Los yihadistas hablan francés sin acento

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

17 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El presidente francés, François Hollande, se refirió a los atentados del pasado viernes como una guerra organizada en el exterior, pero con conexiones en el interior. Es la guerra de la extimidad, neologismo que permite situar lo más ajeno como algo que anida en nuestro interior. También apeló a los valores de Occidente. Ese Occidente que califica a la sociedad islámica de retrógrada y medieval, al mismo tiempo que los islamistas califican a la cultura occidental de degradada y viciosa. De hecho, los últimos atentados en París se dirigieron a lugares de ese ocio juzgado como corrompido.

Esta división frente al modo de gozar es la auténtica clave del llamado choque de civilizaciones, pero el problema se agudiza cuando ya la frontera entre los discursos no la marca exclusivamente la geografía y observamos cómo el islamismo yihadista seduce a jóvenes nacidos y educados en las sociedades occidentales. Francia es el país occidental que provee de más jóvenes a los ejércitos yihadistas: más de 1.500 jóvenes franceses han integrado las filas del Estado Islámico y del Frente Al-Nusra en Siria.

Hace tiempo que los sociólogos advierten de la caída de los grandes relatos, de los grandes nombres del padre, mayoritariamente de inspiración judeocristiana, que organizaban la tradición en Occidente. A este declive contribuyó poderosamente el discurso de la ciencia frente al que las religiones occidentales tienen la necesidad de justificarse, mientras que el islam permanece impermeable (salvo para la utilización de la tecnología que conviene a sus fines).

Frente al relativismo de las referencias en Occidente, frente a la crisis de identidad de muchos jóvenes, el islamismo yihadista proporciona una identidad sin fisuras basada en lo absoluto. Las imágenes de decapitaciones y todo tipo de crueldades que el márketing del EI promueve, lejos de horrorizar, capturan a algunos jóvenes y les permiten unir un supuesto ideal a la pulsión de muerte. Así su pulsión agresiva queda justificada al convertirla en un instrumento de la voluntad de Alá. El dios de los cristianos exige el sacrificio propio, la penitencia. El dios del yihadista exige la muerte del otro, y si hay sacrificio, lo es por esa voluntad de muerte del infiel. Es una violencia que va acompañada de exaltación, no de temor. El yihadista vive en la apoteosis triunfante. No se imagina nunca que su causa pueda ser una causa perdida, como tan a menudo sentimos los que somos herederos de la tradición judeocristiana.

Ante la ausencia de referencias y de proyecto existencial, la seducción de lo absoluto puede resultar irresistible. Por eso, vemos incrementarse el número de jóvenes occidentales combatiendo en las filas del EI o protagonizando atentados terroristas en las llamadas sociedades libres. François Hollande tiene razón: ya no hay interior y exterior en esta guerra. Los yihadistas que actuaron en París hablan francés sin acento.