Más del 54 % de las empresas gallegas no tienen asalariados

Rosa Estévez
Rosa Estévez REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

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Las microempresas, con hasta 9 trabajadores, representan el 96,3 % del tejido económico de nuestra comunidad; el 73 % de las firmas alcanzan un máximo de tres personas en plantilla

20 ago 2017 . Actualizado a las 19:50 h.

El minifundismo es uno de esos elementos diferenciadores que hace de Galicia lo que es. Somos minifundistas en el campo, lo somos en el mar, y también lo somos en el mundo de la empresa. Según los últimos datos del Directorio Central de Empresas (Dirce), dependiente del INE, el 96,3 % del tejido económico de nuestra comunidad está integrado por microempresas, una etiqueta que ampara a negocios de hasta nueve trabajadores. Pero detengámonos en este dato, pongamos sobre él el foco. Si lo hacemos, comprobaremos que de las 191.588 microempresas gallegas, solo 6.835 tienen entre seis y nueve trabajadores. Son 18.334 las que cuentan con entre tres y cinco empleados. Las cifras se disparan si miramos a las que sostienen a una o dos personas en nómina: 58.247. ¿Y el resto? Pues el resto, la friolera de 108.134 firmas, no tienen ningún empleado. Les hablamos de esos autónomos resistentes que se han convertido a sí mismos en su empresa. El dato es muy similar a la media nacional. Según el Dirce, de las 3.282.346 firmas que existen en España, 1.823.250 responden al principio una persona, una empresa.

El dato no coge por sorpresa a Eduardo Abad Sabarís, el presidente de UPTA. Hace años que, desde esa asociación, intentan llamar la atención de las administraciones sobre esa legión de pequeños héroes anónimos que son los autónomos. Hombres y mujeres que ponen todo su empeño en hacerse a sí mismos, en sacar adelante unos negocios que, en la mayoría de los casos, se levantan únicamente sobre sus hombros. En ese grupo está el pintor que pone color en las paredes de nuestras vidas, el pequeño comerciante que apenas logra despegarse de su mostrador, el diseñador gráfico que ha convertido el salón de su casa en su oficina a tiempo completo. Sobre ellos y sobre sus menguados derechos hasta se han hecho amargos chistes. En los últimos años, afortunadamente, se han logrado algunas mejoras. «En materias de seguridade social, de protección social, imos avanzando algo. Pero queda moito por facer, e temos aínda moitas asignaturas pendentes, sobre todo o que ten que ver co cobro de pensións e xubilacións», dice Eduardo Abad Sabarís.

Esa idea se repite, como un eco, allá donde hay un autónomo. El no poder cotizar en función de los ingresos reales es, dicen la mayoría de ellos, una de las losas que pesa sobre sus negocios. Librarse de ella sería, argumentan, lo más justo, ya que les permitiría moverse en parámetros semejantes a los trabajadores por cuenta ajena. Lo que les ayudaría a mejorar su presente y afrontar con más tranquilidad el futuro.

Un traje único

Pero las quejas de quienes alimentan el universo de diminutas empresas sobre las que se levanta nuestra economía son muchas más. Y se resumen, básicamente, en el hecho de que la Administración, a la hora de dar un paso, tiende a homogeneizar y a adoptar soluciones de amplio espectro. Pero el traje que le sirve a una empresa con nueve trabajadores o más es poco probable que pueda cubrir las necesidades de empresas con uno o dos trabajadores y una larga lista de cosas por hacer.

Veamos, por ejemplo, qué ocurre con los programas de apoyo y subvenciones que la Administración ofrece. Desde la Consellería de Economía, Emprego e Industria reconocen que «a maior parte das axudas van destinadas ás pemes no seu conxunto». Y en esa categoría, la de las pequeñas y medianas empresas, caben desde negocios sin empleados hasta otros que dan trabajo a un máximo de 250 personas.

La Xunta asegura, en cualquier caso, que «existen diferentes programas nos que se establecen condicións específicas máis axustadas para as microempresas». En ese capítulo citan, por ejemplo, el plan Innova Peme de la Axencia Galega de Innovación. Es esta «unha iniciativa destinada a mellorar a innovación nas pemes e microempresas que esixe un investimento menor neste último caso, reducíndose dos 150.000 euros que se lle piden as pemes, aos 100.000 euros no caso das microempresas». La cantidad sigue siendo astronómica para la mayoría de los hombre-empresa que habitan nuestras calles.

El Igape también ofrece una línea específica de bonificación de los gastos de financiación de los autónomos y las microempresas que sean titulares de préstamos «inferiores ou iguais a 25.000 euros». Y la Xunta trabaja en «unha nova liña de préstamos para apoiar o emprendemento, a innovación e a industria 4.0 nas pemes e microempresas galegas, coa previsión de chegar a máis de cen proxectos».

Hasta ahí, los datos oficiales. Unos datos que dibujan un mundo que poco tiene que ver con la realidad de las microempresas y los autónomos. Estos reconocen que, durante los primeros seis meses de vida de sus negocios, la Administración los acompaña, les echa una mano. Pero pasado ese medio año, las ayudas y los mimos se acaban. Y los emprendedores, aún noveles, se dan de bruces con una realidad hostil. Con un mundo en el que ni sus ingresos reales importan a la hora de pasar por la caja de Hacienda, ni las subvenciones conseguidas llegan a tiempo, y hasta las licencias y el papeleo se atasca en los lentos canales de la burocracia. En ese sentido, dice Eduardo Abad Sabarís, las administraciones menos ágiles son las más próximas a los ciudadanos. «É moi fácil darse de alta como autónomo ou na Seguridade Social, pero segue sendo moi complicado obter licenza de actividade ou de ocupación, que a teñen que dar os concellos. Esa falta de axilidade resta efectividade e complica a posta en marcha dun negocio».

Los emprendedores

Y, a pesar de esas trabas, el número de microempresas, especialmente de las más diminutas, crece. Lleva siendo así, en Galicia, desde el año 2013, cuando empezó a recuperarse el número de autónomos tras la debacle que, también en este terreno, había supuesto la crisis. Ese crecimiento se debe a la entrada en escena de una hornada de emprendedores que se deciden a emprender su propio negocio, en muchos casos, para intentar encontrar su hueco en el mercado laboral. Desde UPTA contemplan este escenario con preocupación. Eduardo Abad habla, sin dudarlo, de la «burbulla do emprendemento». Muchos negocios nacen sin haber sido suficientemente madurados y, otros, se hunden al poco de ponerse en marcha, sumiendo en la desesperación a quienes habían empeñado en ellos sus últimas esperanzas. «Hai un dato irrefutable», dice Sabarís: la tasa de mortandad de los nuevos negocios. «O 80 % das novas empresas non superan os dous primeiros anos de vida. Ese é un dato que nos debería facer reflexionar», sentencia. «As políticas están deseñadas para fomentar o inicio da actividade económica, pero non hai políticas para a consolidación da mesma», señala. Y de ahí tantos naufragios que podrían ser evitables. «Precisamos plans específicos de consolidación da actividade e, tamén, de relevo xeracional». Y es que «o noso tecido autónomo está integrado por un gran número de persoas de máis de 55 anos. Hai que poñer en marcha sistemas que faciliten que, cando se xubilen, os seus negocios, se funcionan, sigan».