El nuevo CHUAC

Rosa Domínguez EN LÍNEA

OPINIÓN

ÁNGEL MANSO

11 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Pocas cosas como la salud, el primero y más importante de los bienes, definen el día a día de muchos vecinos. En A Coruña, atender de ella ha concedido una seña de identidad. Desde hace casi medio siglo, los pasos dados en su cuidado han logrado mejorar la calidad de vida de la mayoría y situar en el mapa una ciudad que se ha ganado un lugar destacado en la sanidad, aportando ejemplos modélicos más allá de lo que parecía posible desde una envejecida, dispersa y esquinada periferia. Aún con menos mimbres y recursos, el Chuac y sus gentes, y todo lo que significan y aglutinan alrededor, rivalizan con grandes capitales en importantes territorios de la asistencia, el conocimiento y el buen hacer. Como servicio público esencial, precisa de un espacio adaptado a las necesidades, crecientes e inaplazables, y acorde a una sociedad que tiene no solo en la salud una prioridad y en la sanidad un derecho, sino también la posibilidad de hacer del avance clínico una fórmula de crecimiento colectivo, en bienestar por supuesto, y también en desarrollo social y económico.

El Novo Chuac, como se le ha bautizado aún sin saber ni cómo, ni cuándo, ni dónde estará, es sobre todo una oportunidad. Para hacer aún más y, sobre todo, mejor. Corrigiendo traspiés y esperas, y pensando también en qué será necesario para todos en un mañana que estará más pronto que tarde aquí. Si ahora ya es un complejo, y en su propio nombre lo dice, cabe esperar que quienes dibujen el lugar donde nacer, convalecer, curarse y también morir piensen en hacerlo todo más sencillo y útil a su misión última y razón de ser: un servicio público. Para todos, para quienes lo usan o para quienes todavía no lo han necesitado. Unos y otros son, también, quienes lo levantan y lo sostienen.

Una ciudad que se enorgullece de su sanidad pública confía ahora en que ningún oportunismo, que no sea el de planificar con orden y concierto para ahora y mañana, condicionen la decisión final. Y que esta no se vaya relegando en una promesa de plazos tan amplios que el Novo Chuac, para cuando lo sea, parezca ya un viejo proyecto. Y espera, sobre todo, no perder de vista el horizonte. Un edificio no cura enfermos ni consuela cuando ya no hay remedio. El caparazón es solo, y nada menos, que el techo para guarecerse cuando llega, y siempre lo hace, la tormenta de enfermar. El corazón late dentro. Ha de llenarse de una dotación igual de pensada, ajustada a la ampliación y sobre todo a las necesidades asistenciales, motivada y con idéntica aspiración de excelencia.

Como ahora mismo, mañana seguirán siendo las personas -los recursos humanos- quienes marquen la diferencia. En la salud y en la enfermedad.