El verdadero periodismo

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

23 jul 2017 . Actualizado a las 10:22 h.

Hoy casi todos creemos que estamos muy bien informados, cuando la realidad es que solo estamos muy entretenidos con un torrente inagotable de informaciones inciertas, falaces o deterioradas que nos llegan por los más sutiles y modernos canales. ¿Podemos estar satisfechos con esa información? No. Porque nunca las nuevas tecnologías dispusieron de tantos canales modernos y eficaces para difundir informaciones sesgadas, sin rigor ni independencia. Por eso nos es tan difícil hoy zafarnos de su poder de seducción. Es más fácil atribuirles crédito y tirar para adelante. Al cabo, tampoco es falso todo lo que dicen. Así, verdades y mentiras avanzan cogidas de la mano. Lo malo es que no siempre sabemos cuáles son unas y cuales son otras.

Por otra parte, ha surgido un nuevo mal, y no pequeño. Me refiero a ese convencimiento ya muy extendido de que el público -o la gente, o la ciudadanía o el sursum corda- siempre tiene la razón. Toda la razón. Y en virtud de esta conclusión aviesa sería verdadero todo lo que el público cree verdadero, y falso lo que cree falso. Se impone así lo visceral sobre lo racional, y al que Dios se la dé, que san Pedro se la bendiga. Porque la distorsión visceral no atiende a razones y siempre encuentra algún aval en las redes sociales, en las que cualquier mindundi es un informador cualificado.

Digo todo esto para definir el actual estado de la cuestión, pero, sobre todo, para reivindicar la radical importancia de contar con medios informativos rigurosos que nos ofrezcan investigaciones fiables y salgan al atajo de patrañas y embustes. Solo una información de este tipo, acreditada y seria, puede mantenernos a salvo de errar por el desierto de las afirmaciones interesadas y de las distorsiones de nuestras realidades. Por eso son tan indispensables en estos momentos los medios libres al servicio de la comunidad democrática.

Porque el verdadero periodismo es un pilar fundamental de la construcción social y de nuestro propio modelo de convivencia. Una sociedad mal informada -o informada por tuercebotas interesados- corre el riesgo de equivocarse en sus decisiones más importantes y acabar tomando malos desvíos luego muy difíciles de rectificar.