«Pass culture»: abono en terreno fértil

Mar de Santiago FIRMA INVITADA

OPINIÓN

21 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Tiene sentido que sea en la cuna de André Malraux, pope de la democratización cultural, donde se implemente el pass culture. Si bien es cierto que se trata de una medida programática del propio Macron en su agenda hacia el Elíseo, no lo es menos que se anuncia en un momento clave, en plena resaca tras la crispación social y económica protagonizada por los chalecos amarillos. El pase cultural consiste en una aplicación de muy variada oferta cultural, con talleres o suscripciones por streaming -y algoritmo espía incluido-, que ofrece a quienes cumplen los 18, acceder a un bono de 500 euros para su inmersión cultural durante un año. La idea y su implementación no son algo nuevo, la Italia de Matteo Renzi ya había gestionado un bono similar. Las miradas más críticas advertían que se había pervertido en su esencia y función. La fase experimental francesa -seis meses en cinco departamentos- permitirá comprobar si la propuesta supera los déficits italianos y consigue revertir los posibles efectos adversos. Por ello, el Gobierno galo establece límites a algunos productos y acceso ilimitado a otros. Lo inédito de esta iniciativa está en poner el foco en el público y no en el producto. Se subvenciona la demanda, no la oferta. Porque cuando la cultura es una cuestión de Estado, y en Francia lo es, las industrias creativas y culturales autóctonas, sus productos, expresiones y manifestaciones artísticas, tienen pases que facilitan la inserción de las jóvenes generaciones en los más variados formatos y espacios de arte, conocimiento, creatividad y ocio: constructivo, convencional, artesano y de autor o alternativo. Lugares de encuentro de hoy que forjan identidades y mochilas vitales que conforman el ser y el pensar de la ciudadanía del mañana. «La educación es la socialización metódica de las generaciones jóvenes», así lo expresaba ya en la sociedad decimonónica francesa Émile Durkheim, uno de los padres de la sociología.

Aquí, el ministro de Cultura José Guirao, ha expresado su expectación, a la vez que nos advierte del riesgo de implementarlo en el entramado competencial de nuestro Estado, más complejo frente al centralismo francés. Pero, que los gobiernos en sus niveles de acción política dispongan de herramientas para acercar el patrimonio cultural a quienes por edad suben un trascendental peldaño en el sistema social, además de una excelente inversión, de innegable valor intrínseco, ilustra el deber ser del legislador. Porque lo imprescindible para la supervivencia de nuestra especie es importante por trascendental, pero la cultura, como el aire que respiramos, lo es para la vida misma. ¡Es la diferencia entre vivir y sobrevivir! Y vivir debe ser empoderar a las personas de conocimiento, alimento cultural para pensar por nosotros mismos; no la invasión de fake news que nos fagocita día a día. Construir ciudadanía supone posibilitar el acceso en igualdad de condiciones a un mundo versátil, en relieve, poliédrico y multidimensional; diverso culturalmente. Las nuevas generaciones no solo corren el riesgo de la obesidad física, por la inadecuada preferencia hacia hábitos alimenticios poco saludables. Existe un riesgo por obesidad «intelectual», un exceso de información/entretenimiento sin filtros, al más puro estilo consumo de masas; sin discernir o discriminar contenido. Contribuir a abrir el apetito a hábitos saludables de dietética y nutrición cultural a los 18 años, permitiría generar lo que Bourdieu, -otro gran sociólogo francés- denomina habitus, y sumar capital cultural a nuestra sociedad.

 Se abre la veda electoral. Tomen nota y pongan la cultura en sus agendas. No se trata de poner una pica en Flandes; se trata de sembrar: abono cultural en terreno fértil.