Tomates sin preservativos

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

23 sep 2017 . Actualizado a las 10:23 h.

El otro día se emitió en televisión uno de esos reportajes de viajes en los que se acude a españoles residentes en el lugar que se visita para que ejerzan de cicerones. En esta ocasión se trataba de una ciudad de Australia y de una joven española con dominio del inglés e incontinencia verbal. Las cámaras la seguían por donde iba, y unas y otra fueron a dar con un mercadillo callejero. Uno de los vendedores le ofreció algo para comer, al tiempo que le daba explicaciones sobre el alimento, cuya base era el tomate. Ella tradujo como una máquina: «No tiene preservativos». Quizá en Australia lo raro sea que un tomate no tenga preservativo, pero aquí es lo normal.

¿Cómo hubiese traducido la simpática guía turística «She’s allergic to any kind of preservative»? Seguramente, «Es alérgica a cualquier tipo de preservativo». Lo cual tiene más lógica que lo del tomate, pues el contacto del caucho provoca rechazo en algunas personas. Sin embargo, como en una comedia de enredo, al final todo se aclara. El preservative inglés, el del tomate y el de la alérgica, es el conservante español.

Estamos ante un falso amigo, amenaza traicionera que pende sobre quien debe traducir, desde el profesional experimentado hasta el turista que intenta interpretar un letrero. Los falsos amigos son las palabras de dos lenguas que difieren en el significado pero se parecen en la forma, lo que propicia errores de traducción.

El lector encuentra a diario textos donde se perciben las malas consecuencias de los falsos amigos, desde ver convertido un domestic flight (vuelo nacional) en un vuelo doméstico hasta que le diagnostiquen una enfermedad seria o severa por contagio del inglés, donde serious y severe significan grave en ese contexto. Un español constipado es el que tiene catarro, pero a un francés que estornuda no le pregunte si está constipé, porque le estará usted interrogando sobre si está estreñido.

Los peligros en esto son innumerables, y sus consecuencias pueden ir desde hacer un poco el ridículo hasta auténticos dramas. ¿Se imaginan qué hubiera pasado de ser atendidos los deseos de aquella paciente que, según cuentan, se presentó ante un cirujano plástico de Beverly Hills y con un lenguaje como el que atribuyen a los indios en las películas de vaqueros le pidió «Mi querer silicon», al tiempo que señalaba su pecho? Porque estaba pidiendo silicio (silicon) y no silicona (silicone). Claro que esos galenos están curados de espantos.