¡Cantad, cantad, malditos!

Beatriz Pallas ENCADENADOS

OPINIÓN

14 nov 2018 . Actualizado a las 13:27 h.

Lo peor que le puede pasar a un programa de telerrealidad es que los participantes no consigan alcanzar su misión de entretener al público. Si esa reacción no se produce, el hecho de que sea una academia de música capaz de proyectar a un cantante o un chalet donde se convive ante las cámaras resulta un factor secundario. El público quiere historias y las que está encontrando en el nuevo Operación triunfo no parecen convencerle.

La gran bronca que les cayó a los concursantes este lunes por parte de Noemí Galera, más madrastra que nunca, es la muestra de la impotencia al ver que un programa no despega. Dijo Galera que no quería hacer comparaciones, pero las hizo. Que en la anterior edición cuando se apagaban las luces y las cámaras cada noche siempre quedaba alguien ensayando, dándolo todo por su vocación. Y que eso ahora no ocurre. Los concursantes intentan nadar y guardar la ropa y prefieren retirarse a su habitación, para poder hablar sin micros ni cámaras, en lugar de alimentar la programación del canal 24 horas. Son reticentes a comportarse con naturalidad porque saben que fuera se oye todo. Se confiesan sobrepasados por la presión.

Como el maestro de ceremonias de Sydney Pollack, la directora de la academia fue implacable al recordarles que el espectáculo debe continuar, que para aprender música están las escuelas y allí se va a hacer televisión. ¡Cantad, cantad, malditos!