El terremoto de China sacude a Galicia

La Voz

MERCADOS

Juan S. G.

Empresas gallegas del sector textil, del metal o la alimentación se han replegado en el gigantesco mercado del país asiático por el bloqueo logístico y los sobrecostes. Algunas frenan su expansión y otras han rebajado sus expectativas comerciales

28 nov 2021 . Actualizado a las 22:28 h.

Los acontecimientos de los últimos años han acelerado la transformación que desde hace tiempo venía persiguiendo China hacia la autosuficiencia y la hegemonía a nivel mundial, algo más patente ahora, con la escasez tanto de energía como de semiconductores. Además, la subida de los salarios en el gigante asiático nutre una cada vez mayor masa de consumidores, aunque el mercado laboral chino ha dejado de ser atractivo para las empresas productoras extranjeras. China está cambiando, y la pandemia no ha hecho más que hacer ese proceso más vertiginoso de lo que lo era ya. Por ello, muchas empresas gallegas del textil, metal o la alimentación ya se están replegando, mientras otras frenan su expansión. Así afectan todos los cambios en la economía china a Galicia.

El repliegue gallego en el mercado chino

Textil, metal o alimentación frenan su expansión y rebajan expectativas comerciales en un escenario de bloqueo logístico y sobrecostes

M. Sío Dopeso

Nadie duda del enorme potencial que supone el gigante chino, por su dimensión en habitantes —cerca de 1.400 millones de potenciales compradores — como por su creciente demanda, vinculada a la ampliación de un segmento de clase media alta. Se calcula que este segmento constituirá casi el 35 % de la población en el 2030. Las cifras dan cuenta de la dimensión que puede suponer conseguir que los productos y servicios gallegos entren en ese mercado: en China existen 16 millones de millonarios y su PIB, aun venido a menos, es 10 veces superior al de España.

Pero lo cierto es que la economía de China se está desacelerando más rápido de lo esperado, y ante la incertidumbre sobre cómo va a evolucionar, en medio de esta tormenta perfecta de crisis de suministros, colapso logístico y sobrecoste de las materias primas, las empresas gallegas con intereses económicos en el país asiático no solo apuestan por el conservadurismo, congelando sus planes de expansión, sino que son muchas las que han comenzado a replegarse.

La primera en ajustar su red de negocio en China fue el grupo Inditex, que ya en enero de este año puso en marcha un plan estratégico de optimización de su red comercial, que ha supuesto el cierre todas sus tiendas físicas en China de las cadenas Bershka, Pull&Bear y Stradivarius durante este ejercicio. Con todo, Inditex está presente en China con todas sus marcas, con tiendas en más de 50 ciudades y venta digital a través de sus propias plataformas y de T-Mall. Se trata también de un mercado relevante para la detección de tendencias de moda que acaban convirtiéndose en referencia global, así como en la adopción de novedosos hábitos en la experiencia de compra, tal y como ha podido comprobar el grupo desde su llegada al país asiático en el 2004.

La otra firma textil presente en el mercado chino (desde el año 2004) es la ourensana Adolfo Domínguez. Antes de la pandemia operaba 8 tiendas. Actualmente dispone de 4 en el país, dentro del plan de reposicionamiento de su red comercial hacia calles y mercados más rentables. Fuentes de la textil que dirige Adriana Domínguez explican que, «desde hace dos años y antes de la crisis del coronavirus, la compañía se replanteó su estrategia en el país, evolucionando hacia proveedores con un mayor aporte de sostenibilidad y aumentando su compra en países de cercanía como Portugal».

Fuera del textil, en los últimos años destaca la presencia en China del grupo aeronáutico gallego Delta Vigo.Francisco Puga, presidente de la compañía explica que a pesar del frenazo sufrido por el gigante asiático, la colaboración de Delta con la aeronáutica china no ha sufrido ningún cambio. «Actualmente estamos desarrollando un proyecto para el C929», explica. Dicho esto, Puga manifiesta su percepción de la situación. «Sí hemos observado una ralentización o demora en la adjudicación del proyecto y las causas pueden ser diversas, desde el impacto producido por el covid, hasta variaciones en el propio programa del avión», afirma.

«Nuestro volumen de negocio aeronáutico en China ha disminuido y es algo lógico. La participación de Delta, en programas de aviones nuevos, como el caso de Comac, va disminuyendo y finaliza cuando ya se fabrican los primeros aviones», añade el presidente de la aeronáutica gallega, que llama la atención sobre otra consecuencia de impacto directo en la industria. «Lo que observamos es un incremento de precio en materiales como acero o aluminio provenientes de China», afirma. «Sigo pensando que Occidente tiene que buscar alternativas a una fuente de suministro casi única para ciertos componentes clave para el normal desarrollo de nuestra industria», añade.

La empresa naronesa Gabadi, especializada en tanques para buques, sigue adelante con los pedidos para los astilleros chinos. Al país asiático exportan también Aceites Abril, el grupo Coren, la cooperativa Feiraco o la conservera Albo, de capital cien por cien chino, junto con un total de 350 empresas de toda la comunidad, según datos del ICEX actualizados a septiembre de este año, un período en el que se constata una fuerte caída de la actividad económica gallega en el país asiático, ya que en los nueve primeros meses del año las ventas ascendieron a 166 millones de euros. La suma es superior a los 137 millones facturados en un 2020 marcado por la pandemia, pero considerablemente inferiores a los 195 millones en ventas a China registrados en el 2019.

La explicación a esta caída se explica en parte por el repliegue de algunos sectores en el escenario económico chino, pero también y de manera más intensa en los últimos meses por las grandes dificultades logísticas que está generando el colapso del transporte marítimo y la falta de contenedores. Este complejo escenario no solos han retraído las exportaciones, sino que han retrasado las entregas, en algunos casos, con grave perjuicio económico para las empresas gallegas, y las han encarecido.

El capital asiático rentabiliza sus inversiones en Galicia

Mientras Galicia mide con cautela sus riesgos en el mercado chino, el capital asiático saca partido a sus intereses en la comunidad gallega. Todas las inversiones asiáticas acometidas en Galicia han crecido en negocio, mercado e infraestructura productiva en el último año.

En general,en España la inversión china alcanzó los 305 millones de euros en el 2020 a pesar de la pandemia, frente a los 80 del 2019. De esta suma ejecutada el pasado año, 25 millones han sido euros aportados por el gigante Bright Food, dueño de la conservera Albo, para construir una nueva planta en la plataforma logística de Salvaterra-As Neves, a donde trasladará la histórica unidad productiva de Vigo. Shanghai Kaichuang (hoy integrada en Bright Food) adquirió Hijos de Carlos Albo en junio del 2016 por 60,9 millones de euros. Las ventas de la firma viguesa en el momento de la transacción rondaban los 60 millones de euros. En solo cuatro años, la facturación se ha situado por primera vez por encima de los 100 millones, según las cuentas de Albo del 2020.

También en el sector alimentario Euroserum Ibérica, filial de la láctea francesa Sodiaal, pasó a manos del grupo chino Yeeper Dairy a finales del 2019. Ahora Yeeper tiene en marcha un proyecto de ampliación en Monforte con una inversión superior a 16 millones.

Entre las últimas operaciones está la protagonizada por la compañía china Road & Bridge, que  se incorporó el año pasado al accionariado de Grupo Puentes, con sede en Oroso, y que disparó su cartera de obra planificada en un 51 %. La primera compra importante de China en Galicia se firmó en el 2013, por 54 millones de euros. Fue Gándara Censa, especializada en calderería pesada, ahora convertida en Citic Censa y centro neurálgico del plan de expansión del consorcio chino Citic Heavy Industries.

ROMAN PILIPEY

La economía china muta con la pandemia para recuperar el trono

El gigante asiático busca vías para ser autosuficiente haciendo acopio de energía y materias primas. Los expertos anticipan un período de desglobalización. Tras la crisis de los michochips hay una guerra soterrada entre China y Occidente por la hegemonía tecnológica

C. Porteiro

En apenas 30 años, el paisaje en Shenzhen ha cambiado radicalmente. Este antiguo pueblo de pescadores y campesinos se ha convertido en el Silicon Valley de China. Allí tienen sus sedes empresas como Huawei, ZTE o Tencent. Mientras en España todavía se debate sobre el reparto de ayudas para la instalación de puntos de recarga, por las calles de la urbe asiática, entre sus rascacielos, solo circulan autobuses y taxis eléctricos.

La ambición de Pekín ha dado la vuelta al tablero. Se acabó el made in China de los bazares, el de las fábricas con mano de obra barata. Los salarios no han dejado de crecer, encareciendo la producción en el país asiático, de la que se nutren empresas occidentales. Ha germinado una clase social media con capacidad adquisitiva sobre la que el Gobierno quiere hacer pivotar la transformación de la economía. China ya ha iniciado una nueva revolución tecnológica. Y será una revolución de puertas hacia adentro. El objetivo de Pekín es ser autosuficiente.

La pandemia, con todos sus cuellos de botella, ha acelerado el calendario y ha obligado al país a mutar ante la escasez de energía y semiconductores. La batalla por la hegemonía no ha hecho más que empezar. China quiere recuperar el trono que le arrebataron hace casi dos siglos. ¿Qué factores están impulsando esta vertiginosa transformación?

Mejores salarios

En los últimos años los salarios en China han ido creciendo a un ritmo medio del 10 % anual. La pandemia redujo esa alza al 5,3 %, aunque en sectores como el bancario, la energía o las TIC, las remuneraciones han crecido un 8, 7 y 6 % respectivamente. La industria del software y servicios de tecnología informática registraron el mayor alza (18,7 %). Esta tendencia se explica por la estrategia del Gobierno chino de dinamizar la demanda interna aumentando la capacidad adquisitiva y desplazando las importaciones occidentales como principal fuente de suministro de productos de alto valor añadido.

La gran terminal del transporte mundial

Para muchas mercancías, un retraso de un día en el transporte puede equivaler a imponer un arancel del 1 %, según el Banco Mundial. Por eso es tan importante que la gran terminal del mundo, China, funcione como un reloj. El país asiático ha salpicado su costa de colosos portuarios. Solo del puerto de Shenzhen, uno de los más eficientes del mundo, parten 130 rutas distintas. Pueden recalar en sus terminales más de 500 buques al mes. China alberga seis de los diez puertos más grandes del mundo. No es una casualidad. Entre el 80 y el 90 % de las mercancías se mueven en el mundo a través del transporte marítimo. Para un país tan volcado en la exportación, la logística ha sido la llave para su rápido desarrollo. La pandemia ha trastocado todo. Los rebrotes obligaron a confinar a muchos trabajadores y cerrar temporalmente las fábricas en pleno bum de la demanda. Las bajas se multiplicaron en los muelles donde se acumulan retrasos de hasta un mes. Este terremoto ha propulsado los precios de los fletes de contenedores, multiplicando las tarifas por siete y obligando a muchas empresas a buscar alternativas por aire y por tierra. Las consecuencias las notaremos en el bolsillo. Según un informe de Naciones Unidas, los cuellos de botella impulsarán los precios de los ordenadores y productos electrónicos un 11,4 %; un 10,2 % el de las manufacturas; otro 10,2 % los productos textiles; 9,4 % los productos plásticos; un 7,5 % los productos farmacéuticos básicos y hasta un 6,9 % el precio de los vehículos.

Burbuja inmobiliaria

China acumula algunos esqueletos del pasado, grandes ciudades fantasma que quedaron a medio construir. Hay 1,4 millones de viviendas inacabadas y el 20 % del parque inmobiliario chino en propiedad está vacío, por pura especulación. Ha sido tal el crecimiento y la demanda de inmuebles, que 5 de las 10 ciudades más prohibitivas del mundo ya se sitúan en este país. Son cifras que ponen de relieve la magnitud de una burbuja inmobiliaria que se podría llevar por delante el 30 % del PIB del país —incluyendo las actividades vinculadas—. La caída en desgracia de Evergrande ha sido el primer aviso.

Guerra de los microchips

¿Dónde están los microchips? Son el nuevo petróleo, pero no de China, sino de Taiwán. El 60 % de estos componentes, que se utilizan en paneles solares, vehículos, videojuegos o en instrumentos médicos, se fabrican en Asia. Aunque la compañía detrás de uno de cada cuatro microchips (TSMC) está ubicada en esta pequeña isla que Pekín reclama para sí. ¿Con fuerza militar? No, por ahora. Taiwán resiste con un escudo de silicio, el material con el que se fabrican los semiconductores de los que dependerá el éxito de la revolución tecnológica china. Como apunta la investigadora de Bruegel, Alicia García Herrero, para ese país ya son más importantes los microchips que el crudo: «Son el artículo número uno en la cesta importadora de China, que está atrasada en la producción de semiconductores de alta gama», explica la experta en un informe. Por eso ha hecho acopio durante todo este tiempo. No por la fuerza. Una intervención en Taiwán desencadenaría un enfrentamiento con Estados Unidos, que no quiere que China acapare el suministro. Ha convencido a TSMC para abrir una fábrica de procesadores y semiconductores que alimentará a Apple y ha desplegado fuerza militar alrededor de la isla, aumentando la tensión en los últimos meses con los chinos.

Acopio de energía y materias primas

China fue en el 2020 el tercer mayor consumidor de gas del mundo y el segundo importador de petróleo. Mientras los occidentales se entretenían con sus nuevos ordenadores en el confinamiento, el país asiático estuvo importando hidrocarburos a precios irrisorios y haciendo trabajar a toda máquina a sus refinerías. Hasta el 2021. Con la reapertura, los precios del crudo se dispararon un 62 %, así que Pekín redujo las importaciones un 7,2 %. Para compensar el déficit energético acudió a Rusia y compró gas, incluso de urgencia. Los problemas de autosuficiencia energética han obligado al Gobierno chino a racionar el consumo y asumir cortes de suministro, de forma que un buen número de fábricas han tenido que producir de forma intermitente. A diferencia de otras potencias, China no hace ascos a ninguna tecnología: tiene cuatro grandes refinerías en construcción y planea levantar 150 reactores nucleares en 15 años para alimentar la transición. Pero hay otra pata por asegurar: el abastecimiento de materias primas. Su escasez —por la alta demanda y la especulación en el mercado— ha dificultado el acopio. ¿El resultado? Inflación y menos crecimiento. China avanzó menos de lo esperado en el tercer trimestre (4,9 %). Eso sí, lo tendrá más fácil que sus competidores porque domina todo el mercado minero. Extrae todo tipo de materias críticas que transforma para la fabricación de mercancías de alto valor añadido. Ya en 2016, Bruselas le abrió un expediente por restringir el acceso de los europeos al grafito, cobalto, cobre, tántalo, estaño etc. esenciales para las industrias.

Lucha por la primacía tecnológica

A China le falta el Santo Grial para hacerse con la primacía tecnológica: el conocimiento. Ha impulsado la Ruta de la Seda (red de infraestructuras terrestres y marítimas para conectar sus puertos y ciudades hasta Europa, pasando por Asia central y África) para ganar influencia. EE.UU. ha cerrado la puerta a cualquier transferencia de conocimiento, prohibiendo a sus gigantes dar servicio a Huawei o prohibiendo las adquisiciones en empresas estratégicas. Washington y la UE batallan a golpe de arancel para aplacar la voracidad de Pekín, que se guarda en la manga una última carta: la deuda estadounidense. Un billón de dólares están en sus manos. Una venta acelerada podría hundir el dólar.

Tom van der Heyden: «China piensa que está recuperando la hegemonía que siempre ha tenido»

La pandemia ha destapado un desequilibrio que ya existía: la influencia que el gigante asiático venía ejerciendo sobre las economías occidentales. Sus líderes propugnan una nueva estrategia para crecer, donde las patentes y la tecnología le den el impulso definitivo para convertirse en la primera economía mundial

D. Casas

Entre los datos que proporciona en su descripción en las redes sociales, Tom Van der Heyden (Amberes, 1965) destaca su entusiasmo por los viajes, pero lo que le complace realmente es hacer negocios con China. Experimentado conocedor de los entresijos de los mercados emergentes y asiáticos, este belga de nacimiento despliega su red de negocios y conocimiento desde Barcelona, donde tiene fijada su residencia. Cofundador y consejero delegado de S3 Group, una consultoría especializada en proyectos de internalización en mercados de Latinoamérica y Asia, aglutina un extenso currículo académico y docente que compagina con su faceta como hombre de negocios. Van der Heyden analiza algunas de las claves que han llevado al gigante asiático a la posición de liderazgo que hoy ostenta en el contexto mundial

—¿Cómo ha llegado China a ser clave en la economía mundial?

—Empezó hace 30 o 40 años con un cambio político y económico muy significativo, cuando decidió que su sistema de mirar hacia dentro no funcionaba y tenía que hacerlo hacia fuera. Permitió inversiones extranjeras, que se abriesen fábricas bajo condiciones muy favorables aprovechando una mano de obra barata y, sobre todo, muy abundante. Tanto que nunca antes en la historia se había creado tan de repente un pool de mano de obra disponible a semejante escala mediante una serie de acuerdos con países occidentales. Muchas empresas occidentales vieron grandes oportunidades para generar beneficios y ser más competitivas. A la vez, se inició un desarrollo económico sin precedentes. Jamás había pasado algo semejante. Durante décadas, China creció de media un 10 % al año. Al final lo ha hecho tan bien, que ha acabado convirtiéndose en la segunda economía mundial y será la primera en algún momento.

—¿China entendió que el liderazgo lo obtendría con la economía?

—Totalmente. Ha sido un ejercicio de gestión económica excelente. Lo han planificado y ejecutado muy bien.

—Claro que resulta menos complicado en un país donde todo el control lo ejerce el Gobierno.

—Está claro que hay un contexto político en el que a los líderes chinos no les preocupan las siguientes elecciones. El horizonte de decisión y de planificación no es de 4 años. Todo lo hacen con vistas de al menos 20 años, se percibe en su manera de tomar posiciones en torno, por ejemplo, al suministro de materias primas, las energías renovables o el control de minerales especiales, toda una serie de elementos que están pendientes de resolver en Occidente, pero como tiene tantas cosas que hacer, no se ha dado cuenta. Y lo que ha ocurrido es que China ha tomado la delantera en torno a las materias primas relacionadas con el coche eléctrico, y ha dejado a Occidente en una situación muy desfavorable. De los 400.000 autobuses que circulan con esa tecnología en el mundo, 4.000 lo hacen en EE. UU., los demás están en China. El mayor fabricante de coches eléctricos es la multinacional china BYD, participada curiosamente por el estadounidense Warren Buffet.

—Sin embargo, la realidad económica parece indicar que los datos oficiales están muy alejados de los reales. Los índices de actividad y el PIB discurren por caminos diferentes.

—Sobre las estadísticas macroeconómicas de China solo ellos saben como son en realidad. Nadie conoce exactamente cuánto crece o cuáles son sus niveles de desempleo.

—Los líderes chinos anuncian un cambio de modelo económico orientado hacia la demanda interna y los servicios mientras el resto del mundo se ha dado cuenta de la gran exposición que tiene hacia ese mercado. ¿Cómo va a corregir la economía mundial esa dependencia?

—Occidente se ha dado cuenta de ese sometimiento. Lo que ocurre es que reducir esos vínculos mediante la recuperación de la actividad industrial no podrá hacerse al nivel deseado por los políticos. Las razones son los números. Cualquier actividad resultará cuatro veces más cara. No lo veo a corto plazo. Hay un movimiento, tanto en EE.UU. como en Europa, de reorientar la producción, pero los números mandan y no sale a cuenta.

—Algunas multinacionales ya se están recolocando en nuevos mercados.

—El textil es uno de los sectores a los que le compensa irse de China, porque empieza a resultarle muy costoso. Necesita mucha mano de obra y los salarios en el gigante asiático se han incremento del orden de un 10 %. Es uno de los segmentos de actividad que ya no puede optimizar la producción. Hacer textil exige un ejército de mano de obra. De hecho los propios empresarios chinos están invirtiendo a gran escala en otros lugares como Blangladés, Etiopía o Birmania. Pese a todo, China todavía es un gran proveedor de ropa, pero sí que está reduciendo posiciones.

—La pandemia ha dejado varias lecciones. Entre ellas, que China se ha encargado de controlar el negocio de las materias primas y el resto del mundo ve peligrar la cadena de suministros.

—Lo que ha ocurrido con la salida de la pandemia es que las fábricas no han dado abasto a la demanda. El sector de la automoción ha resultado especialmente damnificado porque las industrias de microchips no se pueden montar de un día para otro. EE. UU. y Europa sí han tomado ya medidas en este sentido para autoabastecerse.

—¿La ventaja china será mayor con ese control del comercio internacional?

—En el comercio internacional a nadie le interesa que se quede bloqueado. Tampoco a China. De hecho, muchas empresas —las que hacían productos de bajo valor añadido— han cerrado porque a sus compradores occidentales no les salía a cuenta. Es una tormenta que tiene que pasar. Un estudio de la consultora Mac McKinsey anticipa que después del año chino, en febrero o marzo, posiblemente todo discurrirá con más fluidez. Al menos es lo que se desea. Lo más probable es que a lo largo de la primera mitad del 2022 se alcance cierta normalidad; bajarán los fletes, aunque no a los niveles del 2018 y 2019, pero buscarán un punto de equilibrio.

—¿Se hará dominante en todos los mercados de aquí al 2050 como planea?

—Pueden intervenir muchos factores. Si China sigue creciendo y Occidente continúa donde está, va a ser muy difícil contrarrestarlo, porque las economías occidentales están muy divididas. Tener una voz única en Occidente cuesta mucho, ni siquiera a través de un único interlocutor como EE. UU. Cada uno barre para su casa y China se aprovecha de ello, tiene ante sí un adversario muy fragmentado y le viene perfecto.

—Apuesta por la hegemonía a través de sus patentes y la tecnología para hacerse dueña del mercado, cuando la economía asiática creció a base de la innovación europea y norteamericana.

—Sobre la hegemonía y el posicionamiento como primera economía mundial, es un error común que se comete muy relacionado con una falta de comprensión de China. No es que apruebe todo lo que hace. Pero en Occidente, los líderes políticos siguen el ascenso de este gigante como un fenómeno espectacular. Es un error. En China lo analizan de otra forma. Hasta mediados del siglo XIX ya fue la primera economía del mundo. Ellos consideran que están recuperando el puesto que siempre han tenido. Su lema sería «volvemos a donde siempre hemos estado».

Tom van de Heyden es docente y profesor asociado en OBS Business School, ESADE, EAE, ESIC, Toulouse, Geneva y Vlerick Business School