Los caminos de la mujer

Sofía Casanova

OPINIÓN

11 mar 2018 . Actualizado a las 01:16 h.

Día 27 de septiembre de 1896

Desde que el mundo es mundo, nunca la mujer ha ocupado el puesto que le corresponde como compañera del hombre y madre de sus hijos: todos los pueblos de la antigüedad trataron a la mujer como a un ser inferior, y solo las intrigas y las ambiciones de algunos hombres pusieron de manifiesto a varias mujeres, de las que ellos se servían como de un instrumento indispensable para realizar sus fines, menos loables a veces que desenfrenadamente deseados (...). Francia, que tan grande influjo ha ejercido en Europa desde el siglo XVI, la contagió con su amable libertinaje, que hace de la mujer un ornamento (...). Todos los tiempos han sido malos para el sexo débil, y lo cierto es que los actuales no son mejores tiempos. Del nuevo como del viejo mundo se levanta un clamoreo de voces femeninas capaz de dejar sordos a los que no oyen. ¿Qué ocurre? Casi nada, que las mujeres declaran abiertamente la guerra a los hombres y piden casi nada también... la luna, como si dijéramos. En toda Europa así como en América y en Australia, la cuestión femenina está a la orden del día y preocupa a las personas serias. Sabido es que las yankis, armadas de sus derechos, como iguales del hombre, influyen en los destinos de su país, ejercen todas las carreras, han dictado leyes que las protejan contra el enemigo y valerosas de suyo y envalentonadas con sus triunfos, tienen a la otra mitad del género humano a respetuosa distancia. Australia, que es la tierra clásica de los cerdos y las cámaras frigoríficas, tiene ya comarcas importantes gobernadas solo por mujeres, y puede llegar el día en que se les ocurra a aquellos sabios gobernantes proclamar la omnipotencia femenina y constituir un reino de mujeres, para lo cual lo primero que tendrán que hacer será desterrar a sus mofletudos adversarios; pero mientras ese fausto día no llega, creo yo que las partidarias de la independencia y de la igualdad femenina han logrado mucho (demasiado) en la tierra de los puritanos y en las floridas praderas australianas. Confieso no sin cierto rubor que me es altamente antipática la masa general de las mujeres yankis y que no puedo tomar en serio a las otras.

Pero aquí en Europa, casi a nuestro lado, las inglesas y alemanas y las escandinavas alborotan también; y al prestarles atención no puede negarse que la razón y el deseo de justicia inspiran muchas de sus palabras y de sus actos. Hacen bien cuando estudiosas y llenas de fe se trazan un camino en el que sin la ayuda del hombre pueden marchar solas, pero infelizmente para la mujer esos caminos son pocos: la misma naturaleza se los ha marcado, y es en vano que ellas, por el solo hecho de proclamarse fuertes e iguales al hombre, quieran atribuirse sus aptitudes e intentar hacer su vida. La mujer, para serlo según debiera, tiene que ser mujer ante todo, pero esto no implica poseer las malas artes de la coquetería que tantas bajas pasioncillas despiertan, ni siquiera ser hermosa, como nuestros positivistas de fin de siglo proclaman cínicamente. Hay que ser mujer ante todo, ya que se ha de ser madre, y creo que no hay gloria, por tentadora que parezca, ni vocación de artista, por grandes que sean las obras que ella realice, que valgan la satisfacción de haber educado razonable y cristianamente a sus hijos. La mujer inteligente puede aspirar a conquistarse una posición masculina, pero no siempre debe hacerlo. Hay que instruirse, primero porque el saber es fuente de perfecciones y manantial de puras alegrías, y luego porque urge a la mujer de la clase media, sin fortuna, saber ganarse su pan, y no ser indefinidamente una carga para el anciano padre, o el hermano inexperto, o un grillete doloroso para el marido, que se acepta, desgraciadamente en muchas ocasiones, como el medio de resolver el problema del mañana, que la mujer latina no puede resolver por sí sola. (...).

No creo que su suerte se mejore con gritar, como no se mejora con gritos y separaciones absurdas la suerte de las pobres independientes de Inglaterra o Alemania. Cierto que logran un cambio en su situación, pero no siempre el cambio en lo exterior de nuestras costumbres o de nuestra vida es lo que más nos conviene.

De la unión de nuestras almas con las almas de los demás, del cumplimiento de nuestros deberes, brotan las fuerzas que nos sostienen en nuestra hermosa, sí, pero difícil misión de compañeras del hombre; intentar la separación y crear artificiales antagonismos entre ambos sexos, es querer destruir la familia y el hogar, y esto además de insensato, es triste... ¡Ah! Es triste también ver hogares de infierno y familias de perdición por causa de los vicios de un padre o la ignorante tolerancia de una esposa.