Echarle el muerto

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

20 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Vivimos días de intenso tráfico de cadáveres. Se intenta echarle el muerto de la crisis de Bankia a Rodrigo Rato y este se resiste atacando. En el Real Madrid nadie quiere cargar con el muerto de la lamentable marcha del equipo. Y en los ministerios de Interior y de Fomento hacen lo posible para desembarazarse del muerto del caos de tráfico que hubo en la AP-6 durante una nevada.

Estos muertos aparecen hoy en el Diccionario de la lengua española en dos definiciones: ‘tarea fastidiosa, asunto pesado o carga indeseable’ -Menudo muerto nos ha caído- y ‘responsabilidad’ (cargo u obligación moral que resulta para alguien del posible yerro en cosa o asunto determinado) -Me cargaron el muerto-. En el DLE no aparece desde su última edición una frase introducida en 1869, echarle el muerto, que significa ‘atribuirle la culpa de algo’. Parece que su uso no es mucho más antiguo. Lo encontramos, por ejemplo, en Sátiras y panfletos del Trienio Constitucional (1820-1823), de Sebastián de Miñano. 

En su Gran diccionario de refranes de la lengua española, José María Sbarbi añadía las variantes echar el muerto a casa, o a puerta ajena, o al vecino, de las que daba esta definición: «Achacar o imputar a otro la culpa de lo que no ha hecho».

En El porqué de los dichos, el paremiólogo José María Iribarren sitúa en la Edad Media el origen de ese echarle el muerto. Según las leyes de entonces, cuando en un lugar aparecía el cadáver de una persona muerta violentamente los vecinos debían pagar una multa si no se daba con el autor del crimen. Lo cual provocaba que en esas ocasiones tratasen de adelantarse a la autoridad llevando sigilosamente el cuerpo a otro pueblo, al que hacían cargar con el muerto. 

La pena pecuniaria que recaía en quienes no lograban librarse del muerto era la calonia o caloña, voz esta que tenía más significados, como ‘calumnia’ y ‘riña’. Iribarren también da a aquella sanción los nombres de homicidium, que aparecía en los textos en latín, omicidio y omecillo. «Si el hijodalgo hiçiera hijos en villana casada, debe pechar medio homicidio qual es en la comarca donde hiço el adulterio», dice el Fuero reducido de Navarra, de 1530. Algunas villas con fuero propio estaban eximidas del homicidio.

Para no cargar con el muerto de una trayectoria lamentable, y a falta de fuero, a los equipos de fútbol les queda al menos la posibilidad de echar balones fuera. Todo sea para evitar el homicidio.