Piedras preciosas en medio del barro

OPINIÓN

09 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Gracias a la tragicomedia que está arrasando Cataluña, el mismo Sánchez que acaba de parir la «nación de naciones», como base para esa España federal, asimétrica, acomodaticia, acomplejada e inestable que ni siquiera a Cataluña le gusta, acaba de enterarse de que los experimentos hay que hacerlos con gaseosa, y que si la verdad esencial de todo lo que somos, que es España misma, acaba reducida a la condición de variable dependiente, colapsará el sistema con todo lo que lleva dentro. También Robles, que trazó una raya roja contra la hipotética aplicación del artículo 155, acaba de confesar que, si el «tsunami democrático» de Puigdemont no quiere volver a su cauce, no queda más remedio que reducirlo por la fuerza. Y en eso consiste -¿ven que fácil?- el principio de la solución.

La misma coda del procés que se activó esta semana acaba de descubrirnos que aquel quinteto de políticos que considerábamos la esencia de una Cataluña envidiable y poderosa -Pujol, Mas, Puigdemont, Junqueras y Forcadell- son en realidad iluminados e irresponsables kamikazes, dispuestos a quemar el templo de Artemisa, como hizo Eróstrato, para entrar en la historia; y que, porque no hay mal que por bien no venga, existe una cantera de nuevos políticos que, si algún día pudiesen trabajar sin ser marionetas de partidos, y abordar la situación catalana sin tratarla como una derivada de la lucha por el poder que se escenifica en Madrid, podrían reconstruir, modernizado, el pacto de la transición. Estos días vi trabajar en el Parlamento a Iceta, Arrimadas, Coscubiela (impresionante), Albiol y Carrizosa, y también observé a Colau y sus inseguridades, y tuve la sensación de que, si estuviesen liberados de la misión de chamuscar a Rajoy, tendríamos base para una nueva y plural generación de políticos que no tardaría en oscurecer a esta jarca de pirados que con tanta facilidad nos subyugaron y nos hicieron comprender sus payasadas y delirios.

Y este mismo toque a rebato del independentismo egoísta y autocomplacido parece haber despertado a muchos intelectuales, editorialistas, académicos, jueces, líderes sociales y buena gente del común que, tras haberse disfrazado de progres durante tantos años, para congratularse con Dios y con la historia, empiezan a darse cuenta de que borrar los cimientos para embellecer la casa es del género idiota, y que, si seguimos tirando piedras contra el tejado de España, respirando por la leyenda negra, podemos quedar al pairo gélido de todos los vientos.

El independentismo está en su paroxismo, y puede morir matando. Por eso estamos obligados a jugar este set con inteligencia y decisión, y sin dejar tareas a medias. Pero yo tengo la impresión de que estamos atravesando el punto álgido del procés, y de que, detrás de la galerna, apunta un tiempo realista que hará volver las aguas a su cauce.