Cosas raras

Beatriz Pallas ENCADENADOS

OPINIÓN

05 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando los últimos Emmy decidieron esquivar la fortuna que Stranger Things parecía tener de cara, algunos se alegraron de constatar con su ausencia de trofeos que la serie de los hermanos Duffer no es una obra maestra. No se equivocan. Sin embargo, cada uno de sus capítulos sabe darle al espectador allí donde más le atrapa, con un equilibrio entre las tramas de terror juvenil y una apuesta por los iconos de los ochenta que amplía el espectro de su público potencial a todos aquellos que buscan pasar un buen rato de evasión.

La segunda temporada recién estrenada no es muy diferente de la primera. Sus evocaciones a ET, Alien, Poltergeist, Gremlins o Los Goonies, entre otras muchas referencias cinematográficas, la mantienen fiel a su estilo, aunque esta vez la encarnación del mal se hace más presente y más palpable.

Si el efecto sorpresa se ha desvanecido un poco con respecto a su entrega inicial, con giros que por momentos resultan previsibles, no se puede negar que su consumo sigue siendo altamente adictivo. Las primeras mediciones de audiencias de Netflix en Estados Unidos lo confirman: más de cuatro millones de espectadores vieron todos los capítulos en maratón durante su primer fin de semana. Y más de 300.000 lo hicieron del tirón en una larga sesión continúa.