La pandemia económica del 2020

Julio Sequeiros CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA

MERCADOS

Sandra Alonso

La mayoría de los análisis realizados hasta ahora insistían en que la crisis económica derivada de la sanitaria en nada se asemejaba a la del 2008. Pues bien, hay muchas similitudes. El impacto fue tan dañino entonces como lo es ahora. El endeudamiento presente acelerará el crecimiento pero hipotecará las rentas futuras. Vamos hacia el estancamiento secular.

13 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El impacto económico de esta crisis es, en bastantes aspectos, similar a la del 2008, aunque amenaza con agravarse grave. Lo que en aquel momento representó la caída del crédito y la crisis bancaria, hoy lo ha provocado la caída de la actividad económica derivada del confinamiento y el miedo al contagio interpersonal. En el 2009, el PIB mundial disminuyó casi un 2 % y el comercio internacional lo hizo en un 12 %. Las previsiones para este 2020 anticipan caídas en el PIB mundial superiores a un 10 % y retrocesos también en el comercio internacional superiores a un 20 %. Por supuesto, tasas respecto al año anterior y con una fuerte variabilidad entre unos países y otros.

En un contexto así, es fácil prever lo que tenemos por delante. Una fuerte disminución de los ingresos públicos -probablemente mayor que la caída en la actividad económica- tal y como ya nos pasó a partir del 2008. En paralelo, un importante incremento del gasto público por parte de las administraciones, vinculado al incremento en el gasto sanitario, al mantenimiento del nivel de empleo y al incremento de las ayudas al tejido económico y social.

En consecuencia, tendremos una evolución muy negativa de los déficits fiscales. En este sentido, el FMI pronostica déficits públicos entre el 10 y el 20 % para la mayoría de los países a finales del 2020. Si esto es así --y nada nos hace pensar lo contrario-- tendremos por delante una larga etapa de ajustes basada en la generalización de las políticas de austeridad en prácticamente la economía mundial en su conjunto. Todo esto, en un contexto en el cual el nivel de endeudamiento internacional (sobre todo en el sector público) alcanza ya cotas históricas. 

Deuda

La deuda en la economía mundial ha llegado a niveles inimaginables hace algunos años. A finales del 2019 la deuda total (la pública más la privada) sobrepasaba tres veces el PIB, y en este 2020 las previsiones apuntan a un crecimiento hasta un 330 % de la riqueza mundial. En este escenario, el papel que están jugando los bancos centrales es determinante. A través de las políticas de compras de bonos (expansiones cuantitativas) destinadas a mantener la liquidez en el sistema y evitar así las crisis de solvencia, los balances de estos bancos han tenido un desarrollo espectacular. A finales del 2020 el BCE llegará a alcanzar casi el 60 % del PIB europeo, después de haber crecido de forma exponencial desde el 2008 a la actualidad. (Recordemos que el estándar FMI es mantener el balance alrededor de un 10 % del PIB). Un caso parecido es el de la Reserva Federal americana (FED). Con una trayectoria similar a la europea, llegará a finales de este año con un balance ligeramente superior al 40 % de su PIB. Inferior al europeo, pero con una trayectoria muy semejante: un primer impulso a partir del 2009 y una aceleración muy visible en el 2020 (y probablemente, en los años sucesivos). El Banco central de Japón (BoJ) acumula en su balance activos por un importe superior al 125 % del PIB nipón.

Esta capacidad ilimitada de crédito desde los bancos centrales es lo que está explicando unos tipos de interés negativos (sobre todo en vencimientos inferiores a los cinco años) y, por ejemplo, las subidas de las bolsas, mayormente alimentadas por un crédito muy barato. Puede resultar extraño que las bolsas europeas (principalmente la alemana) hayan recuperado ya las pérdidas acumuladas durante el confinamiento o que la Bolsa de Nueva York vaya por el mismo camino. En este último caso, impulsada por las cotizaciones de las empresas tecnológicas. 

Un invento maravilloso

Si se me consiente, una digresión. Una vez le preguntan a J. A. Schumpeter qué es eso del capitalismo. El economista responde que el capitalismo es un invento maravilloso que consta de tres piezas. La primera es el respeto a la iniciativa y a la propiedad privadas: quien lo hace bien gana y el que no, que se dedique a otra actividad. La segunda es la innovación. Esa curiosidad que tenemos los humanos por saber el cómo funcionan las cosas, parecemos niños desmontando juguetes y creando otros nuevos. Y la tercera es el crédito. Una máquina espectacular que permite disponer hoy de rentas que se generarán en el futuro. Pues bien, hoy en día hemos dispuesto ya de las rentas generadas, por lo menos, hasta el 2025.

Todo este asunto del endeudamiento saca a colación una cuestión mayor. La falta de una teoría económica consistente que nos explique de forma satisfactoria cómo es posible la coexistencia entre inflaciones muy bajas (incluso negativas), tipos de interés muy bajos (incluso negativos) y una expansión de la masa monetaria nunca vista hasta ahora en la historia reciente del capitalismo. En la ortodoxia del pensamiento económico hay algo que no funciona. Quizás, y en términos de la longue durée, estamos ya instalados en una etapa de estancamiento secular (en el sentido que le dio a este concepto A. Hansen en 1930 en plena gran depresión, o L. Summers en el 2013 en plena crisis financiera) que podríamos calificar de socialismo de banco central. Un capitalismo en el cual una sola institución pública (e independiente) controla más allá de la mitad del producto.

A mayores, una última reflexión sobre este asunto. El endeudamiento trae al presente las rentas futuras. Pero, además trae al presente los futuros crecimientos del PIB. Al endeudarnos y gastar ahora estamos acelerando el crecimiento en el presente y ralentizándolo en el futuro. De ahí que las tesis sobre el estancamiento secular tengan tantas posibilidades de responder a la realidad actual, sobre todo, como es el caso, si un endeudamiento descomunal va acompañado de la ralentización en el crecimiento demográfico, un intenso envejecimiento de la población, un débil impacto del desarrollo tecnológico sobre la productividad total de los factores, etc. 

Deterioro del paisaje urbano

En el análisis del impacto social de la pandemia un punto central se refiere a la pervivencia y reproducción de las clases medias, sobre todo el segmento vinculado al comercio, a algunos servicios y a la producción industrial en pequeña escala. Estas clases urbanas, frecuentemente liberales y cultas, eran el sostén de la vida ciudadana, tanto en lo económico como en el terreno cultural. Las nuevas tecnologías, y los nuevos canales de comercialización, están liquidando este segmento de la población, incapaces de competir en precios y en catálogo con las grandes plataformas de distribución. Empieza a ser frecuente un paisaje urbano muy deteriorado en el centro de las ciudades, con una parte importante de los locales comerciales cerrados, esperando un alquiler que no le interesa a nadie o a un comprador que lo convertirá en viviendas a ras de la acera. Lo que hasta ahora era una dinámica inherente al capitalismo -la concentración del capital y la progresiva proletarización de las clases medias- las nuevas tecnologías aceleran el proceso y lo expanden y consolidan a nivel mundial.