No solo de política vive el articulista

OPINIÓN

SANDRA ALONSO

12 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1957, mi padre, cartero de Forcarei, me enseñó dos tesoros que había en su oficina. El primero era un libro enorme, como un misal, en el que figuraban las 78.000 entidades de población que hay en España, y que era la versión del Nomenclátor hecha para Correos. Con aquel tocho pasé muchas horas buscando los pueblos más perdidos de Forcarei -Grovas, Valiñaxemia, Masgalán, A Rochela, Leboso- para ver si habían olvidado alguno. Pero ese milagro no se produjo. El otro tesoro era un mapa, elaborado también para Correos, en el que figuraban los más de 8.000 municipios de España. Y allí, con una lupa, los fui encontrando todos, siempre admirado de que en Madrid nos tuviesen tan fichados y situados.

Ambos prodigios venían del mapa 1:25.000, referencia de la cartografía española, que se editó entre 1875 y 1968. Sus trabajos fueron complementados con el primer Nomenclátor de España, que, mediante una laboriosa toma de datos sobre el terreno, encomendada en gran parte a la Guardia Civil, consiguió fijar el patrimonio toponímico español, aunque lo hiciese con muchos defectos y castellanizaciones que ahora hay que depurar.

Siguiendo esta estela, la Comisión de Toponimia de Galicia, creada y organizada por el decreto 249/1983, de 24 de noviembre, se proponía, en su primera fase, «a urxente tarefa de volver á súa forma enxebre a riqueza toponímica de Galicia», a cuyo servicio tuve que firmar -y firmé- la orden que privaba a Forcarey de su preciosa y elegante y. Pero ya en la primera reunión teníamos claro que el problema no iba a ser la toponimia de las entidades de población, sino la toponimia natural y orográfica de Galicia, y las muchas palabras -más de dos millones- que denominan cada área de cultivo, cada regato y cada metro cuadrado de terreno. Y a eso, según anunció la Xunta, se van a dedicar grandes esfuerzos técnicos y económicos, con métodos y herramientas más potentes que los de antes, y con las pesadillas localistas de Puenteareas, La Puebla y La Coruña felizmente superadas. Con este plan conoceremos mucho mejor cómo somos, y cómo evolucionó nuestra forma de poseer, trabajar, heredar, comprar y vender, desde el momento en que Diosiño decidió que entre la Estaca de Bares y Santa Tegra se instalasen los gallegos.

También podré volver sobre los topónimos geográficos de Terra de Montes, que, en una cultísima labor, de la que quizá no se conserve nada, trataban de desentrañar dos curas de Forcarei -don Secundino Cortizo y don Manuel Campos Saborido- que publicaban en la revista Lux, de la Acción Católica local, sus meticulosos estudios sobre topónimos como Gomaíl, Valdemiñoto, As Maleitas, A Ladreda y A Raña Longa.

Le deseo mucho éxito a esta empresa. Y me alegra haber encontrado algo interesante para escribir, sin recurrir a Maduro, Cataluña, el brexit, Corea y Neymar. Feliz verano.