Dos lecciones de un «annus horribilis»

OPINIÓN

BRENDAN SMIALOWSKI | AFP

20 ene 2018 . Actualizado a las 09:07 h.

Hoy hace un año que Donald Trump tomó posesión de la Casa Blanca. Y la buena noticia es que no ha estallado la tercera guerra mundial; ni confundió el botón de pedir café con el que activa la respuesta nuclear contra cualquier King Jong-un que le moleste; ni inició entre México y Texas su ampulosa réplica de la Gran Muralla china. Y eso quiere decir que el año 2017 no fue un annus catastrophicus, como los de 1914-18, 1936-39, 1939-45 y otros así, que los latinos definían como la salida del drama (drammatis exitus), y los griegos como año de catarsis, cuando el colapso pone fin a desorden incontenible.

No, el 2017, gracias a Dios, solo fue un año históricamente asqueroso, de los que acumulan errores, estupidez, ignorancia, indecencia, simulación y mentira en los gobiernos del mundo, y que, con el paso del tiempo, devienen en catástrofes. Pero yo desespero. Y, lo mismo que acepto que «se a casa arde hai que quentarse aos cangos», también sugiero que los años horribles -que slo acumulan pólvora, pero no la queman- hay que convertiros en lecciones de vida, con el benéfico fin de evitar que el mundo siga progresando, como quieren los belicistas, a base de resurgir de sus periódicas cenizas.

Lo primero que nos enseña 2017 es que la falsas noticias, esas fake news que siempre existieron, no el verdadero problema, y que las catástrofes vienen de la credibilidad selectiva que practicamos los votantes. Los americanos, por ejemplo, no le han creído nada a Maduro, que miente como un bellaco; ni a los ayatolás iraníes, que lo hacen divinamente; ni al papa Francisco solo habla de acoger inmigrantes y refugiados. Pero le creyeron todo a Trump, a Netanyahu y a la monarquía saudí, en una solemne y apodíctica demostración de que las fake news son casi siempre inocentes, hasta que la credibilidad voluntaria, interesada y selectiva las convierte en magníficos enlosados para los caminos del poder y la riqueza.

También nos enseñó este año que cuando un pueblo se equivoca porque quiere, como hicieron los americanos, pero no destruye su sistema ni elimina sus contrapesos, no hay mucha diferencia entre que el ocupante del Despacho Oval sea un paquidermo bípedo o cuadrúpedo, y que por eso se puede evitar que un annus horribilis sea siempre la víspera cantada de un annus catastropficus. Y en esto, ¡quién nos lo iba a decir!, los americanos nos están ganando por goleada a los cultos europeos, que contraponemos los finos y elegantes Macron, May y Merkel al patán e ignorante Trump, mientras vamos llenando nuestros hermosos países de parlamentos fragmentados, gobiernos imposibles, sistemas esclerotizados y líderes populistas en la tercera fase. Por eso colaboramos tanto como los americanos a que 2017 sea horribilis, aunque hayamos dado menos credibilidad a las posverdades, y hayamos elegido con refinamiento y gusto a nuestros presidentes.