Niza, Londres, Berlín, Estocolmo, Barcelona...

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

HANNAH MCKAY | EFE

18 ago 2017 . Actualizado a las 07:38 h.

Los del título son, por desgracia, los puntos suspensivos del terror que galopa subido a un camión o a una furgoneta. El terror que golpeó a Niza mientras decenas de miles de franceses contemplaban, tranquilos y felices, los fuegos artificiales de su fiesta nacional. El que golpeó a Londres en dos ocasiones cuando decenas de pacíficos ciudadanos cruzaban uno de los puentes más céntricos de la ciudad y más famosos del planeta. El que golpeó a un mercado navideño de Berlín y a una de las principales arterias comerciales de Estocolmo. El que ayer golpeaba igual de salvajemente a Barcelona, en plenas Ramblas, corazón de la capital catalana, abarrotadas de paseantes que disfrutaban de una suave tarde veraniega. El que puede estar preparando ahora mismo en cualquier lugar del mundo -¡pues el terror consiste en eso!- lo que hemos dado en llamar, maltratando a los lobos, un lobo solitario.

Esta guerra contra el terror, que seguro ganaremos, como se han ganado siempre en el pasado las que la libertad libró contra la tiranía es, en todo caso, una guerra sucia y profundamente desigual. Pues no se libra entre ejércitos, ni siquiera solo entre los terroristas y las fuerzas policiales. El terror yihadista es devastador porque resulta imprevisible; y es imprevisible porque no responde a una red organizada que actúa bajo una estructura jerárquica de mando contra la que dirigir la acción policial y judicial.

Para que el yihadismo siembre las calles de medio mundo de muertos y de heridos es suficiente con que un fanático religioso envenenado por el odio se haga con una furgoneta y decida lanzarse a cazar seres humanos. Porque los objetivos del terrorismo yihadista son indiscriminados: cualquiera que pueda morir, es decir, cualquiera que esté vivo, es un blanco potencial. Siete atentados con atropello en cinco países europeos (Alemania, Francia, Suecia, Reino Unido y ahora España) en el último año lo demuestran de un modo tan claro como trágico.

Las cosas, fatalmente, son así. Y por ello resulta cada vez más evidente que la acción policial y de inteligencia, que ha frustrado un gran número de tentativas de atentado, sería mucho más eficaz de contar con la abierta cooperación de los grupos musulmanes que condenan la violencia. A esa condena no solo tiene que ir unida la colaboración activa y permanente con la policía y con los jueces, sino también una absoluta claridad en la repulsa radical del terrorismo por parte de los líderes religiosos musulmanes en territorio europeo, repulsa que en demasiadas ocasiones ha brillado por su ausencia.

La musulmana constituye hoy una numerosa comunidad de la sociedad europea, que la ha acogido sin reservas. Para que eso siga siendo así es indispensable que la mínima parte de ella que ha optado por la violencia terrorista sea apartada por quienes tienen más posibilidades de lograrlo y más motivos para hacerlo: los propios musulmanes.