El nuevo esperpento español

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

21 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Si me permiten la expresión, lo visto ayer en el Congreso y en el Senado y lo que veremos hoy es lo más incoherente que ha parido madre. Resulta que cinco presos acudieron a ambas cámaras a cumplimentar los papeles para recoger el acta que acredita su condición de parlamentarios. Al mismo tiempo que lo hacían, se daba por seguro que no iban a poder ejercer su representación porque no podrán asistir a ninguna sesión, ni a ninguna votación, ni participar en ninguna comisión. Con lo cual, me pregunto para qué hubo que llevarlos desde la prisión con «extraordinarias medidas de seguridad», según dijeron las crónicas.

Una vez en las sedes parlamentarias, se prohibió que hubiera cámaras y que los reclusos hablasen con los periodistas. Pero los responsables de la norma olvidaron que existen otros medios de comunicarse con los ciudadanos, como las imágenes y declaraciones que se pueden grabar en cualquier teléfono móvil y darles una difusión mundial. Con lo cual, todos hemos visto cómo entraban en la sala, cómo eran saludados por Rufián, y hemos escuchado lo que querían decir, incluido el señor Junqueras que, como es natural en un candidato, aprovechó el momento para pedir el voto. Lo único que consiguió la absurda prohibición fue que los periodistas literarios y gráficos pareciesen paparazis vigilando las puertas como si esperasen a los protagonistas de Juego de Tronos.

La cosa viene de atrás, de cuando a esos presos se les permitió presentarse a las elecciones, igual que a otro que está huido de la justicia en Waterloo y de cuyo nombre no quiero acordarme. Se sabía que, si eran elegidos, no podrían ejercer. Ellos lo sabían también, pero querían pasar por las narices de los jueces y de todo el Estado los votos que iban a recibir. Sin embargo, se pudieron presentar en nombre de los sagrados derechos civiles y políticos que los amparan. Ahora el argumento del independentismo será que encarcelan a sus representantes legítimos y que España es un régimen autoritario incrustado en la democrática Unión Europea.

El esperpento se culminará hoy cuando esos presos juren una Constitución que van a violar al minuto siguiente y le pongan a la jura un complemento literario que justificará el perjurio posterior. Todo legal, faltaría más. Todo acorde con el ordenamiento. Pero los ciudadanos normales no lo acabamos de entender porque somos así de elementales: o esos señores son presos, o son dignísimos representantes del pueblo. Pero aún nos faltará ese grandioso momento en que la Mesa del Congreso, dominada por el PSOE y Podemos, se haga la sueca para suspender a los presos electos, como le encomienda el Tribunal Supremo. Y ojalá me equivoque, pero creo que lo vamos a ver.