Cipollino

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

Robin Townsend | EFE

19 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Aquellos ojos como platos con los que recibimos la victoria de Trump marcaron el rictus de una época. Ese día el mundo conocido entró en la era del disparate, una deriva trapalleira que no pronosticaba grandes tardes. También desde la maldad hay que aspirar a la grandeza. 

Entre Trump y Cipollino, el arco dramático del presente avanza chusco. Ni Chiquito aguantó esta deriva que ayer introdujo al espía Cipollino, el nombre en clave del agente Puigdemont, un contratado del Kremlin para desestabilizar España. Francamente, Ibáñez se lo curraba mucho más. Nunca le habría puesto a Mortadelo la cresta plateada de Assange y su plática delirante desde la embajada de Ecuador, ni a Ofelia la crédula emoción de Cospedal mientras un humorista ruso se hace pasar por un dirigente letón y le espeta que la mitad de los turistas rusos que visitan Barcelona son espías. ¿Qué tipo de cosas suceden en las altas esferas para que una ministra de Defensa se crea semejante conferencia? La diplomacia internacional es más de Gila que de Stefan Zweig y la detonación del botón nuclear depende más de un chiste mal contado que de una nefasta combinación de táctica y estrategia. En lugar de a Tomás Moro, esta clase política parece que ha leído el horóscopo del Pronto

Cualquiera puede sucumbir a una buena broma. Pero en nuestra reacción está la clave de lo que somos. Aquel mariconsón con el que Fidel Castro respondió a unos humoristas de la gusanera de Miami dejó claro que su liderazgo estaba caduco. Y esa complacencia ansiosa con la que Cospedal da pábulo al delirio letón indica en qué términos se ha puesto la relación con Cataluña y qué cosas estamos dispuestos a creernos. Como que la mitad de los rusos que deambulan por las Ramblas son agentes dobles con el pálpito de Rasputín.