¡Cuál gritan esos malditos!

OPINIÓN

MARTA PEREZ | EFE

02 nov 2017 . Actualizado a las 07:39 h.

Hace cincuenta años, cuando España se hacía en blanco y negro, y cuando no habíamos engendrado la generación mejor formada de la historia, la festividad de los Fieles Difuntos se dedicaba a trabajar y a otras tres cosas: recordar a los familiares y amigos fallecidos; comer larpeiradas- tan escasas entonces- a la medida de las magras economías domésticas; y ver el Don Juan Tenorio, de Zorrilla, del que la televisión franquista nos dejó algunas versiones memorables. No había Sálvame, ni entrevistas de Jordi Évole, ni debates interminables sobre las butades de Rufián. Y teníamos que irnos a la cama con los ripios del Tenorio. ¡No sé cómo logramos sobrevivir, hacer tantas cosas bien hechas, levantar esta España tan hermosa y ser tan felices como fuimos!

Claro que entonces no teníamos que hablar todo el día -¡en color!- de las payasadas de Carles Puigdemont; ni justificar, a base de sentimientos y emociones, a todos los políticos que, tras perder el sentido del Estado y del sistema, quieren renovar el mundo a base de posverdades.

En aquel tiempo, tan cutre, aún no se habían inventado el Halloween, el Samaín, el Horterín, ni otras mamarrachadas con las que se carcomen, desde las escuelas, la inocente curiosidad de nuestros hijos y nietos, en un acelerado proceso de pérdida de identidad, de sentido y de cultura. Por eso teníamos tiempo para escuchar simplezas como esta: «Sí, sí; ¡sus bustos oscilan, / y su vago contorno medra!... / pero Don Juan no se arredra; / ¡alzaos fantasmas vanos, / y os volveré con mis manos / a vuestros lechos de piedra!».

Hace cincuenta años ya había televisión -¡en blanco y negro!, que no se me olvide!- y muchas familias podían asistir a ese tardío auto sacramental, hecho de ripios y excelsa teología, que por su trasfondo confesional y no luterano -porque el luteranismo es confesionalidad «made in Germany» y no aliena-, ayudaba a Franco a mantenerse en el poder y a sumirnos en este aldeanismo alienante que -puesto que la cabra tira al monte- aún se nos nota a tres leguas. Pero mucho antes de aquella televisión -¡en blanco y negro!- la gente se reunía en un magosto en el que un maestro les leía los cinco pasajes más populares del Tenorio: el «¿no es cierto ángel de amor?; el «como gustéis, igual es / que nunca me hago esperar»; el «no sé desde que le vi»; el «mármol en quien doña Inés / en cuerpo sin alma existe»; y el «toda la luz de la fe». Finalmente, a petición del público, nunca faltaban el «¡cuál gritan esos malditos!», y el «¡clamé al cielo y no me oyó!».

En aquel tiempo España no tenía personalidad ni cultura. Pero ahora, con la televisión en color, los niños se visten de esqueletos apayasados, que desfiguran y ocultan la muerte, y los jóvenes van de botellón. ¡Viva la liberación! ¡Viva la modernidad importada! ¡Y viva toda la fe…, del que solo cree en bobadas!