Alambrada de púas

Cristina Sánchez de Andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

13 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando Donald Trump se despertó una mañana tras un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Y es que, mientras le escucho decir que el alambre de púas que ha mandado colocar para frenar el avance de la caravana de migrantes «puede ser una vista hermosa», pienso que ya no puede ser más kafkiano. Más que en Gregor Samsa, que también, me he acordado del protagonista de La madriguera. En este caso, en lugar de una cucaracha, tenemos un roedor con un agudo sentido del peligro, artífice de una compleja excavación de túneles a la que dedica su vida y todas sus preocupaciones. Como Trump, tiene la idea obsesiva de que la obra (esa madriguera que podría ser EE.UU.) será atacada por potenciales enemigos que en ningún momento dan indicios reales de existencia. Lo de las construcciones defensivas parece que le gusta al presidente: ya sabemos que el muro en la frontera de México fue una de sus promesas electorales, aunque la valla existente hasta ahora solo cubre, por segmentos, un tercio de la línea divisoria entre ambos estados. Como el personaje de La madriguera, que construye con dientes y uñas, un complejo e intrincado sistema de cámaras subterráneas y corredores destinados a proporcionarle tranquilidad, Trump lleva dos años desviviéndose por controlar al enemigo. Con alambradas de púas y miles de militares que refuerzan el puente fronterizo de McAllen-Hidalgo, espera ahora a la caravana de migrantes. Por cierto que el relato de Kafka, cuyo final se ha perdido, termina cuando el animal está atento a unos lejanos ruidos subterráneos que le hacen «suponer la presencia de una gran bestia». Y es que la guarida, creada con paranoico afán de perfección, no acaba de provocar en su autor la paz y el sosiego que espera encontrar allí; más bien, le causa angustias cada vez mayores porque «incluso ahora, que está en su apogeo, mi vida apenas cuenta con una hora de tranquilidad», dice el protagonista innominado.