La necesidad de la crítica

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

07 ago 2017 . Actualizado a las 08:27 h.

¿Qué ha pasado para que de repente nos encontremos rodeados de cantamañanas que ni siquiera saben lo que ignoran, pero que hacen declaraciones sin parar sobre todo lo habido y por haber? Algún día habrá que estudiar a fondo el fenómeno, porque es mucho más grave de lo que parece, precisamente por las consecuencias que tiene en nuestro entorno. No citaré por su nombre a ninguno de ellos, porque no hace falta, pero sí diré que, inexplicablemente, tienen influencia y que esta influencia es nociva, nefasta. 

En general, estos charlatanes insufribles anidan en medios de comunicación (sobre todo en las malas televisiones) e invaden nuestros hogares con tal naturalidad que pareciesen hallarse en alguna extensión de sus propias casas. Muchos intelectuales simplemente los desprecian y no hablan de ellos. Pero este es un error craso. Los buenos intelectuales no debieran de rehuir nunca la crítica que su propia formación les exige.

Reza un dicho popular que la incultura es muy atrevida, y es verdad (y cada vez más verdad, por cierto), pero el problema no está ahí, sino en que esa ignorancia supina encuentre las puertas abiertas para asomarse a los mejores escenarios y contagiar su estupidez. Y quizá su osadía podría estar en relación muy directa con el abandono de la crítica intelectual, es decir, con el silencio de los más cultos e ilustrados de la sociedad. Lo cual constituye una mala noticia para la recuperación social y cultural. Porque sin una crítica ilustrada e instructiva, los más deslenguados y menos cultivados tendrán la palabra y los escenarios. Es decir, serán los amos del cotorreo en el discurso general.

Por si faltaba algo más, estos males han aumentado y han llegado también a la política (a la nuestra, claro). Y los efectos son demoledores. Porque la tentación del político inculto es alimentar nuestra ignorancia hasta lograr ponerla al servicio de sus más egoístas intenciones. Y es natural que sea así, porque el proceso democrático nos incluye a todos, y gana, como es sabido, el que obtiene más votos. Pero el resultado es perverso. Porque sólo una sociedad abierta, culta, crítica y exigente puede remediar sus propios males.

La osadía [de los charlatanes] podría estar en relación muy directa con el abandono de la crítica intelectual, es decir, con el silencio de los más cultos e ilustrados de la sociedad