Huracán

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

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10 sep 2017 . Actualizado a las 14:19 h.

Observados desde el espacio, los huracanes tienen el movimiento lento y circular del vértigo y la forma del ojo de Dios. Lo hemos visto estos días en las imágenes que difunde la NASA: un vórtice que mueve millones de kilómetros de aire y lanza trillones de litros de agua al día, sacudiendo su mano derecha con la energía de diez bombas atómicas cada segundo -en el hemisferio norte los huracanes son diestros-. Es una visión hipnótica, un ensayo del apocalipsis que va cavando a su paso un surco de devastación. Parecen justamente lo que significa su nombre, «espíritus malignos». Hurakán, una de las pocas palabras que sobreviven del idioma de los caribes, un pueblo que ha desaparecido de la faz de la tierra. Harvey, Irma... Es curioso que los huracanes sean el único fenómeno de la naturaleza al que los meteorólogos dan nombres de persona. Antiguamente se los bautizaba con el santo del día, lo que les daba el aire de un castigo, de un milagro al revés. Más tarde, un meteorólogo australiano de finales del siglo XIX, Clement Wragge, un tipo pintoresco, se puso a darles nombres de políticos, lo que le permitía saltarse las leyes contra la difamación e insultarles impunemente («X no deja de provocar destrozos en este país», «Y se está volviendo cada vez más peligroso»). También fue Wragge el primero que empezó a darles nombres de mujer a los huracanes. Elina, Luita, Sana... Eran las jóvenes polinesias que decía haber conocido en sus viajes por las islas del Pacífico, una fantasía exótica y erótica de la devastación en la Era Victoriana. Luego la costumbre se popularizó durante la Segunda Guerra Mundial, con un matiz ligeramente distinto. Los meteorólogos militares les daban a los tifones los nombres de sus novias y mujeres. Era una expresión de nostalgia por el hogar.

Ed

Como era de esperar, a finales de la década de 1960 había ya una campaña contra esta feminización de las catástrofes naturales. Roxcy Bolton, una activista, decía que le incomodaba que la relacionasen arbitrariamente con el desastre, y fue quien logró que se dejase de asociar las tempestades exclusivamente con las mujeres -aun así, a su muerte, su obituario la describía en la primera línea como «tempestuosa feminista»-. Hoy a los huracanes se les dan, alternativamente, nombres de hombre y de mujer. Los huracanes femeninos han resultado más destructivos que los masculinos. Para explicar lo que sin duda es producto del azar se ha tenido que aventurar la hipótesis de que inspiran menos temor en la población, que toma menos precauciones. Los intelectuales siempre se resisten a la idea de que haya cosas que no significan nada. Harvey, Irma… el New York Times ha encontrado una pareja de ancianos que se llaman así y llevan felizmente casados 75 años. Sabemos cómo se van a llamar los que seguirán. La Organización Meteorológica Mundial tiene ya una lista con los nombres de todas las tragedias del futuro, que se sucederán en orden alfabético. Los nombres van rotando y solo se retiran los que resultan en vientos especialmente catastróficos. Los sabios se reúnen entonces en Ginebra y eligen un nuevo un nombre que algún día será recordado con dolor. Porque los huracanes, al menos en los últimos doscientos años, han matado ya a casi dos millones de personas. Y mientras, en el planeta Júpiter, un huracán de mayor tamaño que nuestra Tierra gira constantemente sobre sí mismo. Los astrónomos llevan observándolo trescientos años, pero es posible que haya estado ahí siempre; como si se tratase de la deidad de todas las tormentas.