Gracias, lluvia

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

24 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Quién me iba a decir a mí que iba a dar tratamiento de agua bendita, de maná bíblico a la lluvia que decidió ausentarse para reafirmar aquellas pertinaces sequías de posguerra, quién me iba decir a mí, cronista literario en mis novelas de diluvios y aguaceros permanentes que iba a saludar con entusiasmo, sin disimulo, las primeras y esperadas gotas del otoño, agradecer el chaparrón y la torrentera que llega en auxilio retardado a la Galicia arrasada por el fuego que nos destruye como pueblo. Gracias lluvia, bienvenida seas a este país de verdes construido con el agua que corre por la piel gallega y se adentra en nuestra memoria ciudadana. País de los mil ríos que llegaron extenuados a este otoño, que abrió la puerta a esa ordalía de cielos incendiados en un domingo aciago, Te aguardábamos lluvia, llegaste empujada por un ciclón que giró sus vientos en el camino de vuelta de otros mares.

Nosotros, los gallegos, hombres, mujeres, animales, árboles, somos ramas de un mismo tronco, somos paisaje, vivimos en un panteísmo que conforma nuestras raíces telúricas, y cuando por propia mano colectiva, se queman los montes y envían señales de SOS, que suben al cielo de las nubes negras, a los campos celestes de la oscuridad, se quema, arde todo nuestro corazón colectivo.

Han sido las lágrimas negras de nuestro dolor que cíclicamente llama a las puertas de Galicia y la incendia en un desolado y estéril territorio. Si hace algún verano fue el Eume, ahora han sido Os Ancares.

Nuestro patrimonio de las grandes carballeiras, de los bosques de castaños y nogales, solemnes y gallardos fue salvajemente incinerado, como ese cerco de fuego que encerró circularmente Vigo, y que creó la estupefacción que deja paso al pánico. Ver el retrato de las cadenas humanas transportando cubos de agua nos enorgullece por el ejemplo solidario a la vez que nos apena por volver a ver una imagen que regresa del pasado.

Por eso celebro la lluvia y apelo a su permanencia en una suerte de danza tribal, en una ceremonia de danza de la lluvia, en una rogativa de papel a los santos amigos de aldeas y capillas santificadas implorando que los regatos no desaparezcan y los ríos no ocupen la función de los regatos. Memoria de agua como en un salmo antiguo. Agua y fuego en ese espejo sin azogue donde se reflejan las luces y las sombras.

Metáfora de una Galicia indeseada, la muerte que llegó con el fuego asesinando en una noche a cuatro personas, el fuego que otros gallegos, como nosotros, sembraron en los montes de nuestra tierra, con toda la nocturnidad y alevosía, en un nuevo intento de suicidio colectivo a los que somos tan dados.

Las treinta y cinco mil hectáreas quemadas son treinta y cinco mil puñaladas en nuestro corazón. Las heridas no se cauterizan solas, hace falta la denuncia y la pedagogía, y contra la muerte florecerá la vida.

Bienvenida, de nuevo, lluvia. Nuestra sed no se calma bebiendo, nuestra sed se sacia recuperando la foto amable de un paisaje al que por fuerza ha de llegar la primavera.

Gracias lluvia.