Ver para no creer

Beatriz Pallas ENCADENADOS

OPINIÓN

21 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Si hay algo de lo que Huelva puede presumir es de sus inmensas playas, largos arenales sin mácula allanados hacia el horizonte en los que perderse del mundo. El orgullo hacia su paisaje llevó a algunos onubenses a hacer público su enfado hace un par de semanas con El ministerio del tiempo, cuando uno de sus nuevos episodios recreó la historia del hombre que nunca existió, la Operación Mincemeat, en una Punta Umbría ficticia, de playas rocosas y acantilados en los que sus habitantes no se reconocían ni de lejos. La explicación es evidente: el cine y la televisión se graban allí donde resulta más conveniente para la producción, sea por logística, sea por dinero. En este caso, la serie de TVE y Netflix encontró más procedente grabar en Peñíscola, aunque fuera a costa de cambiar de mar, renunciar a la verosimilitud rigurosa del paisaje y aguantar reprimendas absurdas de algunos espectadores.

 La televisión absorbe tanto a veces que a algunos observadores se les olvida el muro de ficción que los separa de lo que hay más allá del plasma. Y tienen que pasar cosas como la última emisión de MasterChef, que mostró una catedral de Santiago como no se ve desde hace tiempo, libre de andamios que estropeen la postal, para recordar que no hay que creer todo lo que se ve. Ahora que Juego de tronos acaba de pedir permiso para grabar el año próximo su temporada final en Sevilla será preciso mentalizarse con que esto no es Poniente.