Galicia, un geriátrico

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

ROI FERNÁNDEZ

11 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Galicia lleva camino de convertirse en el gran geriátrico de España. No tan verde y lozano como dice nuestra literatura -e incluso nosotros mismos cuando nos ponemos estupendos-, social y territorialmente desorganizado, pero libre de los humos molestos de las fábricas, los chillidos infantiles o la contaminación que en su día producía un millón de vacas. Somos una raza -o una nación, si quieren- en vías de extinción. Escasean los bautizos, proliferan los entierros y apenas viene nadie a reemplazar a los difuntos, salvo las visitas esporádicas de quienes se acercan a buscar sus raíces remotas o a ganar el jubileo. Creo que con esa parrafada ya confirmo el papel radicalmente pesimista que me atribuye, desde su juventud aún exultante, el amigo Antón Sánchez.

Resumido el diagnóstico, e incapaz de ofrecerles un remedio eficaz a la dolencia, me pregunto por qué, si el declive demográfico constituye el principal cáncer que nos corroe, no figura en el centro de la agenda de todos los partidos políticos. Sostengo una tesis doble al respecto. En primer lugar, el asunto no les sirve a los políticos para zurrarse la badana entre sí. Esa lacra no refleja el fracaso de este o aquel Gobierno, sino nuestro fracaso como país. Porque no es cierto que el problema se solucione con políticas de fomento de la natalidad, cheques-bebé o conciliación de la vida laboral. Esos son meros paliativos. Lo cierto es que, como demuestran los demógrafos y la historia, la natalidad desciende con el desarrollo. A mayor nivel de vida, menos hijos. Correlación agravada en Galicia por la secular hemorragia migratoria. Esparcimos brazos y cerebros por América y nutrimos con fuerza de trabajo las fábricas de Barcelona, Bilbao o Alemania. Con ellos emigraron óvulos y espermatozoides, y cayó la fertilidad.

En segundo lugar, nadie quiere hablar en serio de la otra pata que sostiene la población de un país: la inmigración. Tema tabú en esta Europa atemorizada ante los invasores de patera, replegada sobre sí misma, donde el proteccionismo y la xenofobia ganan adeptos cada día. El miedo se ha incrustado en su médula: esas gentes extrañas vienen a perpetrar atentados o, en el mejor de los casos, a quitarnos el trabajo. Cosa incierta de nuevo y desmentida por la historia y no pocos economistas. El inmigrante -o el refugiado- viene a defender su vida y con ello genera riqueza, crea trabajo y procrea hijos. Todos los grandes países se formaron de aluvión. Los españoles deberíamos saberlo bien: no hace tantos años, el inmigrante era ese señor que te servía el café, cuidaba del abuelo y le pagaba la pensión. Y, por encima, hacía repuntar las tasas de natalidad en Galicia. Lástima que aquel modelo tuviese los pies de barro (mejor dicho, de ladrillo y cemento). El problema no es que vengan los emigrantes, el problema es que no quieran venir a este rincón del noroeste.

«Galicia, sen homes quedas que te poidan traballar», escribía Rosalía. De aquella porque se iban, ahora porque no nacen. ¿Hay alguien ahí que escuche la voz de alerta de la cantora?