San Bartolomé, el Pi, o Corpiño

Uxio Labarta
Uxío Labarta CODEX FLORIAE

OPINIÓN

24 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Quedan para el verano novelas que llaman la atención. Confío para ello en la biblioteca de Baiona, una de esas instituciones que con la Guardia Civil de mis amigos reales (Andrés, Manolo, José Luis) o literarios (Bevilacqua y Chamorro) despiertan mi atención. A la espera de que finalice la rehabilitación del hospital Sancti Spiritus, siempre encuentro allí la gestión eficaz. De sus manos llega Todo isto che darei, de Dolores Redondo, en la excepcional versión en gallego de Dolores Torres París.

Una novela que nos lleva a una Galicia creíble. En su lectura sorprenden las sorpresas que reviven lo conocido y olvidado. Eso sucede cuando nos sitúa en un imaginario trasunto de o Corpiño, allá en tierras del Deza, donde sigue el rito y la creencia en esa cultura de ofrecidos, meigallos, endemoniados y exorcismos. Romería de la que da noticia en 1984 Ernesto Sánchez Pombo en un gran reportaje sobre o Corpiño, «que ha llevado a algunos a considerar el lugar como la clínica psiquiátrica del subdesarrollo rural gallego». Quizá imprescindible para salvarnos como gallegos.

Los encuentros con Jorge Mira llevan con regularidad a Enrique Labarta Pose. Noia hoy no podría inspirar a Labarta Pose Unha corrida de touros na vila de Noia, ni en el Curro ni en la plaza de madera del campo del Calvario. En ello no tiene nada que ver aquel infausto alcalde nacionalista, Pastor Alonso, pues no fue necesario que él llegara al urbanismo noiés para que se estragase el Calvario con un anómalo pabellón de deportes que desplazó aquella precaria plaza de toros. Por más que en mi imaginario personal Noia fue más de san Marcos que de san Bartolomé, este sostiene las fiestas en una Noia de melancolías entre memorias del viejo Ceboleiro de la Porta de Vila y la visita inevitable a una tumba en tierra con una inusual inscripción horizontal del siglo XIX en Santa María A Nova.

Santa María del Pi fue acogida y reflexión en las vidas vividas en la ciudad de los prodigios (gracias, Luís), mi particular metrópoli centralista. La ciudad de los amigos, la de Marsé, de Montalbán, de Mendoza, de Joan Margarit, de Fabián Estapé, de Margalef, de Ernest Lluch. La ciudad de los mil libros. La ciudad descubierta desde el carrer del Hospital y su residencia de investigadores, entre la Rambla y el Raval. La ciudad acogedora de Miquel, de Jaume, de Pi, de Joaquim y Pilar o de Enric. La ciudad vivida porque la eligieron mis hijas. La ciudad herida por el terrorismo. Donde los sucesos de muerte de esta semana no evitan la estupefacción y el dolor que provoca el conflicto político. Un conflicto que, por San Bartolomé, nos espanta. Como espantosa fue aquella noche parisina de muerte a los hugonotes calvinistas en unas guerras de religión, premonitorias del tiempo de hoy, antes de los Estados nación, el romanticismo y los nacionalismos. Exorcismos y milagros, como los de o Corpiño, quizá necesarios cuando uno se niega a olvidar como propias la plaza del Pi, Egipciaques, Viladomat, el Palau o Entença.