenómeno del márketing.

La tasa rosa también ha llegado a nuestro país. Según la organización de consumidores Facua, en España es algo complicado encontrar productos totalmente idénticos en los que tan solo varíe el tono. Los expertos de esta asociación aseguran que el cambio en los componentes o el diseño es el principal argumentario con el que cuentan las marcas para argumentar esa diferencia de precio.

DETRACTORES

No todo el mundo está de acuerdo con la existencia de la tasa rosa. Entre los detractores existe un nutrido grupo que replican que el textil masculino es bastante más gravoso que el femenino. Las asociaciones feministas tienen algo que decir. El elevado precio de la moda masculina tiene mucho que ver con la menor oferta que existe en un mercado cuya competencia es bastante más reducida que la de las mujeres.

Sin embargo, detrás de la tasa rosa se encuentran productos prácticamente exactos en los que la única diferencia es el color, un marcador de género que grava el precio final.

El futuro no es muy alentador. A pesar de que la denuncia de Forbes y de Georgette Sand ha conseguido llegar a la población, los gobiernos y las marcas de distribución no parecen tener urgencia en atajar el problema. Ninguna norma internacional castiga este tipo de desequilibrios y tampoco hay visos de que se pueda sacar adelante ninguna norma internacional que elimine estas exclusiones maquilladas.