La revolución o el colapso

Xavier Fonseca Blanco
Xavier Fonseca REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

Juan Salgado

El Nobel otorgado a los padres de la economía del cambio climático refuerza la urgencia de buscar un modelo sostenible; la dimisión del ministro de Medio Ambiente de Francia o la elección de Bolsonaro en Brasil suponen un duro revés para la acción global

05 dic 2019 . Actualizado a las 13:38 h.

La ciencia lleva un siglo avisando de que los combustibles fósiles que hacen girar la rueda del Antropoceno emiten gases de efecto invernadero. El sueco Svante Arrhenius, premio Nobel de Química, predijo en 1896 que el termómetro del planeta podría aumentar hasta cinco grados debido a la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera. Miles de científicos han dicho lo mismo desde entonces. Pero la evidencia ha tenido que lidiar con el negacionismo, políticas insuficientes y una economía que no se ha preocupado de esta amenaza. Sin una respuesta contundente, la temperatura media ha subido ya un grado. La comunidad científica asegura que las decisiones que se tomen durante la próxima década decidirán el porvenir de la vida en la Tierra. La relevancia del momento actual se refleja en dos anuncios recientes. El IPCC, el grupo de científicos sobre cambio climático de la ONU, ha advertido en su último informe que la temperatura no debería superar el grado y medio. De lo contrario, el clima podría entrar en una fase de retroalimentación. Además, el Nobel de Economía ha reconocido este año a los estadounidenses William Nordhaus y Paul M. Romer, los padres de la economía del cambio climático.

«Romer traballa no campo da innovación e a tecnoloxía como impulsores do crecemento. A aportación de Nordhaus foi a de incluír no crecemento económico a variable medioambiental. O fixo en 1973, polo tanto estamos ante un visionario», explica María Loureiro, profesora titular de Economía Ambiental de la USC. «É unha noticia moi positiva xa que por primeira vez se conceda o Nobel a economistas ambientais. A dimensión deste recoñecemento resulta ademais especialmente relevante no momento actual», subraya Xavier Labandeira, profesor de Economía de la UVigo y miembro del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático de Naciones Unidas. «Es una manera de dar protagonismo a los expertos que proponen que la economía del futuro debe tener en cuenta los límites del planeta o simplemente no habrá economía», añade Adina Dumitru, coordinadora del Campus Sustentabilidade de la UdC.

Como no existe una fórmula mágica para resolver el problema del calentamiento global, la solución debe pasar obligatoriamente por establecer una nueva relación con la naturaleza. Y un paso importante en esa dirección tiene que darlo la economía, dejando de considerar al medio ambiente como una externalidad. «Será necesario pensar en modelos que trasciendan el concepto de pagar por el daño que hacemos. Si consideramos que los límites planetarios son absolutos hay que ir más allá. Por ejemplo, los precios deberían incluir el componente ambiental. Hoy consumimos bienes baratos porque se producen en condiciones que no respetan los límites ambientales. Los bienes que respeten el medio ambiente deberían ser más baratos y los que no, más caros», apunta Dumitru. «O grao de transformación que se necesita é sobre todo económico, cun modelo de consumo moi diferente ao que temos hoxe. Debemos ir cara unha sociedade que use tecnoloxías limpas e con outro concepto do transporte. O sector privado e os incentivos económicos teñen que xogar un papel fundamental», propone Labandeira.

Si la humanidad opta por no hacer nada, un escenario al que la ciencia se refiere como business as usual, todos perdemos; los seres vivos, el planeta y también la economía global. Un estudio de la Universidad de Stanford muestra el impacto económico que podría ocasionar cada grado que aumente la temperatura media. Si sube cuatro, algo que no se puede descartar en absoluto, el PIB mundial podría caer a lo largo del siglo un 30 %, un descenso mayor que durante la Gran Depresión de 1930. Por el contrario, una transición ecológica supondría un beneficio para todos. Una investigación de la Agencia Internacional de Energías Renovables indica que si en el 2030 la generación de energías renovables alcanzase el 30 % el PIB mundial crecería un 1,1 % y se crearían 24 millones de empleos.

El dilema de los comunes

El cambio climático representa una amenaza planetaria y por tanto la respuesta solo puede ser global. Pero a pesar de las constantes alarmas que lanza la ciencia y aún sabiendo que la inacción conduce al colapso medioambiental y económico, la respuesta, de momento, solo puede calificarse como tibia. Las emisiones de dióxido de carbono no dejan de crecer cada año y algunas decisiones políticas van en contra de lo que debería esperarse. Hace dos semanas, Brasil, la sexta economía del mundo y el quinto país más contaminante a causa de la deforestación del Amazonas, ha elegido a un presidente que no parece dispuesto a renunciar al crecimiento en detrimento del medio ambiente. La elección de Bolsonaro llega pocas semanas después de que el ministro de Medio Ambiente de Francia dimitiese tras reconocer que no podía llevar a cabo su agenda. «Si las personas que pueden hacer algo abandonan está claro que tenemos un problema. La llegada de Trump al poder y la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París ha generado una quiebra en este frágil acuerdo y estamos asistiendo a lo que Adam Smith llamaba el dilema de los comunes. En este momento, el interés nacional, económico y cortoplacista, nos perjudica a todos a medio plazo», confiesa Dumitru. «Calquera persoa medianamente informada sabe que non estamos ben. Agora mesmo hai un claro déficit entre o que temos que facer e o que estamos facendo», reconoce Xavier.

El caso Juliana

Al ritmo actual de consumo, las nuevas generaciones tendrán que soportar un clima mucho más hostil, convivir con escasez de recursos básicos, como el agua, una economía empobrecida y migraciones masivas. Los jóvenes están empezando a ser conscientes del mundo que heredarán y han empezado a reaccionar. En Estados Unidos, el único país que ahora mismo se opone al Acuerdo de París, 21 jóvenes, con edades entre 11 y 22 años, han denunciado a la administración federal del Estado de Oregón por entender que el Gobierno de Trump no está actuando para evitar un problema con efectos tan devastadores. La Administración Trump ha presentado un recurso pero el Tribunal Supremo ha dado la razón a los demandantes. El histórico juicio por el caso Juliana permitirá investigar las políticas medioambientales del Gobierno.

Una tasa para el carbono

Una fórmula eficaz para despertar conciencias es atacar directamente al bolsillo. Ya se está haciendo con las bolsas de plástico y ahora podría llegarle el turno a aquellas actividades que emiten dióxido de carbono. En este sentido, el Gobierno español ha estrechado el cerco sobre el sector del automóvil, planteando una subida de impuestos al gasoil. La medida no ha sido acogida de forma muy positiva pero al menos ha captado la atención de todos. «En Europa xa existe dende fai anos un mercado de emisións que esixe ter un permiso para contaminar e polo que se paga un prezo. O que ocorre é que en España o sector do transporte non está dentro de este mercado e por iso crear un prezo de carbono en forma de imposto ten sentido. Establecer este tipo de prezo resulta ademais un instrumento moi potente para facilitar a transición dun sistema económico», asegura Labandeira.

 La solución tecnológica

Si la política termina fallando, la economía se niega a transitar e incluso si los jóvenes fracasan, todavía quedará una última baza, la de la ciencia. Las tecnologías que están surgiendo de la cuarta revolución industrial describen un futuro mucho más sostenible para todos los sectores; el transporte, el urbanismo, la energía o la alimentación. En el MIT ( Instituto de Tecnología de Massachusetts) trabajan miles de ingenieros con una sola consigna, solucionar los problemas de la humanidad. Uno de ellos es Eduardo Castello, que atiende a La Voz por Skype. Castello forma parte del proyecto Open Agricultura. «En el mundo actual todo se produce de forma globalizada. Si quieres consumir un producto en una época concreta, como una naranja por ejemplo, tienes que comprarla en China. La logística necesaria para transportar esa naranja es enorme, emite muchos gases de efectos invernadero y está basada en átomos. Pero si esa naranja pudiera ser codificada en bits y se enviara al lugar donde se va a consumir para ser después ser reconstruida, nos ahorraríamos toda la cadena de producción. Lo que estamos haciendo es crear una interfaz que permita coger los bits de información del producto y pasarlos a átomos para generar la naranja de manera física», explica.

Cada gallego genera al año unas cinco toneladas de dióxido de carbono con sus actividades. El cambio global que se demanda comienza de forma individual, modificando sencillos hábitos de consumo. «La primera decisión útil sería pasar a una dieta que suponga menos consumo intensivo de carne industrial. También ayuda comprar productos más locales para que no tengan una huella de transporte elevada y a ser posible optar por caminar o usar la bicicleta a la hora de desplazarnos», recomienda Dumitru. Los expertos recuerdan además que no existe ningún estudio todavía que demuestre que uno es más feliz cuanto más tiene.