Aunque parece manifestación, es un pulso

OPINIÓN

ANDREU DALMAU | efe

26 ago 2017 . Actualizado a las 08:44 h.

El derecho de manifestación es una de las formas de salvar la brecha que separa a los gobernantes de los gobernados, ya que, mediante un procedimiento visible, rápido y eficaz, permite elevar al poder una demanda concreta. En democracia hay otras formas de realizar esta comunicación, pues para eso sirven elecciones, encuestas, medios de comunicación, organizaciones sociales y actos políticos. Pero estos mecanismos resultan a veces lentos, parciales, oscuros o difíciles de gestionar. Y por eso acudimos a manifestaciones como la que hoy se celebra en Barcelona contra el terrorismo yihadista.

Pero si la lógica de la manifestación es trasladarle un mensaje a alguien, no deberíamos llamar manifestaciones a estos emotivos conglomerados que integran en el mismo lado de la red a gobernantes y gobernados, ya que, a no ser que aceptemos la absurda idea de que nuestras demandas se dirigen a los terroristas, resulta imposible distinguir al interpelante del interpelado. En contra de lo que solemos creer, a los ideólogos del terror les gusta ver a los pueblos y a sus gobernantes manifestándose contra sus masacres. Porque esa protesta los introduce en el universo político como referentes de una gravísima crisis; les regala la sensación de poder que tanto ansían; y hasta les reconoce un resquicio de humanidad que los puede hacer sensibles a nuestras demandas.

Pero, además de estos inconvenientes, no se puede negar que la manifestación de Barcelona está trufada de dobleces y mensajes cruzados que la convierten en un pulso farisaico entre los que -desde distintas atalayas institucionales- tratan de capitalizar sus resultados. Por eso tengo por cierto que, ante el riesgo de que el independentismo revista de nou Estat su hazaña antiterrorista, para hacernos ver que todo empieza y termina en Cataluña, el aparato del Estado se sintió obligado a aterrizar masivamente en Barcelona, para fotografiar, sin más ayuda que el protocolo, a toda España -muy unida- bajando el paseo de Gracia.

Para eso se forzó la insólita presencia del rey en una manifestación, que, además de acentuar la sensación de que no queda nadie en su despacho para escuchar el mensaje, abre una brecha que será difícil de cerrar en actos sucesivos, en los que se hará evidente que este excepcional desembarco de autoridades, políticos, el rey, presidentes autonómicos y estamentos militares y policiales, tiene como principal causa y objetivo meter una cuña de Estado en el apolillado tronco del independentismo catalán.

Las emociones de unidad y patriotismo serán visibles el fin de semana. Pero el pulso con los independentistas volverá, más ácido, el martes, cuando se retome el empeño de provocar la más peligrosa crisis de la España reciente. Un follón gratuito, falsario e insoportable que ya protagonizará -camuflado- la manifestación de esta tarde.