Desde las cimas del escepticismo

José Luis Losa

OPINIÓN

21 oct 2017 . Actualizado a las 10:11 h.

Federico Luppi estuvo en Cineuropa en el 2002. Recogía el premio del festival y acababa de instalarse en España, escapando del inhabitable corralito. Hablaba de aquel caos con sincero desgarro junto a su compañera reciente, la actriz Susana Hornos, con la que se casaría semanas después. Se trataba su primer extrañamiento porque él no fue de la hornada de excelentes compañeros -Héctor Alterio, Norman Briski- que hicieron carrera exitosa en España en su salvífica huida de la dictadura.

Cuando el régimen militar daba tumbos, fue el rostro esencial del cine insurgente con Tiempo de revancha y Últimos días de la víctima, ambas firmadas por Adolfo Aristarain, indisociable del rumbo de su carrera. Con él protagonizó dos obras de cine de cuño libertario mayúsculo, Un lugar en el mundo y Martin (Hache), que triunfaron en San Sebastián y lo reafirmaron como estrella en España. Aquí rodó con Díaz-Yanes (Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto), con Mariano Barroso (Éxtasis), con muchos otros. Pero tengo la certeza de que nuestro cine no tuvo la sensibilidad de asimilarlo, justo cuando estaba en plenitud. Apenas recibió una fallida nominación al Goya. Y ese Luppi que acumulaba barricas de talento reposado sí fue vampirizado por el primerizo Guillermo Del Toro, quien asentó el filme de su despegue en los colmillos del Luppi de Cronos. Y repitió en El espinazo del diablo y en el milico tuerto de El laberinto del fauno. Y también por John Sayles, en ese formidable apocalypse now indie y centroamericano, Hombres armados, para mí la cima de la montaña en su trayectoria de portentoso escéptico. Luego, regresó a Argentina y abrazó de modo acrítico el kirchnerismo en esa Argentina partida en dos que tanto le cabreaba.